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Cataluña



Nada (Puerto de Barcelona):
Fuimos hacia Miramar y nos acodamos en la terraza del Restaurante para ver el Mediterráneo, que en el crepúsculo tenía reflejos de color de vino. El gran puerto parecía pequeño bajo nuestras miradas, que lo abarcaban a vista de pájaro. En las dársenas salían a la superficie los esqueletos oxidados de los buques hundidos en la guerra. A nuestra derecha yo adivinaba los cipreses del Cementerio del Sudoeste y casi el olor de melancolía frente al horizonte abierto del mar. [...] Estaba en el puerto. El mar encajonado presentaba sus manchas de brillante aceite a mis ojos; el olor a brea, a cuerdas, penetraba hondamente en mí. Los buques resultaban enormes con sus altísimos costados. A veces, el agua parecía estremecida como por el coletazo de un pez, una barquichuela, un golpe de remo. Yo estaba allí aquel mediodía de verano. Desde alguna cubierta de barco, tal vez, unos nórdicos ojos azules me verían como minúscula pincelada de una estampa extranjera. (Nada, 1945, Carmen Laforet)


Barcelona y el mar:
Aunque a finales del siglo XIX ya era un lugar común decir que Barcelona vivía «de espaldas al mar», la realidad cotidiana no corroboraba esta afirmación. Barcelona había sido siempre y era entonces aún una ciudad portuaria: había vivido del mar y para el mar; se alimentaba del mar y entregaba al mar el fruto de sus esfuerzos; las calles de Barcelona llevaban los pasos del caminante al mar y por el mar se comunicaba con el resto del mundo; del mar provenían el aire y el clima, el aroma no siempre placentero y la humedad y la sal que corroían los muros; el ruido del mar arrullaba las siestas de los barceloneses, las sirenas de los barcos marcaban el paso del tiempo y el graznido de las gaviotas, triste y avinagrado, advertía que la dulzura de la solisombra que proyectaban los árboles en las avenidas era sólo una ilusión; el mar poblaba los callejones de personajes torcidos de idioma extranjero, andar incierto y pasado oscuro, propensos a tirar de navaja, pistola y cachiporra; el mar encubría a los que hurtaban el cuerpo a la justicia, a los que huían por mar dejando a sus espaldas gritos desgarradores en la noche y crímenes impunes; el color de las casas y las plazas de Barcelona era el color blanco y cegador del mar en los días claros o el color gris y opaco de los días de borrasca. (Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios)

Mediterráeo:
Los que somos del Atlántico, mar que incluye al bravo Cantábrico, bromeamos mucho con el mar Mediterráneo, que nos parece precisamente un mar de broma, demasiado tranquilo para acercarse al rumor incesante, al bramido de nuestro querido océano. Pero, claro, esta broma es tan solo una broma, porque el Mediterráneo es el tuétano de la cultura de la que vivimos y en la que vivimos, y además este no es un mar tan tranquilo y sosegado como nosotros decimos, sino que es un mar con sus calenturas, sus temporales y sus pavorosas tormentas. Y es, sobre todo, el mar de muchos poetas que a lo largo de los siglos encontraron en él una metáfora mucho más honda que la que ofrecen los mares cuando los poetas tienen que hablar del tiempo o de la vida, tan sinónimos. Un hombre, un poeta, Joan Manuel Serrat, hizo el milagro contemporáneo de convertir ese mar en un símbolo generacional, de pertenencia, de amor a la tierra, aunque la tierra en este caso sea precisamente el mar, la orilla del mar, que es a lo que cantó ya de manera legendaria el cantante del Poble Nou barcelonés. Esa canción [...] ha crecido con nosotros, sirvió para que nos diéramos cuenta de que la contemplación de los lugares de la infancia y de la juventud nunca se desprende de la mirada, y sigue siendo motivo de inspiración, de canto o de silencio. ... Mediterráneo es un sentimiento que apela al sentimiento del arraigo. Uno no es de una patria o de un suelo, sino que es de una sensación, de un modo de relacionarse con la realidad cuando ésta se propone también como símbolo, y no encuentro mejor lugar de procedencia que el mar, su orilla misteriosa, en la que los niños nos vamos haciendo las primeras ilusiones fantásticas sobre el viaje, sobre el origen del mundo, e incluso sobre el origen de los sonidos del mundo... nos sirve a todos como oración íntima de nuestra propia pertenencia a la tierra o al mar; nadie puede ignorar que en esos versos late y palpita un sentimiento áun más hondo que el que se tiene tan solo cuando se mira el mar. Ese sentimiento es el de una identidad, abierta a otros, abierta al mundo... es la mejor canción, la que nos dice al oído y en el alma que estamos vivos, mirando al mar, recibiendo de él el ritmo del amor a la vida que fue, a la vida que que viene. (Juan Cruz Ruiz)


Los mares del Sur:
En los cajones, recortes de artículos y entre ellos un poema recortado de una revista poética: Gauguin. Cuenta mediante verso libre la trayectoria de Gauguin desde que abandona su vida de burgués empleado de banca hasta que muere en las Marquesas rodeado del mundo sensorial que reprodujo en sus cuadros:

desterrado a las Marquesas
conoció la cárcel por sospechoso
de no infundir sospechas
en París
se le tenía por un snob empedernido
sólo algunas nativas conocían su impotencia
pasajera
y que l’or de ses corps
era un pretexto
para olvidar las negras sillerías de las lonjas
el cucú de un comedor de Copenhague
un viaje a Lima con una madre triste
las pedantes charlas del café Voltaire
y sobre todo
los incomprensibles versos de Stéphane Mallarmé.


Así terminaba el poema de un autor cuyo nombre no le dijo nada a Carvalho. Abrió la carpeta de fina piel corinto situada como una bandeja para el pecho del que se sentaba en el despacho. Notas manuscritas de asuntos económicos. Avisos de compra de objetos personales desde libros a cremas de afeitar. Un reclamo en inglés atrajo la atención de Carvalho:

I read, much of the night, and go south in the winter.

Y debajo,

Ma quando gli dico
Ch’egli è tra i fortunati che han visto l’aurora
Sulle isole più belle terra
Al ricordo sorride e responde che il sole
Si levaba che il giorno era vecchio per loro.


Finalmente,

più nessuno mi porterà nel sud.

Carvalho tradujo mentalmente:

Leo hasta entrada la noche
y en invierno viajo hasta el sur
...
Pero cuando le digo
que él está entre los afortunados que han visto la aurora,
sobre las islas más bellas de la tierra,
al recuerdo sonríe y responde que cuando el sol se alzaba
el día ya era viejo para ellos.
...
Ya nadie me llevará al sur.


-Los mares del Sur. -Su obsesión. Creo que fue leyendo un poema sobre Gauguin. A partir de aquel momento persiguió el mito de Gauguin. Se compró incluso una copia de la película interpretada por George Sanders, Soberbia creo que se llamaba, y se la proyectaba en su casa. Carvalho le tendió la nota con versos hallada entre los papeles de Stuart Pedrell. Tradujo los versos de La tierra baldía.-¿Sabes de dónde pueden ser estos versos italianos? ¿Captas algún sentido extra? ¿Algo que te dijera Stuart Pedrell? -Lo de "leer hasta entrada la noche y en invierno viajar hacia el sur" se lo he oído muchas veces. Era su estribillo etílico. Lo italiano no me suena. (Manuel Vázquez Montalbán. Los mares del Sur)


Playa Mis gaviotas. J.M.Serrat:
Jugando ayer desnudo por la arena
mi niñez poco a poco vi pasar,
se me escapó sin darme cuenta apenas,
soñando con volar.
Irme jugando con el viento,
caer sobre el agua un momento.
Crecí soñando, cerca del mar,
junto a las rocas,
un día aprendí a volar,
aprendí a volar
como mis gaviotas.
Y me fui lejos de allí
aquel día,
sin mirar atrás creí
que jamás volvería.
Me encontré un cardo, una flor,
un sueño, un amor, una tristeza,
me fui solo y luego fuimos dos,
un beso, un adiós y todo empieza.
Otra canción, otra ilusión, otras cosas,
y harto ya de andar
hoy volví a buscar
mis gaviotas.
Y no las vi, ellas también se fueron
de aquel rincón que nos unió una vez,
me quedé solo, escarbando en el suelo,
buscando mi niñez.
Ellas no ha de volver jamás,
ellas la dejaron atrás,
bajo la arena, cerca del mar,
junto a unas rocas
que no saben volar,
que no saben volar
como mis gaviotas.
Y me voy más triste hoy
que aquel día,
que sin mirar atrás
creí que jamás volvería.
(Serrat)


Soneto del emigrado. Rosario Castellanos:
Cataluña hilandera y labradora,
viñedo y olivar, almendra pura,
Patria: rememorada arquitectura,
ciudad junto a la mar historiadora.

Ola de la pasión descubridora,
ola de la sirena y la aventura
-Mediterráneo- hirió tu singlatura
la nave del destierro con su proa.

Emigrado, la ceiba de los mayas
te dio su sombra grande y generosa
cuando buscaste arrimo ante sus playas.

Y al llegar a la Mesa del Consejo
nos diste el sabor noble de tu prosa
de sal latina y óleo y vino añejo.
(Rosario Castellanos)


Vencidos. León Felipe:
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...

Y ahora ociosa y abollada
va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero,
sin peto y sin espaldar...
va cargado de amargura...
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar...
va cargado de amargura...
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar...

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
va cargado de amargura...
va, vencido, el caballero
de retorno a su lugar.
[...]
(León Felipe)


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