Textos sobre el mar
Muerte



Textos: Muerte:
En el mar. Blasco Ibáñez:
Cuando las olas le levantaban, sacaba el cuerpo fuera para ver más lejos. Agua por todas partes. Sobre el mar sólo estaban él, la barca que se aproximaba y una curva negra que acababa de surgir y que se contraía espantosamente sobre una gran mancha de sangre. El atún había muerto... ¡Valiente cosa le importaba! ¡La vida de su hijo único, de su Antoñico, a cambio de aquella bestia! ¡Dios! ¿Era esto manera de ganarse el pan? Nadó más de una hora, creyendo a cada rozamiento que el cuerpo de su hijo iba a surgir bajo sus piernas, imaginándose que las sombras de las olas eran el cadáver del niño que flotaba entre dos aguas. Allí se hubiera quedado; allí hubiera muerto con su hijo. El compadre tuvo que pescarle y meterle en la barca como un niño rebelde.
-¿Qué hacemos Antonio?
El no contestó.
- No hay que tomarlo así. Son cosas de la vida. El chico ha muerto donde murieron todos nuestros parientes, donde moriremos nosotros. Todo es cuestión de más pronto o más tarde... Pero, ahora a lo que estamos: a pensar que somos unos pobres.

[...] -¿Y el chico? ¿Dónde está el chico? El pobre hombre bajó aún más su cabeza. La hundió entre los hombros, como si quisiera hacerla desaparecer para no oír, para no ver nada. -Pero ¿dónde está Antoñico? Y Rufina, con los ojos ardientes, como si fuera a devorar a su marido, le agarraba de la pechera, zarandeando rudamente a aquel hombrón. pero no tardó en soltarle, y, levantando los brazos, prorrumpió en espantosos alaridos. -¡Ay Señor!... ¡Ha muerto! ¡Mi Antoñico se ha ahogado! ¡Está en el mar! -Sí, mujer -dijo el marido lentamente, con torpeza, balbuciendo y como si le ahogaran las lágrimas-. Somos muy desgraciados. El chico ha muerto; está donde su abuelo; donde estaré yo cualquier día. Del mar comemos y el mar ha de tragarnos...


Mar mortal:
● La mar y la muerte se agitan bajo el mismo soplo. (Víctor Hugo) ● Si yo me ahogase en los profundos mares ¡Madre mía, oh Madre mía! Sé que lágrimas hasta mí habrían de llegar. (The hight that failed, Rudyard Kipling) ● Vida, amor y muerte tienen en el mar su propio sabor y una perspectiva distinta, como si estuviesen empapados de la brisa salobre que alienta sobre los hombres. (Ramón Sangenís) ● Invisibles y no hollados bajo su manto impoluto de hielo, los yertos mares polares duermen el profundo sueño de la muerte desde los primeros albores del tiempo. (Fridtjof Nansen) ● ¡Oh mar!, siniestro mar de cóleras hechiceras; muy suave mar de mortales caricias. (El extranjero, Vicente D'Indy, 1902) ● Del alta mar subió una cantinela extraña, irresistible y triste; el aire se hizo asfixiante y pesado [...] Pasó un gran escalofrío y todo el mar pareció morir: las sirenas se acercaban. (Lamain, sobre Los nocturnos, 1900) ● El Atlántico, mar abierto si los hay, rompe ensordecedor y retrocede, sembrando de mortales trampas de resaca esas zonas donde en cualquier playa suelen bañarse los niños. (Luis de Diego) ● El resultado de nuestra empresa pendía de un hilo sobre ese abismo de aguas que no devolverá sus muertos hasta el Día del Juicio Final. (Joseph Conrad) ● Toda eres sangre, mar, sangre sonora/ no hay en ti carne de los huesos presa,/ sangre eres, mar, y sangre redentora,/ sangre que es vino en la celeste mesa (Unamuno) ● ¿Sigue creyendo que el peligro es grande? Solo para quienes tienen motivos para temer la muerte [...] Para morir en mi ataúd si ésa es la voluntad de Dios. Estas olas son para mí lo que la tierra es para usted. Nací sobre ellas, y siempre he deseado que fueran mi sepultura. [...] Pobre desgraciado, tendrá que irse al otro mundo como los demás. Cuando a uno le llega su hora, no se puede eludir la llamada. [...] Si va a luchar por su vida, llévese un corazón decidido y una conciencia inmaculada, y confíe el resto a Dios. (James Fenimore Cooper) ● El mar, ese proceloso abismo, encierra en sus entrañas los más grandes tesoros, las mayores dichas imaginables, las mayores miserias y las tragedias más horrendas. (Antonio Panés) ● Estar en un barco es como estar en una cárcel con posibilidad de ahogarse. (Groucho Marx) ● Este mar lleva dentro mucha música, mucho amor, mucha muerte. Y también mucha vida. (José Hierro) ● Zozobran los navíos en el océano sin caminos, anda la muerte. (Tagore)


Caídos:
●Los que surcaron todos los mares vienen a encerrarse en estos momentos, pagando el tributo debido a la muerte; pero mostrándose como abanderados del valor, de la audacia y de la cultura a todas las potencias marítimas. (Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando) ●No hubo tierra, nueva o vieja donde no llegase el mensaje inmortal, ni salobre azul que no fuese teñido con el rojo de la sangre de sus marinos (Señora de Beltrán Flórez) ●Soñamos con la imaginación dominada por el vértigo en los tesoros que guardas en tu seno y en los millones de hombres, de riquezas, que se han disuelto en tus abismos para volver a las moléculas primitivas en la rueda de un constante devenir. (El laberinto de las sirenas, Pío Baroja) ●Ni un solo Jefe del buque se salvó, y oficiales muy pocos: los que tenían su puesto en popa. Escenas sublimes se cuentan casi por centenares. (Almirante Francisco Moreno sobre el hundimiento del Baleares, 1938) ●Los cadáveres de sus muertos alfombran los fondos de todos los mares. (Capitán Guillén)


● Al agonizar el viejo marino, pidió que le acercasen un espejo para ver el mar por última vez. (Gómez de la Serna) ● Al ponernos al oído aquella caracola escuchábamos ruido de mar y gritos de náufragos. (Gómez de la Serna) ● Ni los ángeles del cielo ni los demonios del mar, pueden separar mi alma de la bella Anabel Lee. (Poe) ● Te embarcaste, navegaste, arribaste. Desembarca. (Marco Aurelio) ● Sé igual al promontorio contra el que sin interrupción baten las olas. El permanece quieto mientras que en su derredor sucumben las aguas que bullen. (Marco Aurelio) ● Lanzando una armada de grandes barcos por el mar, exploraron este acuático mundo, pusieron un incesante cinturón de circunnavegaciones en torno de él, se asomaron al estrecho de Behring, y en todas las épocas y océanos, declararon guerra perpetua a la más poderosa masa animada que ha sobrevivido el Diluvio, la más monstruosa y la más montañosa; ese himalayano mastodonte de agua salada, revestido de tal portento de poder inconsciente, que sus mismos pánicos han de temerse más que sus más valientes y malignos asaltos. (Melville) ● La Muerte, tu esclava, está a mi puerta. Ha cruzado el mar desconocido y llama, en tu nombre, a mi casa. (Tagore) ● ¡Ahora mi vida vacía en ese mar! ¡Húndela en la más profunda plenitud! ¡Haz que sienta, una vez sola, la dulce caricia perdida en la totalidad del universo! (Tagore)


Refugiados:
● Ayer mismo volcó un barco frente a la costa libia con cientos de personas a bordo. Más de dos mil emigrantes han muerto ya este año intentando emular el final de la Anábasis, repitiendo la escena de Escila y Caribdis, muy lejos de Ítaca y de los cantos de sirena. El mar, que es el morir, y que no recordará jamás el nombre ni de uno solo de sus ahogados. (David Torres, 2015) ● Viendo a esos miles de refugiados que, después de haber cruzado el mar jugándose la vida (y viendo cómo otros la perdían, muchos de ellos niños aún), son obligados de nuevo a cruzarlo contra su voluntad, uno se pone en su lugar y trata de imaginar lo que sentirán sabiéndose rechazados por los Gobiernos de unos países que presumen de acogedores y democráticos, pero que se comportan como si no lo fueran. (Julio Llamazares, 2016)


Melville:
Yo la perseguiré al otro lado del cabo de Buena Esperanza, y del cabo de Hornos, y del Maelstrom noruego, y de las llamas de la condenación, antes de dejarla escapar! [...] Para perseguir a esa ballena blanca por los dos lados de la costa, y por todos los lados de la tierra, hasta que eche un chorro de sangre negra [...] Tengo humor para su mandíbula torcida, y para las mandíbulas de la Muerte también [...] Y jurad, hombres que tripuláis la mortal proa de la lancha ballenera: ¡Muerte a Moby Dick! ¡Dios nos dé caza a todos si no damos caza a Moby Dick hasta matarla! [...] Aunque se podía perseguir con esperanzas a otros leviatanes, acosar y dirigir lanzas a una aparición como el cachalote no era cosa para hombres mortales, y que intentarlo sería inevitablemente ser despedazado [...] Adelante como la condenada muerte, como diablos haciendo muecas, y sacando derechos de sus tumbas a los muertos enterrados. [...] Se ha movido entre los cimientos del mundo. Donde se oxidan nombres y armadas sin anotar, y se pudren esperanzas y áncoras nunca dichas; donde en su criminal sentina, esta fragata que es la tierra, está lastrada de huesos de millones de ahogados; allí, en esa terrible tierra de agua. [...] Para todas las horas ha caído en la más profunda medianoche de este estómago insaciable. [...] ● Su miedo a Ahab era mayor que su miedo al destino. ● -¿La has matado? —Todavía no se ha forjado el arpón que lo consiga [...] —¡Que no se ha forjado! —¡Mira tú, nantuqués; aquí en esta mano tengo su muerte! Templado en sangre y templado por el rayo está este filo, y juro darle triple temple en ese sitio caliente detrás de la aleta, donde la ballena blanca nota más su maldita vida. ● Después, todo se desplomó, y el gran sudario del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años. (Melville)


Ahogados en en Norte:
Vinieron seguidos vientos de Poniente, el salvaje viento del oeste de Shelley y el noroeste luminoso, y alborotaron el océano. Volvieron a correr noticias de naufragios, y desde la Estaca y Fisterra al mar de Baiona, fue recogida una cosecha de marineros ahogados, de nuestra ribera y de otras lejanas, marineros gallegos, del mar de Amadís, y marineros griegos, del mar de Ulises. Las lágrimas surcan los rostros de los días. Más gentes vestidas de negro en las pequeñas villas de la costa. Nuestras gentes de mar guardan largos lutos, pero, en su dolor, no acusan al mar, a la mar. Mucho antes de que el poeta Yeats escribiera aquel estremecedor verso que dice «la asesina inocencia del mar», ya las gentes marineras sabían que él, el océano, era así, loco, incontenible e irresponsable destructor. Y ahora pasados los días de tempestad, viene como un perro fiel a lamer con su lengua de espuma los arenales y las rocas. Las naves se hacen a la mar y se confían sobre la piel de la enorme bestia, a la vez inocente y asesina; como lo sea la vida misma, en su más profundo sentido. (Alvaro Cunqueiro)


Celda agustina de Urdaneta:
Llamó a la puerta, nadie contestó, insistió por tres veces, todo era silencio. Se atrevió a girar el picaporte y quedó paralizado al ver tendido en la cama al padre Urdaneta agonizando y cubierto el rostro por un sudor frío. Salió corriendo, llamó a los frailes, todos se reunieron en la recoleta celda; el superior le administró la extremaunción. Un silencio recorría los pasillos del claustro. Solamente las voces de un vendedor callejero pregonando canela y especias recién llegadas de Acapulco rompían aquel silencio. Daba a su fin el día 3 de junio de 1568 y, también, desaparecía para siempre el padre Andrés. Pero no era un fraile más en las tierras de Hispanoamérica o Hispanoasia. Era Andrés de Urdaneta, un español que había dado la vuelta al mundo -el segundo que lo había conseguido-, y que con gran honestidad, durante más de cuarenta años, sirvió a la Corona española. La campana del convento comenzó a voltear, con lentitud. Doce campanadas anunciaban en México que el descubridor del Tornaviaje -de la ruta de Poniente- había muerto. (Leoncio Cabrero)



El cementerio marino:
Compuesto de oro, de piedra y de árboles oscuros
Donde tanto mármol tiembla sobre tantas sombras
la mar fiel duerme sobre mis tumbas.
(Paul Valéry, enterrado en el cementerio de Sète sobre el Mediterráneo)

Whitman:
¡Oh Capitán! ¡Mi capitán!
Nuestro espantoso viaje ha concluido;
el barco ha enfrentado cada tormento, el premio que buscamos fue ganado;
el puerto está cerca, las campanas oigo, toda la gente regocijada,
mientras los ojos siguen la firme quilla de la severa y osada nave:
pero ¡oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!
Oh las sangrantes gotas rojas,
cuando en la cubierta yace mi Capitán
caído, frío y muerto.
(Walt Whitman)

Loreley:
Creo que al fin él y barca 
darán consigo al través: 
la Loreley con su canto, 
ella, le hizo perecer.
(Heine)

● He aquí el mar, ilimitado, indomable, y los no menos indómitos marineros, los héroes sin nombre, a quienes jamás puede la fatalidad sorprender ni la muerte consternar. Aquí, en verdad, el hombre se eleva por encima de la muerte; una bandera universal ondea en todo tiempo sobre todos los mares, sobre todas las naves, y así lo proclama. (Walt Whitman)

► Cuando Verne escribe El Chancellor (1875) se propone crear un relato con una crueldad que recordara La narración de Arthur Gordon Pym, de su admirado Poe. Comunicó a su editor que le llevaría un volumen de un realismo espantoso. Creo que la balsa de La Medusa no ha producido nada tan terrible. Uno de los náufragos del incendiado Chancellor anota en un diario los padecimientos a bordo de una balsa perdida en el océano. Una situación desesperada en unión de personajes que llegan al heroísmo. ► El gigante irlandés Charles Byrne (1761-1783), que medía 2,31 metros de altura, era exhibido como fenómeno de feria. No le gustaba nada la idea de que su cadáver fuese sometido a perpetuas pruebas, cortes, extracciones y desmembramientos. A pesar de su deseo de que su cuerpo fuese arrojado al mar tras su muerte, su esqueleto fue entregado al Museo de Cirujanos de Londres por gestiones del anatomista escocés John Hunter. ► En 2011 una acción nocturna de los Navy Seals acabó con Osama Bin Laden, que vivía tranquilamente junto a la Academia Militar de Pakistán. Sin dar ocasión a un juicio ejecutaron al terrorista más buscado. Se le extrajo una muestra para un análisis comparativo de ADN usando el de su hermana. Su cuerpo fue trasladado al portaaviones USS Carl Vinson, recibió un funeral según los ritos islámicos y fue arrojado al mar.


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