Invasión de Irak (2003)
Motivos



Invasión de Irak (2003): Motivos:
Irak representa una amenaza mortal [poses a mortal threat]. (Dick Cheney mientras se preparaba a la opinión pública) El sistema internacional basado en el estado-nación soberano está siendo transformado por una amenaza transnacional que debe ser combatida en el territorio soberano de otros países. (Henry Kissinger, octubre 2002) Kissinger, que habla dando por hecho que las armas de destrucción masiva de Irak constituyen un peligro inminente, también habla de acciones preventivas de una nueva categoría a llevar a cabo en países soberanos. La fase siguiente de la campaña antiterrorista no podía dejar de plantear la cuestión de cómo enfrentar al terrorismo incipiente, no ya al efectivo.

Incremento del control militar de la región:
[...] Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades [...] Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes. (Susan Sontag, 2003)

El informe de la CIA (2002):
El informe de 93 páginas convenció al Congreso a pesar de su falta de afirmaciones concluyentes. Indicaba la posibilidad de que Saddam estuviera entrenando a operativos o proporcionando material. No confirmaba que se hubiese reanudado el programa de desarrollo de armas biológicas. Afirmaba que era muy posible que el régimen iraquí estuviera desarrollando programas de armamento nucleares, químicos y biológicos. No se han podido detectar porciones de estos programas. Podría contar con armas nucleares para 2007 o 2009. Apuntaba como posibilidad que Sadam sería capaz de emplear armas de destrucción masiva, implicarse en actos terroristas en suelo estadounidense o compartir material químico o nuclear con Al Qaeda. Una versión del informe se hizo pública en 2004 censurada hasta un límite tan extremo que dejaba todo prácticamente sin aclarar. Rumsfeld afirmó que los servicios de Inteligencia contaban con evidencias a prueba de balas de la relación entre Saddam Hussein y la red terrorista, así como la presencia de miembros de Al Qaeda en Irak. Sobre este punto el informe decía No conocemos hasta qué punto Bagdad es partícipe activa del uso de su territorio por parte de Al Qaeda para refugiarse. Bush afirmó que Irak estaba intentando reconstruir su programa nuclear (2002). Cuando la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice denunció los esfuerzos de Irak para hacerse con tubos de aluminio para crear centrifugadoras nucleares, el Departamento de Energía indicó que esta clase de material probablemente estaba destinado a la fabricación de motores de cohetes. Esta valoración no fue incluida en el informe. En 2015 la CIA desclasifica gran parte del documento.

Biden fue el único candidato a las primarias presidenciales del partido demócrata (2020) que había votado a favor de la guerra de Irak. Cuando Bush buscaba la aprobación para una intervención militar Biden era el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Desde su puesto privilegiado para obtener información directa no denunció los argumentos dudosos y deshonestos sobre las armas de destrucción masiva. El congresista Howard Dean destacó entre los demócratas por su oposición a las decisiones de Bush sobre la intervención militar. Sus críticas incluían al líder del partido demócrata por su alineamiento con la actitud belicista de la administración de Bush. Las primarias del Partido Demócrata para la presidencia nominarían a un candidato que sí votó por la invasión, John Kerry.

Prensa manipulada:
Mientras en Bagdad y en todo Irak la gente construía refugios bajo tierra en sus jardines, mientras quienes podían huían del país, mientras las familias acumulaban alimentos sabiendo que la guerra podría durar semanas o meses, mientras el Ejército estadounidenses se disponía a atacar a todo un país sin amparo legal ni justificación moral, las portadas de buena parte de la prensa internacional dedicaban, día tras día, amplios espacios a un debate impuesto por la agenda de Washington, sobre la presunta cantidad de armas de destrucción masiva que tenía el régimen de Sadam Hussein. Los periodistas que estábamos en la capital iraquí nos veíamos obligados a hablar en nuestras crónicas de las ruedas de prensa casi diarias que ofrecían los estadounidenses y la ONU sobre el desarme iraquí. Estados Unidos presentaba cada semana nuevas exigencias en una escala que comenzó por asuntos comprensibles hasta llegar a un lenguaje técnico en el que se entremezclaban ojivas y muelles de misiles con extraños agentes nerviosos, extravagantes camiones supuestamente portadores de armas químicas y los kilómetros de alcance de los misiles Al Samud. Azuzada por la agenda de Estados Unidos y de Naciones Unidas, la prensa internacional fue prisionera de un debate trampa, centrado en el número de misiles iraquíes, en las armas que el régimen presuntamente ocultaba, en las escenificaciones. Solo se buscaba una respuesta: ¿Coopera Irak lo suficiente con los inspectores para acabar con las armas de destrucción masiva? Una pregunta de imposible respuesta, pues como se supo a posterior era imposible demostrar la inexistencia de lo que no existe. Mientras, las preguntas imprescindibles se quedaban fuera del debate dominante: ¿Supone Irak una amenaza real para el mundo? ¿Tiene armas de destrucción masiva? ¿Es legal la invasión de Irak? Todas esas respuestas eran negativas, pero eso no importaba: el debate era otro, la agenda impuesta por Washington ganaba, a pesar de la oposición a la guerra de la sociedad civil en varios países occidentales. (Olga Rodríguez, 17/06/2015)


Revisión de errores:
[El periodista George] Packer era un firme partidario de la invasión de Irak para derrocar a Sadam Hussein. Como uno de los denominados liberal hawks (halcones progresistas), creía que acabar con una dictadura tan cruel como la iraquí era casi una exigencia moral. [...] En su libro, Packer [La puerta de los asesinos] describe por qué la aventura iraquí estaba lastrada de origen por dos prejuicios ideológicos: el deseo de Paul Wolfowitz –número dos del Pentágono– de corregir la decisión de 1991 de no culminar la llamada guerra del Golfo con el derrocamiento de Sadam, y la obsesión de los neoconservadores por ayudar a Israel y enterrar a sus enemigos. No puede sorprender que estos políticos y académicos creyeran que el apoyo a Israel debía ser uno de los ejes de la política exterior norteamericana. Lo que despertó el interés de Packer es que estas personas se comportaran como embajadores del Likud en EEUU trazando una estrategia que respondía más a los intereses del partido de Netanyahu que a los de su propio país. Entre ellos estaban los autores del estudio A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm, enviado a Netanyahu, cuyas principales recomendaciones eran "aplastar militarmente a los palestinos, derrocar a Sadam y poner a un rey hashemita (la dinastía que gobierna en Jordania) en el trono iraquí", escribe Packer. Lo redactaron en 1996. Años después, desde sus puestos en la Administración de Bush y del mundo académico, tuvieron que cambiar algunas conclusiones, pero las líneas maestras eran las mismas. El presunto (e inexistente) arsenal nuclear de Irak era una razón de peso, pero no la más importante. La guerra se justificaba por sí misma. Por eso, ni se molestaron en analizar cómo debería ser la postguerra iraquí. Es más, pensaron que preparar el día después de la victoria, como intentó hacer el Departamento de Estado, sólo serviría para descubrir problemas y obstáculos que harían más difícil que la opinión pública aceptara en primer lugar la idea de enviar a las tropas. (Iñigo Sáenz de Ugarte. 2016)


Balance de la vía armada:
Nadie hace cuentas por la destrucción de miles, decenas de miles, centenares de miles de vidas en el próximo Oriente. Vidas arrasadas por la lógica de aquella guerra de venganza del segundo Bush, una guerra por el petróleo y el orgullo, una guerra solo de destrucción y saqueo, que desestabilizó para décadas la región y legitimó a los hijos del odio, el rencor y la yihad. [...] Es fruto de aquel mal cálculo guerrero de los halcones de Bush y sus informes trucados. Fue un mal negocio, aquel cálculo de soldados muertos por galón de fuel, un descargue de violencia que hizo ricos a algunos, pero arruinó a Estados Unidos y provocó esta crisis. (Francisco Pomares, 2016)


Visión militar de los conflictos:
Según ha señalado Eliot Cohen, es raro que encomendar la conducción de la guerra moderna a soldados profesionales haya producido victorias duraderas. Los sucesivos gobiernos de EE. UU. entre 1965 y 2001, en particular, han dejado en gran medida la ejecución de la guerra en manos de sus asesores militares de mayor rango. Dichos gobiernos no escogieron a los generales adecuados, no mantuvieron con ellos un diálogo significativo sobre temas estratégicos y operacionales, y no formularon prioridades ni mantuvieron las proporciones en unos conflictos que, a fin de cuentas, no pasaban de ser secundarios. En resumen, los políticos perdieron la perspectiva de lo que necesitaban hacer para dirigir una guerra —tanto en Vietnam, donde se presenció una «mortífera combinación de estrategia inadecuada y control civil excesivamente débil», como en la Guerra del Golfo, donde los políticos aceptaron desastrosamente la estrecha definición de «victoria» propuesta por los militares como el «éxito en el campo de batalla», más que el «logro de la estabilidad en el golfo Pérsico». En cambio, fue raro que George W. Bush y su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, escucharan un consejo que les llevase la contraria: marginaron al secretario de Estado Colin Powell, que había sido presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor durante la primera Guerra del Golfo y poseía, por tanto, un cúmulo de experiencias de detalle, y silenciaron a cualquier militar que los cuestionara. Cuando, poco antes de la invasión de Irak, el general Eric Shinseki, jefe de Estado Mayor del ejército, dijo al Comité de Servicios Armados del Senado que se necesitarían «varios cientos de miles de soldados» para ocupar con eficacia el país tras la victoria, fue ridiculizado por Paul Wolfowitz, el segundo de Rumsfeld. (Geoffrey Parker, 2005).

Disenso inadmisible:
En el caso de [Thomas] Friedman, el acceso a la información se reformula cuidadosamente como punto medio aceptable en cualquier terreno político. Y la postura de Friedman en la guerra de Irak fue despreciable. No solo cerró filas con todos los demás, sino que probablemente malinterpretó ligeramente los posos del té y también se alineó demasiado rápidamente con la postura antifrancesa y antieuropea. Fue él quien publicó una columna en la que decía que Francia debía ser expulsada del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por haber tenido la desfachatez de oponerse a Estados Unidos en un asunto tan importante. (Tony Judt)

Desinformación activa:
Michael Moore señala personalmente a la periodista Judith Miller como autora de una traición a la verdad perpetrada por el New York Times. En 2015 Miller reconoció que su famoso artículo sobre armas de destrucción masiva era básicamente falso. Su disculpa se basa en que en aquel momento había un amplio consenso en que Irak poseía los arsenales. Atribuyó la culpa del engaño a sus fuentes, fiables hasta aquel momento, que todavía mantiene en secreto. La fuente de información principal de Judith Miller, que posteriormente cayó en el ostracismo, fue Ahmad Chalabi, con intereses personales en el cambio de régimen iraquí y miembro de los servicios secretos iraníes. Un alarmado Jean-Marie Guéhenno, jefe de las misiones de paz de Naciones Unidas, comentaba con personas de confianza las señales que dejaba ver el montaje mendaz que estaba preparando Washington para manipular a la opinión pública. George Soros se significó alertando sobre el itinerario bélico que se estaba preparando sin basarse en hechos comprobados. La intervención armada fue precedida de una autorización por parte de los representantes demócratas que otorgaba la potestad de decisión a Bush. Pasado un tiempo justificarían su voto diciendo que ellos no votaron por la intervención sino por ceder la decisión al presidente para que tomara la opción más conveniente. En realidad tenían información de sobra para saber cuáles eran las intenciones de la administración Bush.


Mezcla de intereses:
La guerra de Iraq, por ejemplo, fue el dramático resultado de decisiones políticas e intereses económicos que condujeron a ella. La actuación interesada de líderes políticos, militares, empresarios deseosos de conseguir recursos naturales y ventajas comerciales, o la necesidad de reforzar el prestigio y la gloria personal del gobernante son factores con mayor fuerza explicativa que la “maldad humana”. Ciertamente, las pasiones del odio, la indignación, la destrucción y el miedo, junto a la indiferencia hacia unas vidas previamente desposeídas de dignidad humana, son elementos indispensables para llevar a cabo esas acciones, pero no constituyen su causa. (María Márquez Guerrero, 2017)

Muertos innecesarios:
[...] De manera ejemplar, el Gobierno francés y el Gobierno alemán dijeron que no -y luego se les unió el español, rompiendo su complicidad con Estados Unidos, esa gran potencia que actuaba como compulsivamente de una forma criminal-. [...] Harold Pinter formuló la pregunta: "¿Cuántas personas hay que matar para poder ser considerado asesino de masas y criminal de guerra?". La pregunta no puede desecharse a la ligera como simple retórica, porque se refiere al acreditado e hipócrita comportamiento numérico de Occidente, al recuento de víctimas. Sin duda nos esforzamos contablemente por enumerar las víctimas de ataques terroristas -y su número es suficientemente aterrador-, pero nadie cuenta los cadáveres después de los ataques estadounidenses con bombas y misiles. Sea en la segunda o en la tercera guerra del Golfo -la primera la hizo Sadam Husein, apoyado por Estados Unidos de América, contra Irán-, unas estimaciones groseras permiten suponer que cientos de miles. Sin duda, de los 2.400 soldados estadounidenses caídos en la actual guerra de Irak, cuidadosamente contados, hay que lamentar cada uno de ellos como un muerto innecesario, pero esa lista de bajas no puede justificar a posteriori una guerra iniciada contra derecho y criminalmente dirigida, ni, desde luego, compensar la enorme cifra de mujeres y niños muertos y mutilados, que desde el punto de vista occidental se trivializa con la bárbara expresión de daños colaterales. [...] Nosotros los escritores estamos llamados a contar los muertos no sólo de otra manera, es decir, más allá de cualquier toma de partido, sino también, por razón de nuestro especial talento, separando cada muerto, sea amigo o enemigo, mujer o niño, de la masa de los sepultados sin nombre, a fin de que sea reconocible como víctima de un proceso que se llama guerra y tiene muchas causas. ¿Quién la quiso? ¿Qué mentiras velaron su objetivo? ¿Quién se beneficia de ella? ¿Qué valores bursátiles hace subir? ¿Quién suministró las armas que han causado tantas muertes? Y más aún que la cuestión judicial de a quién corresponde la culpa, debe preocuparnos saber desde cuándo nos convertimos también en culpables. ¿Cuando dijimos que no, sólo con desgana? ¿Cuando nos dejamos persuadir de que no era nuestra guerra? [...] Siempre que sus mentiras carecen de atractivo, enganchan a Dios en el tiro. Sean Bush o Blair, llevan la hipocresía escrita en el rostro. (Günter Grass)


Instalaciones nucleares:
En 1981 Israel atacó y destruyó el reactor nuclear iraquí de Osirak. Estaba situado en el Centro de investigación nuclear de Al Tuwaitha, a 18 km al sudoeste de Bagdad. El centro fue completamente destruido por la aviación de EE.UU. durante la Guerra del Golfo (1991). Se emplearon repetidos ataques durante 19 días sobre el altamente fortificado complejo. Los ataques eran realizados por decenas de cazas (F-16, F-111 y F-117). En 2007 Israel destruyó el reactor sirio en Dayr az-Zawr.


● Hablando de estrategias de desinformación, el informe de la Comisión Chilcot sobre la participación británica en la invasión y ocupación de Irak recuperó las actas escritas sobre la reunión que mantuvieron Aznar y Tony Blair en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, tres semanas antes del comienzo de la guerra. Preocupados por la repercusión en sus países, acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación con la que demostrar que «estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra». Se trataba de envolver los hechos con un manto de propaganda. Blair necesitaba intentar negociar una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le permitiera argumentar que se había esforzado en impedir la guerra. Era una cuestión de guardar las apariencias, porque Bush ya había tomado la decisión de invadir y Aznar le apoyaba por completo. (Íñigo Sáenz de Ugarte, septiembre 2021)

● ¿Qué pasa con todos los que votaron por la Guerra de Irak, una atrocidad criminal que mató a 500.000 personas? (Nathan J. Robinson 2017) [En un párrafo sobre la conveniencia de marginar del debate los argumentos empleados por los criminales de guerra]. ● La guerra de Estados Unidos contra Irak sigue siendo el acto de guerra agresiva más mortífero de nuestro siglo, y un fuerte candidato para el peor crimen cometido en los últimos 30 años. (Nathan J. RobinsonNoam Chomsky, 2023)

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