Literatura
Mediterráneo



Mediterráeo:
Los que somos del Atlántico, mar que incluye al bravo Cantábrico, bromeamos mucho con el mar Mediterráneo, que nos parece precisamente un mar de broma, demasiado tranquilo para acercarse al rumor incesante, al bramido de nuestro querido océano. Pero, claro, esta broma es tan solo una broma, porque el Mediterráneo es el tuétano de la cultura de la que vivimos y en la que vivimos, y además este no es un mar tan tranquilo y sosegado como nosotros decimos, sino que es un mar con sus calenturas, sus temporales y sus pavorosas tormentas. Y es, sobre todo, el mar de muchos poetas que a lo largo de los siglos encontraron en él una metáfora mucho más honda que la que ofrecen los mares cuando los poetas tienen que hablar del tiempo o de la vida, tan sinónimos. Un hombre, un poeta, Joan Manuel Serrat, hizo el milagro contemporáneo de convertir ese mar en un símbolo generacional, de pertenencia, de amor a la tierra, aunque la tierra en este caso sea precisamente el mar, la orilla del mar, que es a lo que cantó ya de manera legendaria el cantante del Poble Nou barcelonés. Esa canción [...] ha crecido con nosotros, sirvió para que nos diéramos cuenta de que la contemplación de los lugares de la infancia y de la juventud nunca se desprende de la mirada, y sigue siendo motivo de inspiración, de canto o de silencio. ... Mediterráneo es un sentimiento que apela al sentimiento del arraigo. Uno no es de una patria o de un suelo, sino que es de una sensación, de un modo de relacionarse con la realidad cuando ésta se propone también como símbolo, y no encuentro mejor lugar de procedencia que el mar, su orilla misteriosa, en la que los niños nos vamos haciendo las primeras ilusiones fantásticas sobre el viaje, sobre el origen del mundo, e incluso sobre el origen de los sonidos del mundo... nos sirve a todos como oración íntima de nuestra propia pertenencia a la tierra o al mar; nadie puede ignorar que en esos versos late y palpita un sentimiento áun más hondo que el que se tiene tan solo cuando se mira el mar. Ese sentimiento es el de una identidad, abierta a otros, abierta al mundo... es la mejor canción, la que nos dice al oído y en el alma que estamos vivos, mirando al mar, recibiendo de él el ritmo del amor a la vida que fue, a la vida que que viene. (Juan Cruz Ruiz)


Escenario de eventos cruciales:
La cuna del tráfico de ultramar y del arte de los combates navales, el Mediterráneo, aparte de todas las asociaciones de aventura y gloria, herencia común de toda la humanidad, ejerce sobre el marino un entrañable atractivo. Ha cobijado la infancia de su arte. El lo ve del mismo modo en que un hombre puede mirar el espacioso cuarto de los niños de una viejísima mansión donde innumerables generaciones de su propio linaje han aprendido a andar. Digo de su propio linaje porque, en cierto sentido, todos los marineros pertenecen a una única familia: todos son descendientes de aquel antepasado aventurero y peludo que, a horcajadas sobre un leño informe y valiéndose de una rama encorvada como zagual, realizara la primera excursión costera por alguna bahía protegida en la que resonarían los gritos de admiración de su tribu.

[Batallas:]
Es lamentable que todos esos hermanos de profesión y de sentimiento, cuyas generaciones han aprendido a andar por las cubiertas de los barcos en ese cuarto de niños, también se hayan dedicado furiosamente, en más de una ocasión, a cortarse el pescuezo los unos a los otros allí mismo. Pero la vida, al parecer, tiene tales exigencias. Sin la propensión humana a matar y a otras iniquidades no habría habido heroísmo en la historia. Es una reflexión consoladora. Y además, si uno examina con imparcialidad los hechos violentos, se aparecen como de escasa consecuencia. De Salamina a Actium, pasando por Lepanto y el Nilo y acabando con la matanza naval de Navarino, por no mencionar otros encuentros armados de menor interés, toda la sangre heroicamente derramada en el Mediterráneo no ha dejado la mancha de un solo reguero de púrpura sobre el azur profundo de sus aguas clásicas. (Joseph Conrad)

Mediterráneo. Eugenio Montale:
Antiguo, estoy embriagado por la voz
que brota de tus bocas cuando se abren
como verdes campanas y se repelen
hacia atrás, disolviéndose.
La casa de mis veranos juveniles
-lo sabes- estaba a tu lado
allá en la tierra donde el sol calcina
y oscurecen el aire los mosquitos.
Hoy como entonces ante ti permanezco
inmóvil, mar, mas no me creo
digno ya de la solemne admonición
de tu aliento. Me dijiste primero
que el pequeño fermento
de mi corazón no era sino un instante
del tuyo, que en el fondo de mí
estaba tu arriesgada ley: ser enorme y diverso
y fijo al mismo tiempo,
para librarme así de toda suciedad,
como tú cuando arrojas a tus playas
entre estrellas de mar, corchos y algas
las inútiles sobras de tu abismo.
(Eugenio Montale)


Bajo la dulce lámpara. Pablo García Baena:
[...]
Otras veces al soplo suave de Favonio,
empujado por Tetis y las verdes Nereidas,
el Mediterráneo dorado por la escama de los delfines
dejaba su plegaria fugitiva de algas
en las votivas gradas de los templos.
Allí Venecia en el otoño adriático
mece en la ola púrpura su cesto de corrompidos frutos,
desfalleciente en el abrazo joven de los gondoleros,
y las jónicas islas
se yerguen como mitras de mármol sobre las aguas.
[...]
(Pablo García Baena)


La vida infinita. Silvina Ocampo:
[...]
No existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

No habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

No estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

No habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

Si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. Vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,
[...]
(Silvina Ocampo)


Qedeshim qedeshoth. Gonzalo Rojas:
Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz belísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.
[...]
(Gonzalo Rojas)


Un largo adiós. Carlos Sahagún:
[...]
Estamos lejos
uno de otro y todo sirve
para marcar bien las distancias;
y sin embargo, el aire de la noche,
el sueño, el despertar de tanta ausencia,
me traen recuerdos vivos, restos puros
de todos los naufragios:
el mar mediterráneo en calma (en mi ciudad o en Nápoles),
un pinar castellano, o bien
un día de junio a pleno sol entre mis brazos.
[...]
(Carlos Sahagún)


Chipre. N.Boodson:
Todo el azul del Mar Mediterráneo
ondula en mi redor;
y mientras lentamente voy remando
me acaricia el relumbro
de su tórrido sol.

El flácido velamen, sin premura,
camino a la ensenada
por la bahía cruza.
Persiguiendo sus sombras,
las nubes blancas del confín
sobre el distante promontorio flotan
como raída colcha, parda y gris.

La quilla chapotea;
por entre el agua de verdura
viene sorbiendo una marsopa,
y como sombra rauda,
con impulso de aletas y de cola
bajo el bote se clava.

Remo hasta que suspira
la hendida arena
con el pausado embate de la quilla.
La barca entrega
sobre la playa su fatiga;
y mientras vago en los palmares
contemplo cómo en opalinas nieblas
se envuelven los remotos litorales.

Isla de los Lotófagos, te siento...
De tus grises montañas
brotan los manantiales del Letheo.
Aquel vapor tan sólo es el olvido,
velo que nubla la visión lejana.
(N. Boodson, sargento del Octavo ejército II Guerra Mundial)

Mar antiguo. El último de la fila:
Dejé la estepa
cansado y aturdido;
pasto de la ansiedad.
No hay otros mundos
pero sí hay otros ojos,
aguas tranquilas
en las que fondear.

Mar antiguo, madre salvaje,
de abrigo incierto
que acuna el olivar.
Muge mi alma confusa y triste;
ojos azules en los que naufragar.

Te he echado tanto de menos
patria pequeña y fugaz;
que al llegar cruel del norte el huracán
no se apague en tu puerto el hogar.

Mar antiguo, madre salvaje,
en tus orillas de rodillas rezaré.
Tierra absurda que me hizo absurdo,
nostalgia de un futuro azul en el que anclar.

Triste y cansado,
con los viejos amigos
el vino y el cantar;
mientras quede un olivo en el olivar
y una vela latina en el mar.

Viejos dioses
olvidados
mantenednos
libres de todo mal.

Mar antiguo,
dios salvaje
de la encina
y del gris olivar.
(El último de la fila)

Carta de Juan Ramón Jiménez:
[...] Creo que la esencia de la poesía debe ser lo eterno, lo universal, y el lenguaje el mismo que hablamos, aparte de que España no sólo es Castilla. Los meridionales somos fenicios, griegos, romanos, árabes, y lo pardo de la meseta central no nos invade del mismo modo que los jardines y que el mar. Son cosas diferentes.

Robert Graves: Deià:
Casi todas las tardes se ponía un sombrero y bajaba a la cala. Quedaba en bañador, saltaba entre piedras bañadas de oleaje hasta llegar a una enorme roca asomada al Mediterráneo, que parecía un animal bebiendo mar, entonces se retrotraía a su juventud, cuando aprendió a escalar, se agarraba a aquel animal gigante con sus manos, avanzaba lento, sin que sus pies tocaran el agua, hasta llegar al morro para subirse en él y lanzarse al agua…. Nadaba en semicírculo y volvía a la orilla de su edén particular. (William Graves)

Lesbos:
Uno se imagina Lesbos como la isla paradisiaca a la que cantaron Alceo y Safo (y Odysseas Elytis, ya en nuestro tiempo) y en la que durante siglos nacieron culturas que se esparcieron después por toda la región y a la que al mismo tiempo llegaron viajeros procedentes de todo el Mediterráneo y aún de más lejos; una isla hermosa y llena de olivos en la que sus habitantes vivieron en paz salvo en los periodos bélicos que salpicaron a Grecia y a Europa. (Julio Llamazares, 2016)


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