DOCUMENTOS
Cartas dispersas: En español. José Guillermo Anjel R.



Cartas dispersas: En español: José Guillermo Anjel R.:

6. A CORTÉS:
Don Hernán, volvemos a las épocas de las alianzas (adhesiones, en términos políticos), informes al imperio y quema de naves para que nadie se pueda devolver. Supongo, aunque una suposición continuada se pueda volver costumbre, que así se funciona en estas tierras de calores exagerados y lluvias intensas, y tan propicias a pasiones ídem. Con razón todo gobierno queda chiquito en este territorio que se encoge o expande de acuerdo al clima político y económico.

Cuando usted conquistó México (otros dirán que lo invadió o que lo hizo en mala compañía), evento que fue posible por la ayuda de doña Marina (las malas lenguas la nombraron la Malinche -mala pronunciación de malitzin, mi señora en nauátl- para que este nombre conservara siempre un aire de burla y cotilleo), su asombro por ese nuevo país, llamado por usted La nueva España, lo maravilló al punto que se deshizo en metáforas y comparaciones al narrar, para Carlos V, las tierras que había conquistado. Y claro, a los del imperio se les regó la baba, que tantas cosas como las que contaba de Tenochitlán y alrededores hacían ver el Paraíso. Esas Cartas de relación (más emocionadas que las de Colón), creo yo, le dieron nacimiento al realismo mágico. Y si a esto le sumamos los escritos de López de Gomara, su cronista oficial, lo que el imperio recibió fue una película más grande que cualquier superproducción de Hollywood. Claro, don Hernán, que no faltó un Bernal Díaz del Castillo, soldado al que le tocó en carne y sangre seguirlo por esos parajes, que escribiera La verdadera historia de la conquista de México, donde usted queda mal parado. Como ve, don Hernán, la clase no se pierde. Debe ser, imagino, por la mezcla de comidas y de pensamientos. O por los mosquitos picadores, bichos de cría fácil y abundante.

En Medellín de Extremadura, pueblo que está constituido por una calle larga, un pequeño parque y algo que llaman un castillo (hay allí también un cura eterno que rescribe, como cumpliendo una penitencia, la historia de la villa), hay una estatua suya que, dicen, cambia de postura cuando el río Guadiana se crece. No sé si esto se aplica también a sus informes (a Las cartas de relación). Habría que leerlos cuando aparezca esa creciente, que si bien no carga con ahogados como las crecidas de nuestros ríos, si trae arena y, de vez en cuando, un escapulario arrojado al río por algún hereje, uno de esos que quieren el milagro entero.

Don Hernán Cortés, cuando lo leo a usted, es como si el tiempo no cambiara. Siempre hay Malinches, cronistas a favor y detractores. Y un Guadiana que en verano da playa y atrae a los turistas, y en invierno se crece dañando lo que hizo. Y aquí, con esto del fenómeno del Niño (en el que el Himat no acierta), no sé como será la cosa. Recemos, pero sin pedir, a ver si pasa algo bueno.

8. A CARRASQUILLA:
Apreciado don Tomás, cómo hemos perdido la identidad. Quizás de deba esto al miedo que tenemos ya de ser nosotros porque queremos parecernos a otros o porque nos envolatamos de camino buscando arcadias que en lugar de hacernos ser nos hacen perder. Ya se sabe, los nuevos urbanismos, las secretarías de tránsito, cultura y educación obedeciendo más a planeaciones políticas que ciudadanas, los semióticos descifrando el sentido de las direcciones, los profetas de la posmodernidad que lo complejizan todo olvidando lo más simple y fundamental etc. Tenemos muchos elementos para estar perdidos y, aún así, seguimos buscando reconocimiento, imagino que por el aguante en toda esta perdidumbre (como diría Manuel Mejía Vallejo).

La identidad la crean la historia, la cultura y el reconocimiento que nos hacemos de nosotros en calidad de seres solidarios. Tocando al otro para, como dice Hölderlin, saber que es de nuestra propia especie y, como tal, me permite interactuar con él y, a la vez, crear un espacio público que permita intercambiar emociones, sensaciones y lo que producimos. Si hay un sentido de lo público, lo que es de todos porque entre todos lo construimos, hay un inicio de identidad, o sea, de presencia de gente que tiene idénticos intereses y soluciones.

Alguien lo bautizó a usted, don Tomás, como un escritor costumbrista y esta palabreja (lo costumbrista) hizo que su obra se demeritara intelectualmente, como si hablar de las costumbres fuera un daño o algo que se debiera esconder. Y este año que hicieron sobre su obra, quizás porque lo costumbrista remite al nosotros y no a ese complejo extendido donde no queremos ser nosotros sino otros, ojalá europeos para que así la arcadia (Europa) se convierta en una especie de mitología a la que se ama y reza, terminó dañando un principio básico de identidad: Saber de dónde venimos y qué hacemos con nuestro entorno.

Creo, don Tomás, que se hace necesario volver a leer Grandeza y Ligia Cruz y esa trilogía maravillosa (su última obra) llamada Hace tiempos donde usted pinta el ser, la identidad, que hoy nos lleva a todo tipo de diagnósticos y teorizaciones donde, para acreditar más nuestra locura, buscamos encontrar en lo nuestro lo dicho en otras partes y bajo otras preguntas.

No sé si sea el exceso de sol o la falta de debate (me inclino más por esto último) lo que nos ha hecho ajenos a lo que somos, entendiendo por lo que somos no un carriel, un poncho y un sombrero, tampoco un caballo o una botella de aguardiente, sino un grupo humano ubicado en un lugar de la tierra y, como tal, en disposición de saber quién es para hacer del entorno un sitio digno para la vida.

33. A SAVATER:
Don Fernando, lo percibo a usted con su camisa tropical, el habano en la mano y sus anteojos de marco colorido, seguro al lado de una buena revista y al olor de una buena infusión Y tras su figura, un hombre que se da a la tarea de pensar su entorno, su contexto y el siglo o como se llame este tiempo tan contradictorio, propagandístico y frívolo, donde se le da más fuerza al deseo que a la acción y hay más disfraz que cuerpo. Con usted me une aquello de que pensar es un acto individual y que la razón se debate y no se obedece. Imagino que esta desobediencia se debe a los santos herejes que vagan por ahí pidiendo vela o al menos un rezo que les refresque el abandono que purgan.

Y bueno, el motivo de esta carta es su concepto de felicidad o, mejor dicho, de egoísmo. Dice usted que buscar la felicidad o el bienestar es un acto completamente egoísta donde se excluye al otro y sólo se tienen en cuenta deseos personales, legitimando así el estado de naturaleza y socavando el sentido de comunidad. Y como la paz hace parte de la felicidad del hombre, entonces esa paz que buscamos (desde el egoísmo) resultará produciendo intolerancia, exclusión y señalamiento. No es entonces la paz que produce felicidad lo que debemos buscar sino la paz colectiva donde los deberes están por encima de los derechos y el compromiso adquirido es más importante que el logro mismo.

Don Fernando (llamándolo así me acuerdo de la novela de un mafioso, claro que este recuerdo mío no le compromete a usted con nada, es sólo una trampa de la memoria), esto de la paz que haremos o que buscamos (no que deseamos, porque al desearla se convierte en un mero egoísmo) necesita de una educación ética previa y de un concepto de ciudadanía claro, a fin de saber qué es lo que realmente buscamos y cómo vamos a sostener y administrar esa paz cuando llegue. No es entonces un querer la paz sino construirla y en esa construcción, demostrar que sirve.

Las palabras, don Fernando Savater son encantadoras, pero tienen el problema que de que disuelven en el aire con una facilidad maravillosa. Lo que necesitamos son hechos, pero no sé si dejen.

43. A BUITRAGO:
Querido Guillermo, con tanto colorido y muchachas bonitas, estos vuelven a ser sus días. Y, como alguna vez dijo Reinaldo Spitaletta, si usted no está en la fiesta, no hay fiesta. Es que si hay baile debe haber alegría y son para hacer las figuras correctas, esas que permiten el lucimiento sin generar cansancio ni empellones, como pasa con el merengue dominicano y con otras músicas que no permiten saber ni con quién se está bailando. Y es que su música, Guillermo, la de su guitarra y guacharaca, le da al ambiente ese aire de los cuarenta donde era necesario saber bailar y lucir el paso. Y ejercer el enamoramiento furtivo para tener después de qué confesarse. Quizás yo sea un romántico, pero es que hay que saber cómo y a quién se toca.

Guillermo, usted es una especie de Gardel de la música tropical; uno de esos símbolos que permanecen vivos en el inconsciente colectivo y al que al final acaban todos copiando porque, por lo visto, el magín de los compositores de ahora está completamente seco (imagino que no leen ni caminan) y ya no cuentan historias sino que repiten frases como cualquier político en estado de síndrome de Lampedusa. Desde el año 1949, el de su muerte, usted reaparece los diciembres y le da alegría a estos calores (hoy trocados en inviernos). Y todavía cantamos (como en la canción de Víctor Heredia) y ya damos ese grito vagabundo con el que usted convirtió la política colombiana un acontecimiento bailable. Es que si no hay qué decir o construir, bailemos, como en el caso de Alexis Zorba, el griego.

García Márquez, en algún artículo en El Heraldo, sostuvo que su música, Guillermo, no era costeña. Y razón tenía, no era de la costa (estaba tocada de ese son parrandero antioqueño) sino de todo el trópico y de todo este desborde de locura que nos acredita. Y de la necesidad de bailar canciones con sentido, alegres y contadoras de historias donde uno se vea comprometido. Guillermo Buitrago, estos son sus días. Y lo bailaremos de nuevo, así la araña nos pique. Es que resistimos bailando.

45. A PEREZ-REVERTE:
Leído y admirado Arturo, felicitaciones por su nombramiento como miembro de la Real Academia de la lengua española o castellana, porque el español como tal no existe sino que es el nombre que se le dio a la lengua de Castilla cuando esta se convirtió en el idioma oficial de España. Ya se sabe que en su país se habla Gallego (galego), Catalán (catalá), Vasco (euskera) y otra buena cantidad de dialectos además del Castellano. Este alegato (o mejor esta claridad) lo han asumido autores como Julio Caro Baroja, Américo Castro y otros tratantes de la herejía. Pero esto, en su caso, no viene a mientes, que cada país tiene su gobierno y oficios para definirse como quiera. Lo que sí toca al análisis es qué hace usted en ese lugar donde se pule, da brillo y enaltece etcétera.

Hasta hace unos años, la Real Academia de la Lengua estaba habitada por una serie de señores acartonados y conservadores que se defendían gramática y catecismo en mano contra todas aquellas palabras que iban brotando de la calle, cárceles y antros donde se criaban denuestos y revesinos, términos de puerto y palabras que iban colando los que estaban aprendiendo inglés o posaban de haber vivido en París. Pero como todo lo que se defiende con mucho celo cae (eso se le aprendió a Saladino que a defensa impuso paciencia), a la Real Academia fueron entrando autores que producían palabras y giros gramaticales que los mismos académicos odiaban: Camilo José cela, Muñoz Molina etc.

Imagino que su presencia allí, estimado Arturo Pérez-Reverte, se deba a sus excelentes novelas de aventuras (excepto las dos últimas, donde bajó la guardia, cosa rara en un buen espadachín), a sus crónicas radiales y a la serie de artículos donde usted se manifiesta en la lengua de los puti-clubs y la corte de los milagros, para diversión del lector de la calle y escándalo de señoras franquistas, que no de señores de esa mentalidad, que tienen muy claro que el que peca y reza empata. Lo que me inquieta querido Arturo es si usted va a pulir y dar brillo o a emprenderla contra tanta palabra y definición ociosa y hasta perniciosa. Lo digo por el capitán Alatriste, por eso.

46. A RUIZ GOMEZ:
Querido Darío, además de leído, conversado y reído amigo. En tu discurso con motivo de la Medalla categoría oro de la alcaldía de Medellín que recibiste, hubo algo que es muy extraño entre nosotros y en especial entre los intelectuales: generosidad. Y dignidad. No fue un discurso zalamero ni de esos que llenan de flores al establecimiento dador de la condecoración. Fue, si oí bien, un llamado de atención acerca de un oficio que es casi subversivo en la ciudad: la literatura, esto de contar las calles y las casas que nos tocan, de vivirlas en sus espacios, de no mentirlas y narrarlas en cada recoveco sin más objeto que sentirse vivo y con una posición honesta frente a los lugares y los personajes contados. Como dice Borges, si hay una ciudad narrada, hay una ciudad.

La literatura, querido Darío, es hoy un ejercicio urbano, un ojo que ve y detalla lo que pasa. Y algo más: es una educación sentimental que trata de sobrevivir en medio del caos y la confusión, que lee los desórdenes ya la vez las pequeñas dignidades de aquellos que dotan su espacio de momentos bellos que protestan (o se enfrentan) contra la iniquidad y el desasosiego de las premuras, la esclavitud y los deseos vanos. En esa literatura hay una ciudad que vive lejos de las tecnocracias o que las burla, que ama, sueña y se rebela contra la condición de ser un mero documento de identificación. Hay entonces una ciudad generosa que no se ve, pero está ahí y habla.

Darío Ruiz Gómez, en tu discurso hubo generosidad, porque no hablaste de tu ciudad sino de esa que hemos creado entre muchos, de la que nos toca a todos los que escribimos, de la que describimos y sentimos los que ejercemos el despreciado oficio de la literatura, que es el más digno porque sólo obedece a la libertad. Y eso fue lo que más hermoso de tus palabras: que hablaste de la ciudad libre de los escritores, de esa que no se teme ni se disfraza, de la que está viva porque en ella todavía se siente. Palabras peligrosas para muchos, las tuyas, pero revestidas de una dignidad enorme. Y de una generosidad que sólo un hombre libre puede prodigar. Gracias Darío.

50. A VILLA:
Apreciado, cantado, motivo de tertulia y hasta de caricatura, Pancho. Usted, con Emiliano Zapata y su ejército de soldaderas, tuvieron sus días de revolución, tequila, jalapeños y tacos con fríjoles refritos. Y si bien John Reed no los deja bien parados en el libro México insurgente, los autores e intérpretes de corridos y rancheras si los han situado en la mente de un montón de gente que canta sus hazañas (otros dirán que sus crímenes), sus dolores y malos humores, seguro consecuencia de tanto ají, sal y cócteles margarita. Y claro, el calor y la falta de afeitada, cosa que molesta mucho cuando el baño no es diario. Pero el motivo de esta carta, Pancho, no es criticarlo sino poner de manifiesto la cría de complots que con tanta efervescencia crece en estas tierras, donde tanta cosa se mueve por debajo.

A usted Doroteo Arango (su alias fue Pancho Villa), le hicieron muchos complots y le acertaron con el último, eso se sabe. También le pasó a Emiliano Zapata y al mismo Porfirio Diaz (su enemigo natural), sólo que este último terminó en París y no como centro de un velorio. Y bueno, ¿qué es esto de la manía de complotar permanentemente en América Latina? Según algunos, se debe a la lectura de Julio César, la obra de Shakespeare, donde Bruto racionaliza y legitima el magnicidio. Y claro, acaba matando a Cesar, haciéndose el que lo abraza. Otros sostienen que es una herencia de la educación francesa del siglo XIX, donde el complot era una especie de juego ciencia.

Pancho Villa (dicen que su Arango proviene del Oriente de Antioquia), vivimos días de reuniones secretas, de delirio por el poder, de calor intenso y, como consecuencia, de pasiones desmesuradas. Y el que se monta en el caballo está en medio de todas las miras y lo que salga por la boca. Días intensos estos, entonces, desde el Río Grande hasta la tierra del Fuego, donde (como alguien dijo en una película de vaqueros norteamericana) el "pancho" ajitomatado, el de sombrero grande y ojos de mirar dudoso, se enardece para crear confusiones, estados delirantes y lo que los sicólogos llaman salida a la represión. Y es divertido esto, pero también peligroso. Como torear, como beber más de la cuenta.

59. A RIVAS:
Apreciado y leído Manuel, el mundo está plagado de injusticias. Y algo peor, de hechos que riñen con la razón, el respeto y la condición digna que es propia de cualquier ser vivo. Recuerdo su cuento La lengua de las mariposas, donde usted narra una historia de amor a los demás y al final, eso que fue un darse sin más compromiso que enseñar es convertido en un juicio atroz y en la terrible impotencia de saberse desamparado, con miedo y sin posibilidades ya de evitar el dolor de la injusticia. Algo similar, pasa en su libro El lápiz del carpintero: un hombre es ajusticiado por ser bueno.

Jean Genet, a quien Sartre catalogó como un santo de la maldad, dijo en una entrevista que lo peor de saberse malo era que todo se convertía en odio contra uno mismo. Y que la maldad no se detenía sino que crecía como un mordisco imparable Y que no había dolor, ni siquiera infierno, sino un sentimiento de soledad infinita y un miedo helado, como el del infierno de Dante. Así que la injusticia, que es la resultante de la semilla de la maldad, no debe ser buena ni políticamente correcta si esto lo dijo un hombre que se enorgullecía de ser malo (Genet). Entonces, Manuel, es muy doloroso saber que existe la injusticia, la víctima y la memoria de eso atroz que se comete. Y si bien la historia nos enseña sobre los errores cometidos, parece que saber en qué fallamos ha servido de poco para corregir nuestros errores y nuestros miedos.

En el Pirké Abot (el libro de ética de los padres), se dice que la justicia es un acto en el cual el hombre agradece estar vivo y alegre. Y que la injusticia es un estado de error permanente donde, como dice Buda, sólo crecen los sufrimientos. Y lo más importante: que la vida no es sentir sino ser para la vida, lo único que nos da la certidumbre de estar vivos. Pero, leído Manuel Rivas, el dolor sigue presente y la injusticia se legitima como un acto cotidiano. ¿Será que nos duele tanto estar vivos? No sé, pero le apuesto a lo que decía Rabindranaz Tagore: Gracias D’s por el conocimiento que me diste, por los amaneceres y las noches estrelladas, por saber que toco y me quieren.

65. A AZORIN:
Querido, leído y tranquilizador don José, se pierden los espacios, sea porque los destruyen, los cierran, los dividen o los roban. Creo que hay muchas formas de perder la tierra, que en resumidas cuentas y en términos morales no puede ser de nadie porque ni un solo gramo puede ser producido por el hombre. Quizás, si fuéramos lombrices, cuyo sistema digestivo produce tierra (o algo parecido), podríamos hablar con propiedad de la terra nostra. Pero no lo somos y si bien quedan algunos lombricientos, éstos están sujetos a purgaciones. Vuelvo entonces al cuento, don José: hay carencia de espacios y, como consecuencia, de movimientos y, lo que es dramático, de posibilidades de construcción justa.

En todos sus libros (novelas, cuentos, ensayos, teatro), la espacialidad está presente. Aún en la estrechez de la París que usted narra, en la que de la gran habitación de hotel de renombre se pasa al cuarto estrecho de pensión, los espacios siguen siendo amplios y acogedores porque desde ellos se puede rememorar el paisaje, el Passagen-Werk (los espacios públicos comerciales) de Walter Benjamín, las casas blancas de los empinados pueblos andaluces y las llanuras castellanas por donde caminaría don Alonso Quijana o Quejana. Pero, como le digo, don José, esto se viene perdiendo y ya lo único que vemos es el agrimensor kafkiano de El Castillo.

Cuando leo cualquiera de sus libros, amigo José Martínez Ruiz (Azorín), siento que hubo un tempo en que se podía respirar bien. Y no porque el aire fuera bueno sino debido a que los espacios, a más de amplios, fueron tranquilos y en ellos habitaba la buena voluntad (recuerdo su libro sobre El político) o, al menos, la intencionalidad siniestra estaba más escondida y por ello se podía ejercer la virtud sin temor a la burla. Lo que no pasa hoy, cuando sucede aquello de La piel de zapa de Honorato de Balzac, donde a más deseos, más chiquito el trozo. Si, querido Azorín, perdemos los espacios y nos violentamos. La locura ante todo, como escribía Violet Leduc.

66. A MARÍAS.
Leído Javier, es usted un hombre impopular en la España intelectual (lo que no quiere decir inteligente) por aquello de mantener una posición de burla (Cela diría que de Toreo de salón) frente a críticos y envidiosos. Unos dicen que todo se lo debe usted al nombre de su padre (al buen don Julián) y al de Juan Benet, que lo admiró desde la aparición de su primera novela, Los dominios del lobo. Otros que a una inflamación del orgullo por ser considerado, en el exterior, como el mejor traductor de Shakespeare al español. No faltan argumentos para odiarlo y tratar de situarlo en una posición de rémora y no de escritor lúcido de novelas, ensayos y artículos. Pero bueno, como decía Oscar Wilde, es mejor que hablen mal de uno a que no hablen.

A mí esto de la impopularidad frente a determinados círculos me parece saludable y respetable porque está indicando que algo sucede que no es bueno para la otra parte. Pasa como en el caso de Sócrates, que fue juzgado y obligado a beber la cicuta porque se opuso al sentido común social de una Atenas fetichista y guerrerista, que en lugar de ver la realidad moral veía miedos y frustraciones. Y algo más terrible, la corrupción de jueces y costumbres. Algo muy parecido a lo que sucede hoy, cuando tantos se esconden en cosas que no existen y tratan de liberar cargas emocionales aferrados a mentiras.

En su comentario sobre El hombre menguante, aquel que se achiquita hasta ya no ser más grande que una mota de polvo, haciendo de la realidad no un panorama sino una parte que engulle y alucina, hay una metáfora de lo que sucede ahora, Javier Marías. Hemos dejado la amplitud para detenernos en la parte y perder el sentido de ella, porque esa parte crece y lo de ayer, la experiencia, ya no sirve para hoy porque las condiciones han cambiado y lo que se ve carece de referente. Todo nos puede, nos minimiza. Y sólo crecen las pasiones insanas, esas que usted denuncia para que otros lo odien. Es La negra espalda del tiempo, es el miedo a un Corazón tan blanco.

69. A CABRERA I.
Leído y disfrutado Guillermo, lo imagino a usted en este momento disfrutando de un buen habano y tratando de leer a través de sus enormes lentes. Y quizás tosiendo a consecuencia de tanto tabaco, ron crudo y niebla inglesa. Y de las noticias que le llegan de su Cuba (o por extensión de Miami), isla donde la gente vive mucho siempre y cuando no meta en una balsa o sea clasificado como gusano (sustantivo este paredonable y relacionado con especies reptantes y de mala picada). Le escribo entonces sobre la duración de la vida, el son y la guaracha, los frijolitos negros y ese vivir al desgaire, al sol, la noche y el viento, al que no le ha valido ninguna revolución. Le hablo del ron y la rumba que se derrumba.

Hace poco murieron dos que no iban a morir porque estaban conservados en música y en aire tibio: el compae Segundo y Celia. No sé si esto tenga nervioso a Fidel, que también vive de la voz y del micrófono. Es que, como dicen por aquí, a veces la muerte se surte de gente parecida y en Miami la pequeña Cuba debe estar rezando (como ha rezado desde hace más de cuarenta años) para que algo le pase al comandante. Claro que nadie se muere a la víspera, así la CIA lo quiera. Pasa como en su Habana para un infante difunto: todo tiene un momento que llega si ya no hay más cosas que hacer. Pasa lo que por aquí, mata la falta de proyecto.

En una foto fabulosa de Fernell Franco, el fotógrafo caleño, usada para la carátula de Celia Cruz reina rumba (el libro de Humberto Valverde), la mujer del azuuuca, aparece convertida en un espectáculo: no es una mujer que canta sino una mujer entre luces de neón, que brilla. Y, como en su libro, Cine o sardina o en ese cuento de Josefina atiende a los señores, se legitima el show, el mito y la aberración. La mentira. Por esto da primera página que gente que no se iba a morir se muera, Guillermo Cabrera Infante. Pero se mueren. Y esto asusta a mucha gente que vive del escenario y del ruido y de mantener cantando a viejitos que deberían estar tomando leche.

76. A SÁBATO:
Querido, leído y recomendado Ernesto, vivimos días de resistencia desordenada. Unos resisten políticamente, otros se atrincheran en la técnica, algunos pocos desde un pensamiento coherente y los más, asomados a la ventanas y las puertas recibiendo el sol y la lluvia, el ruido y los silencios. Diría yo, como cualquiera de sus personajes secundarios de Sobre héroes y tumbas, que hay una permanencia de algo que flota, nos toca y no vemos. Y, ya que no acertamos en qué es esa cosa, la inventamos haciéndola dragón o princesa, ciego que construye un informe o simplemente un ciudadano cero, de esos muy peligrosos porque no está radicado en ninguna base de datos. Le digo Ernesto, resistimos, pero más desde la paranoia que desde la certeza.

Esto de resistir en desorden y sentirse perseguido e inventado, amigo Sábato, no es nada nuevo. Ya se da cuenta de ello en las epopeyas babilónicas e indias, en los delirios de los héroes griegos, en los conquistadores de las crónicas y en las sagas vikingas. Y en la modernidad, donde la razón, como lo dibujó Goya, en lugar de hilvanar y construir en orden crea monstruos, brujas y aquelarres. Y si bien algunos como usted han estado todo el tiempo en la tarea de no soltar la línea (o como en el mito del laberinto, el hilo de Ariadna) para no perderse, los más gozan navegando en cualquier mar y sin brújula, como el Holandés errante.

Ernesto Sábato, en la universidad leí su Uno y el universo, texto corto y claro, donde se prevé que se crían tiempos confusos. Ahora leo La Cultura, de Dietrich Schwanitz y La otra cultura de Peter Fischer, autores que intentan explicar cómo hay que retomar el orden, pero el segundo se resiste al lo que dice el primero, lo que los hace estar en la resistencia, o sea que en el orden que teorizan se desordenan. Y ahí vamos, querido Ernesto (usted también es pintor), como los personajes de sus cuadros, con la cara desfigurada y los ojos vacíos. Y huyendo. Y así, posmodernos, nos fotografian y graban las huellas dactilares para encontrarnos en caso de sospecha.

79. A NILUS:
Mentiroso y canalla Sergio, usted pasa a la historia por el odio desmesurado, el robo intelectual y la siembra de horror. Y si hubiera estado entre los personajes de Dante en La Divina Comedia, tendría en esta obra un lugar oscuro y sucio en el infierno. Su antisemitismo brutal, el saqueo (en términos vandálicos) que hizo del libro El diálogo en el infierno, de Maurice Joly, para componer ese panfleto titulado Los protocolos de los Sabios de Sión y la intolerancia delirante que acreditó en su vida, lo ubican entre esos seres que debieran ser borrados de la memoria. Pero esto no ha sucedido porque en la actualidad hay muchos clones suyos que lo siguen en la tarea de mentir, crear confusión y odiar sin medida todo lo que sea hebreo.

Y para no ir lejos, situémonos en estas tierras calientes y lluviosas, tan lujuriosas y operáticas, donde siguen sus pasos hombres como Antonio Caballero y Enrique "Tamerlán" Serrano que, disfrazados de anti-israelismo, han ido confeccionando una idea de lo judío en los mismos términos de Goebbels (el jefe de propaganda nazi), Rosenberg (el promotor de los cráneos perfectos) y Henry Ford, que robó las ideas de su panfleto, Sergio, a sabiendas de que uno que roba no puede denunciar que le han robado. Y en este delirio de lo anti-judío, promueven la justificación del terrorismo, desvirtúan acontecimientos y se unen a fundamentalismos oscuros.

La posmodernidad está cifrada en el caos y la incertidumbre. Pero, en el caso que nos ocupa, no como respuesta a lo moderno sino como reivindicación de un medioevo Transilvánico. Para los anti-judíos modernos, su plato favorito es estar de lado del terror (de ahí sus figuras góticas). Por esto atacan y deliran y, cuando la evidencia se les viene en contra, callan y se enquistan como una mala bacteria. Igual que usted, Sergio Nilus (que tuvo en Argentina un clon terrible que se llamó Hugo Wast), se han creado un miedo patológico que difunden buscando cómplices. Es que el odio es una pasión triste, como decía Spinoza, y más si es auto-odio.

80. A MONTIJO:
Apreciada y admirada doña Eugenia, hay cosas que cada vez s más escasas y por ello más valiosas. Una de ellas es la dignidad y otra la finesse, término que los franceses utilizan para designar lo que es delicado y valioso y al mismo tiempo tenue. Y desde donde se ejerce la inteligencia sin hacer alardes y, por esto, de manera muy certera. Esa finesse, que la embelleció tanto, como se puede apreciar en el cuadro que de usted hizo Winterhalter en el palacio de Liria, en Madrid (y que hoy reposa en la colección de los duques de Alba), la convirtió en la esposa de Napoleón III y en emperatriz de Francia. Y en una mujer que entendió la vida como una forma de ascenso y descenso sin que en ello mediaran desmesuras ni delirios de poder.

Muy parecida a usted, Eugenia, fue Victoria Ocampo, aquella elegante argentina, gran escritora, ensayista y crítica, que Dignan-Bouveret inmortalizara en unos trazos maravillosos. Y es que esto de la finesse, más que una condición de alta dignidad humana, es ese toque espléndido que la vida proporciona a las personas educadas y sensibles que no se dejan desbordar por las bajas pasiones (el odio, la envidia, la ceguera frente a lo evidente) y asumen el estar bien para que otros también lo estén. Su urbanidad, ese comportamiento urbano necesario para hacer del espacio público un lugar seguro, es vivir lo digno y no más.

Doña Eugenia de Montijo, hija de padre granadino vencido por las guerras de Francia y madre de origen irlandés con sueños de poder, usted entendió la finesse, pero no por la educación que le dieron las monjas para ser admitida en la corte española, sino por su capacidad de entender que cada cosa tiene su lugar y cada tiempo una respuesta adecuada. Y, a pesar de ser tan apasionada (condición de suyo muy andaluza) y gustadora de caricias, lo privado no afectó lo público. La finesse consiste en vivir sin hacer circos, en degustar con delicadeza, en alargar lo placentero con criterio moro. Y en admitir la decadencia sin arrepentimientos ni huidas.

96. A CERVANTES:
Leído y repasado don Miguel, tiene usted sus aires para mantenerse vigente y, como dice mi mamá, se lo ve con ánimos (como si conservara aún esa novia nueva, joven y criadora de gallinas) y sin necesidad de tinturas ni aguas ferrosas. Pero no voy a tratar sobre posibilidades de momificación ni procesos criogénicos, sino acerca del lenguaje. Y éste, como sostiene Wittgenstein, no es sólo una serie de sonidos tejidos para expresar ideas simples o complejas sino también el medio para determinar la extensión del mundo. Hoy sabemos que el habla es la que establece el tamaño de los espacios donde nos movemos y, de acuerdo a los nombres y definiciones que sepamos, así son de amplios o de estrechos. Es que si hay palabras hay cosas, como decía Filón.

La sociedad moderna (en el caso de que estas dos palabras todavía existan), se caracteriza por la carencia de palabras y la abundancia de ruidos y onomatopeyas, lo que ha hecho del oído y del yunque unos sitios donde rebota lo que llega y así se llena el cerebro de desperdicios. Y es que no se piensa como debiera porque se lee poco y se habla mal. Y algo más atroz: en lugar de hablar correctamente se usan palabras multiusos, gestos repetidos y caras de amenaza. O sea que ya no nos expresamos sino que nos agredimos y en esa agresión construimos mundos ínfimos, donde no hay paisajes sino muros y en los que la palabra se convierte en un martillazo.

Don Quijote es un espacio amplio porque habla, recomienda, sueña, reflexiona y hace de la locura un territorio confiable. No es un loco peligroso sino un loco sabio, o sea que es al revés de lo que pasa ahora. Y en las palabras que dice, que van en orden y en crescendo, aparecen las posibilidades. Pero ya no se habla para crecer, don Miguel de Cervantes Saavedra, sino para abrirse camino, como si la boca fuera un pito. Y en esos alaridos, chillidos y pitazos, lucimos la ignorancia y, como consecuencia, la ceguera. No sé que diría Sancho de esto, pero lo supongo: es que donde ya ni se silba cómo se va a aprender a volar y a poner huevos.

97. A DALI:
Visto, leído y asombroso Salvador, por estos días usted está de aniversario, hecho este que seguro despreciaría porque uno no debe ser recordado por fechas (generadas por el azar) sino por las obras o, como en el caso de los griegos, por florecimiento. Se florecía cuando uno era reconocido, es decir, al momento en que las construcciones del sujeto comenzaban a ser importantes para la comunidad y la ciudad. Pero no le voy a hablar de florecimientos, palabra ésta que admite interpretaciones cubistas y surrealistas, sino de percepciones de la realidad en un momento en que los derechos humanos están torcidos y en proceso de desleírse, como sus famosos relojes, querido Salvador. Es que cuando los buenos resultan ser los malos, los valores se invierten.

Billy Wilder, refiriéndose a Marilyn Monroe, decía: Ella es un infierno, pero vale la pena. Y de esta manera catalogaba una inversión en la percepción de la realidad. Igual que en sus cuadros y bigotes, querido Salvador, donde las cosas existen pero de otra manera y a partir de ahí el mundo deja de ser en su manera clásica para ser entendido desde otras formas, estas más delirantes y con una dosis grande de revés. Recuerdo su cuadro de Gala seducida por el cisne donde usted sería Zeus y ella lo que es y no es. También me viene a la memoria el cráneo de un novillo en medio de un desierto que se mueve y que, bajo la otra realidad, ya no es una extensión desértica sino un aire contaminado y esos huesos no están muertos sino vivos.

Querido Salvador Dalí, dicen que a usted se debe ese ojo cortado que aparece en El perro Andaluz, aunque otros se lo dan a Luis Buñuel que también tenía un ojo malo, pero importa poco de quién sea el ojo, lo que interesa es que por un ojo así, surrealista, nos están tratando de mostrar la realidad, la historia y los acontecimientos políticos. O sea que ya no es lo que vemos sino lo que la propaganda quiere que veamos. Y el mudo entonces cambia, se disuelve y ahí aparece usted como profeta de estos tiempos donde los buenos que son malos se ven ya como unos santos.

121. A DE LEZO:
Recordado y ciertamente no estimado, don Blas. El motivo de esta carta obedece a tres razones: a la suplantación de funciones, a la doble identidad y a que el diablo anda suelto. La primera tiene como fin aclarar que en una carta anterior lo confundí a usted con don Juan de la Cosa, piloto de Colón y nada parecido a vuesa merced, pues ni era medio hombre (aclaro que a usted le faltaba una unidad de cada dos) ni defendió a Cartagena. O sea que don Juan queda excento de un sumario como el suyo. Claro está que esto no le quita de encima el ser cuasi-pirata, comer carne cruda y el haber despachado la mitad de un cerdo en la boda de una sobrina. Adicionando, además, esa doble filiación sexual que ejerció in extremis.
Lo de la doble identidad, don Blas, lo traigo a colación por aquello de que usted, como todo buen hombre de mares y galeones, manejó muy bien el oficio de conspirar y el de doble agente Y si bien usted trabajó con españoles, también le hizo sus aires a los corsarios ingleses y franceses, partiendo con ellos, en ocasiones, más de un botín. Su actitud, entonces, genera (o legitima) un gen muy especial en estas tierras: el de la personalidad múltiple, sobre todo en cuestiones económicas y políticas. Es que allí donde está el poder la doble identidad (diría que el mataharismo, para usar una expresión de streap-tease) es manifiesta.
Ya, en la tercera razón, don Blas de Lezo (defensor de Cartagena para no perder unos contrabandos que todavía no había almacenado en los sótanos de Mompox), no sé si el diablo anda suelto o está bien metido en muchos. El caso en que en este país, donde la corrupción y el asesinato, la traición y la envidia campean como la brisa barranquillera al caer la noche, no se puede hablar de satanás porque de inmediato saltan los endiablados como si les hubieran echado sal en un ojo. Y razones debe haberlas. Si uetsd en estas tierras es un héroe (o sea que su ejemplo moral apesta), que más se puede esperar sino que el diablo esconda al diablo.

124. A VARGAS LLOSA:
Leído y después no leído más, Mario. Es usted una persona prepotente. O, para ser más preciso, uno de esos sátrapas latinoamericanos llamados coroneles por Jorge Amado, sólo que en lugar de grandes extensiones de tierra lo que tiene son palabras rabiosas y tocadas por la envidia.. Por ejemplo: Sólo si se lo merece, leeré a la Nobel. Esta frase muestra que está molesto y quizás no haya dormido bien por estos días. Cuestión de pulgas. Usted, que hace parte de la cultura de la ira y la verdad absolutas y por eso cambia de bando cada tanto para acomodarse a lo que pasa en los almuerzos de la alten elite, ha pretendido el premio Nobel en los últimos años y, por esta o aquella razón, ha salido arrastrando la lengua.
No sé cómo sea la totalidad de la literatura de Elfriede Jelinek (ya algo he leído), y sólo acierto a saber que es la nueva Nobel y que la posición que tiene, antes que servil, es contestataria. Ya en los últimos premios de la Academia Sueca se nota la tendencia a exaltar a quienes tocan eso terrible que occidente pretende esconder colocando encima grandes capas de olvido: la exclusión y la muerte industrializada (Imre Kertész), el racismo (J:M. Coetzee) y ahora la posición de la mujer frente al machismo cultural y político, del cual usted, amigo Mario, es buen ejemplar. Imagino que es cuestión de lucha interior entre sus antepasados incas y españoles.
Creo, señor Mario Vargas Llosa, que la literatura que se premia ya no es la que nace de una anécdota o de una historia surrealista sino aquella escritura que plantea una tesis y nos enfrenta con eso que no queremos ver. El Nobel no se lo gana el que tiene muchos libros sino ese que desarrolla una idea que nos acusa de ceguera, malversación, hipocrecía, complicidad, silencio y falta programada de moral. Creo que en la literatura presente se cumple lo que decía George Orwell con relación a la libertad de expresión: decir lo que la gente no quiere oír. Siento que le duela la señora Jelinek. Ella, como yo, sabe que se debe al dolor de macho censurador. (José Guillermo Anjel R | memoanjel2.blogspot.com)

Cartas dispersas: Primera parte (1-60) | Cartas: Segunda parte (61-124) | Cartas: Personajes | Cartas: Biblia | Cartas: Francés


[ Inicio | Documentos | Autores | Nietzsche | Ortega | Marx | Hegel | Kant | Hume ]