Viajes de exploración
Malaspina



La expedición Malaspina (1789-1794). por Vicente Mira Gutiérrez:
En 1788, y en la Isla de León (San Fernando), será donde cristalice la idea de realizar la más maravillosa expedición náutico-científica que dos marinos ilustrados pudieron imaginar: los Capitanes de Fragata D. Alejandro Malaspina y D. José Bustamante y Guerra, a quienes el destino uniría en el enclave naval más estratégico de la España suratlántica, el Arsenal de La Carraca, al fondo de ese óvalo perfecto que forma la bahía gaditana, muy cerca de un Cádiz, todavía «señor del mar», joya de la Corona y de la política naval de los Borbones. No era un viejo sueño de quimeras lo que animaba a los dos marinos españoles a circunnavegar la Tierra a través de océanos y mares: lo que ambos se proponían -y el tesón y sus hojas de servicio lo posibilitarían- era formar toda una expedición a través de las inmensas planicies oceánicas, islas y tierra firme, minuciosamente estudiada hasta el más ínfimo detalle y perfectamente organizada, sabiendo qué se proponían, cuáles eran las limitaciones, imposibilitando, en definitiva, que nada quedara al albur en tan largas e imprevisibles singladuras y derrotas, «corriendo temporales» o sufriendo calmas por las indefinidas sendas de los mares o de las vírgenes tierras de la América española. Cada milla de mar, cada legua de tierra, serían estudiadas por los expedicionarios con los más avanzados conocimientos del siglo; se determinarían las latitudes, por las alturas meridianas del Sol y de los relojes se deducirían las longitudes; se haría ciencia hidrográfica en mares, estrechos, radas, bahías y enseñadas, levantando de todos los más exactos planos, las concretas y detalladas cartas para la navegación y se adjudicaría un lugar preferente para las Ciencias de la Naturaleza, en especial para la Botánica, la más querida por los naturalistas de un siglo eminentemente botánico. Malaspina -en nombre de España- sería émulo de Magallanes y Elcano, de La Pérouse, de Cook y Bouganville... Una gesta pendiente, pese a sus glorias, para la Marina española.

El «Plan» de los dos marinos, dirigido al Ministro de Marina D. Antonio Valdés, el 10 de septiembre de 1788, sería aprobado con celeridad inusitada el 14 de octubre de ese mismo año: la propuesta de Alejandro Malaspina y Bustamante y Guerra había merecido la aprobación de Carlos III, dos meses exactos antes de su muerte. Inmediatamente se cursaron órdenes para la construcción de dos corbetas en el Arsenal isleño, ambas iguales, con un desplazamiento cada una de ellas de 306 toneladas, una eslora de 33,6 mts. y un puntal de 4,20 mts. Su obra viva quedaría cubierta con chapa de cobre para impedir la acción de la «broma» (un molusco que se fija a las maderas sumergidas y las perfora) y sus fondos tendrían doble casco para ponerlas a cubierto de cualquier posible varada. Recibieron los nombres de «Descubierta» y «Atrevida», correspondiendo el mando de la primera a D. Alejandro Malaspina, Jefe de la Expedición, a quien acompañan a una dotación de 102 hombres (como en la «Atrevida») entre jefes, oficiales, tropas de marina y de brigadas, artilleros de mar, grumetes, todos «robustos, capaces, leales y gratos al comandante... gente subordinada y hábil. Entre los oficiales figuraron D. Cayetano Valdés, quien en 1812 sería nombrado gobernador, Capitán General y jefe político de Cádiz, formando en 1812 parte de la Regencia durante la «incapacidad» de Fernando VII. Perseguido por el absolutismo, se exilió en Inglaterra hasta la amnistía de la Reina Gobernadora Dª María Cristina. Y D. Felipe Bauzá, Oficial Director de Cartas y Planos, a quien España debe que se salvaran los fondos cartográficos de la Dirección de Hidrografía, trasladándolos a Cádiz para que no cayeran en manos del ejército francés. Murió exiliado en Londres por sus ideas liberales. Entre los naturalistas, el Teniente Coronel Encargado de Historia Natural, D. Antonio Pineda, muerto en las Filipinas a los tres meses de su llegada a las mismas. La «Atrevida» tuvo como Comandante a D. José Bustamante y Guerra, embarcando en ella el oficial D. Dionisio Alcalá Galiano, que moriría heróicamente en Trafalgar; el botánico francés Luis Née y algo más tarde, en Santiago de Chile, el naturalista bohemio Thaddeus Haenke.

La expedición parte de Cádiz (30 julio 1789):
La mañana del 30 de julio de 1789, la ciudad de Cádiz parece más alborotada que de costumbre, hay un inusitado movimiento de tropa y marinería a lo largo y ancho de muelles y fondeaderos, donde se aprestan, con rigor de detalles, dos corbetas de la Real Armada de S. M. Carlos IV, proclamado rey de los españoles apenas un semestre antes, el 17 de enero de 1789. La «Descubierta» y la «Atrevida» van a iniciar una fabulosa, siempre inquietante navegación, en derrotas por mares hispanos, sabedores, desde hace ya más de dos centurias, de hombres y velas de la Corona de España. En la Bahía, naves de alta arboladura esperan vientos propicios al igual que las corbetas expedicionarias. Todo ha de quedar presto para la derrota; los pilotos repasan sextantes, agujas y escandallos; marineros y hombres de tropa, cirujanos y capellanes ponen en orden aparejos y artillería, hierbas y altares... Las velas se hinchan con suaves brisas de la mañana; las anclas se levan a bordo y las dos proas, seguras del rumbo marcado por sus Comandantes, se alejan lentamente del fondeadero gaditano, para irse desdibujando, irremediablemente, en la lejanía de la tierra. Banderas en la torre de Tavira dan un último adiós a los marinos españoles. A la salida de la canal multitud de botes y faluchos acompañan a las naves en un abrazo para quienes van a realizar la más grande hazaña expedicionaria que el siglo les iba a deparar.

. Con buen tiempo y viento del Nordeste, al alcance de la voz, las dos corbetas pusieron rumbo a Montevideo. Tras 62 meses a bordo, por tierras y mares del Mundo, la «Descubierta y la «Atrevida» -dos «arcas» de la ilustración española- realizarán un viaje hecho por navegantes españoles -siguiendo las trazas de los Sres. Cook y La Pérouse- para enriquecer la Historia Natural y construir «las cartas hidrográficas para las regiones más remotas de América y de derroteros que puedan guiar con acierto la poca experta navegación mercantil.» Conocer el comercio de cada provincia y reino e investigar el estado político y militar de la América... Estuario del Río de la Plata, Patagonia, las Malvinas, Chile y Perú, Guayaquil, Panamá, Acapulco, San Blas California, búsqueda del paso del N.0. hasta alcanzar el paralelo 602, Glaciar de «Malaspina», las Marianas, Filipinas, Nueva Zelanda... España.

Regreso a Cádiz (21 septiembre 1794):
El 21 de septiembre de 1794, Cádiz recibía a quienes, bajo el mando de Malaspina, habían desarrollado uno de los más preciosos trabajos científicos del siglo, corrigiendo las situaciones geográficas establecidas por los navegantes franceses e ingleses, acumulando al propio tiempo una rica colección de minerales y levantado mapas de las costas Suramericanas, pilar básico para la creación del Instituto hidrográfico español.

    El informe sobre el autogobierno:
    Se llevó a cabo un estudio sociológico de su población, de la estructura de las clases sociales y del estado y funcionamiento de la administración colonial. Señalaba que estaba generalizada la corrupción y despotismo de los titulares de las principales instituciones de gobierno, casi siempre funcionarios civiles y militares peninsulares que tenían como principal propósito enriquecerse lo antes posible. Esto provocaba una irritación y un resentimiento crecientes en las elites y clases ilustradas criollas. El informe propugnaba la concesión de un régimen de amplio autogobierno a las colonias como único medio de evitar su independencia.

Como réplica a sus juicios sobre la política que España debía seguir en su América en las postrimerías del siglo (leyes y gobierno con amplias autonomías, dentro de la unidad del sistema religioso, legal y militar con la Metrópolis), con una buena dosis de intrigas palaciegas, valieron la cárcel, en el Castillo coruñés de San Antonio -y su posterior destierro a su Italia natal- al gran navegante ilustrado: era el pago que el Príncipe de la Paz daba a quien más gloria expedicionaria y científico-naval dio a España en todo el curso del siglo XVIII, siglo de la Razón y de las Luces.
Autor:Vicente Mira Gutiérrez
Extraído de: www.ctv.es/USERS/arenaycal/dicbre/mira.htm

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