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Marruecos



Marruecos:
En 1086, Yusuf Ibn Tasufin , emir de los almorávides, desembarcó con un poderoso ejército en Algeciras. Desde esta ciudad, pasando por Sevilla, llegó hasta extremadura, donde, aliado con algunos reyes de Taifas, derrotó a los ejércitos castellanoleoneses en la batalla de Zalaca. Había sido llamado por algunos régulos andalusíes, ante el temor que les había producido el avance cristiano y la conquista de Toledo en 1085 por el rey Alfonso VI. El avance de Yusuf en la Península fue, después de la penetración árabe en el 711, el acontecimiento más trascendente de la historia medieval española. Se puede afirmar que determinó el mapa político de España. Yusuf derrocó a los reyes de Taifas y paralizó, aunque por poco tiempo la Reconquista. La dinastía almorávide tenía sus orígenes en las tribus saharianas que dominaban las ciudades de la Ruta de las Caravanas, en el actual territorio de Mauritania. Gracias a la inspiración religiosa de sus líderes, su rígida disciplina y perfeccionada organización militar, se habían adueñado de aquellos territorios. Avanzaron hacia las estribaciones del Atlas y en el año 1070, fundaron Marrakesh, que se convirtió en la capital de los almorávides y dio nombre al país. Yusuf conquistó casi todo el Magreb antes de desembarcar en la península Ibérica. Era la primera vez que tan vasto territorio se unificaba bajo la hegemonía de una tribu autóctona bereber. Su imperio se extendió desde el río Senegal hasta el Ebro. Sobre el año 1120, la rebelión de algunas tribus del Atlas, los almohades, dirigidos por Ibn Toumart, mezcla de guía espiritual y agitador político, destruiría a sangre y fuego a los almorávides. En 1147, Abd al Mumin, uno de sus grandes califas, entraría en Marrakesh después de un duro y largo asedio. Esta dinastía crearía el imperio más poderoso de la historia de Marruecos, que duró hasta mediados del siglo XIII. Grandes constructores, fortificaron también Rabat y Sevilla. La Kutubia, la Torre de Hassan y la Giralda son monumentos imperecederos de su fuerza creadora. Como consecuencia de la derrota almohade en las Navas de Tolosa (1212) y su desintegración interna, unas tribus bereberes, los zanatas, procedentes de la zona centrooriental del país, se adueñaron del poder. Los almorávides y almohades habían surgido como movimientos religiosos que se convirtieron en dinastías políticas. Los meriníes fueron la última estirpe marroquí que intervino en la península Ibérica, aunque sin la fuerza de las anteriores. Buscaban el poder y no tenían ninguna doctrina religiosa específica, pero a la postre reforzaron el sentimiento religioso y el sunnismo malikí (escuela ortodoxa del Islam) en todo el país, lo cual jugaría un papel predominante en el contexto político. Hicieron de Fez la capital y difundieron el Islam más puro a través de una serie de bellísimas madrazas o escuelas aún conservadas. Ocuparon algunas ciudades de Andalucía, tuvieron complejas relaciones con los castellanos y el reino nazarí de Granada. Finalmente fueron derrotados en la batalla de Salado, en la que terminó su aventura hispana. Concluyó así la fase expansiva del reino de Marruecos y comenzó la defensiva. Estas dinastías establecieron sus bases de lo que sería el modelo de gobierno, que se ha mantenido durante siglos: poder absoluto basado en un ejército de mercenarios al servicio del monarca, con el apoyo de los estamentos religiosos. Tal estado tenía una estructura administrativa rudimentaria y no estaban institucionalizadas las prerrogativas del sultán ni de las fuerzas políticas, por lo que el poder del monarca dependía de su personalidad y de las alianzas con las diferentes tribus. Dos eran los espacios políticos existentes, Bled Majzen, territorio sometido al poder real, y Bled Siba, territorio de la disidencia, no controlado. La política del Majzen tenía como finalidad mantener la autonomía del sultán sobre su propio espacio de poder. Estos espacios han vivido una especie de simbiosis de interdependencia y hostilidad que ha condicionado la historia política de Marruecos hasta mediados del siglo XIX. A partir del siglo XV, Marruecos entró en un proceso de debilidad que facilitó la intervención extranjera. Decadencia y ofensiva contra los invasores marcaron este país que se iba a convertir en el teatro de las ambiciones de las grandes potencias atlánticas y mediterráneas de la época, Portugal, España y Turquía. La frustración que produjo esta situación alumbró un profundo sentimiento nacionalista y una serie de movimientos político-religiosos que luchaban por recuperar el territorio y afianzar la identidad nacional.
Dinastía saadí:
En el verano de 1575, la derrota del ejército portugués en la batalla de los Tres Reyes, cerca de Alcazrquivir -donde murió el joven rey Sebastián de Portugal-, marcó el momento álgido de esta toma de conciencia. Consolidó el poder de una nueva dinastía, la saadí, y al sultán Ahmed el Victorioso, famoso por su magnificencia y riqueza, gracias sobre todo a su expedición a Sudán, de la que regresaría cargado de tesoros. La dinastía saadí entró en crisis a mediados del siglo XVII.
Dinastía alaulí:
Los alauíes, localizados en la región de Tafilalet, consiguieron después de un turbulento período, hacerse con el poder. Esta dinastía se ha mantenido hasta nuestros días. Uno de sus grandes sultanes fue Mulay Ismail, que consolidó los límites territoriales actuales, centralizó el poder, quebró la autoridad de los jefes rurales y gobernó desde 1672 hasta 1727. La muerte de Mulay Ismail sumió al país en una grave crisis. El sistema del poder tenía poco que ver con un estado moderno y con las transformaciones políticas, sociales y económicas que estaban cambiando Europa. Los objetivos de todas las dinastías fueron reforzar su autoridad y consolidar el Majzen, no el estado, ya que no solían estar dispuestos a ceder parcelas de poder ni siquiera a cambio de estabilizar el sistema. El otro objetivo era librarse de las potencias extranjeras que intervenían en el país. (Jerónimo Páez)


La marina de al-Andalus:
La invasión de los bárbaros -alanos, vándalos y suevos- a partir de los años 409-410, sumió en el caos a los pueblos romanizados, produciendo el colapso casi total del comercio marítimo y, por lo tanto, de la fábrica de navíos, arte completamente ignorado por los invasores, que tan sólo se conservó en el Imperio romano de Oriente. Gracias posiblemente a marinos griegos, pudo el rey Leovigildo (568-586) derrotar en el 585 una armada de los francos que actuaba en aguas de Galicia para sublevar a los suevos. Sus sucesores Sisebuto (612-621) y Suintila (621-631) emplearon flotas para combatir la piratería, conquistar Ceuta y Tánger y arrojar por completo a los súbditos griegos del Imperio bizantino de Heraclio, asentados en el levante y sur de la Península. Por su parte, Wamba (672-680) y Egica (687-702) se enfrentaron con éxito a la amenza latente del Islam, que ya había ocupado todo el norte de Africa hacia el año 674. Precisamente, las luchas internas y el descuido de los visigodos durante los reinados de Witiza y Rodrigo en el mantenimiento de una fuerza naval de vigilancia en aguas del Estrecho de Gibraltar, claro exponente de la decadencia de la monarquía visigoda a principios del siglo VIII, facilitaron en gran medida la invasión de España por las huestes de Musà ibn Nusayr el año 711 y su consiguiente islamización. Mientras los emires Hisam I y al-Hakam I (788-822) consolidaban la dinastía hispano Omeya fundada por `Abd al-Rahman I (756-788), tuvo lugar la primera expedición de los árabes españoles a ultramar, gracias a la iniciativa de un grupo de cordobeses que se apoderaron de Alejandría durante diez años (817-827) y posteriormente de Creta, isla retenida hasta el año 961, utilizándola como base para sus correrías piráticas por el Mediterráneo, oficio que no dejarían de practicar hasta fines de la Edad Media; incluso se alquilaban al mejor postor, como lo prueba su participación en la toma de Palermo (Sicilia) en el verano del año 831, colaborando con los aglabíes del norte de Africa . Esta actividad corsaria, ya sea árabe desde Creta o bien desde Fraxinetum, extraño estado islámico incrustado en plena Provenza francesa, junto con la de origen catalán, hicieron extremadamente peligrosa la navegación por el Mediterráneo.

En el año 844 se registraron los primeras apariciones de los normandos en la Península Ibérica. El año anterior habían desembarcado en Nantes, llegando en sus incursiones hasta Burdeos y Tolosa. Siguieron hacia el sur y, tras ser rechazados en Gijón y Betanzos por Ramiro I, rey de Asturias (842-850), se dirigieron hacia el litoral atlántico musulmán durante el emirato de `Abd al-Rahman II (822-852). Los invasores desembarcaron en Lisboa (20 agosto 844) y fueron vencidos con pérdidas al cabo de trece días. Reemprendida la navegación hacia el sur, llegaron a la desembocadura del Guadalquivir y mientras unos barcos tomaban Cádiz, el grueso de los normandos subió por el río hasta llegar a Sevilla que fue asolada (octubre de 844), pero alertadas las tropas del emir, les infligieron en Tablada una severa derrota (11 de noviembre) que les hizo replegarse hacia el golfo de Cádiz. Esta grave advertencia despertó la conciencia marítima de `Abd al-Rahman II, quien ordenó la construcción de unas atarazanas en Sevilla, ampliar la de Cartagena y la formación de una fuerte armada permanente, gracias a la cual fueron rechazadas las dos tentativas de los escandinavos en 859 y 966, así como el restablecimiento del orden en Mallorca y Menorca con trescientos barcos (848-849). Sin embargo, esa misma flota, reforzada por orden del emir Muhammad I (852-886) para atacar Galicia, al mando del almirante `Abd al-Hamid ibn Mugith al-Ru'ayti, fue dispersada por un temporal (878). La actividad comercial de los árabes en el Mediterráneo se vio notablemente incrementada durante la segunda mitad del siglo IX, lo que dio origen a ciertas agrupaciones de marinos que tenían sus bases desde Alicante hasta Almería, entre las cuales debemos destacar la de Pechina, pequeño pueblo situado a la ribera del rachuelo Andarax, en medio del golfo de Almería, convertido en ciudad floreciente gracias a sus relaciones comerciales, hasta que la propia Almería se convirtió en capital de provincia el año 955.

De la mano del emir `Abd al-Rahman III al-Nasir (912-961), califa de al-Andalus desde el año 929, la España musulmana llegó al apogeo de su fama y poder, que sólo sería comparable a Constantinopla y desde luego superior a cualquier nación de la Europa occidental. Dicho Califa conquistó Ceuta (931) y Melilla (936), fomentó la marina y el comercio, desarrolló la construcción naval ampliando las atarazanas de Sevilla y Almería y fundando las de Algeciras (914) y Tortosa (945). Al final de su reinado, el califa cordobés envió una poderosa flota al mando del general Galib para arrasar la costa de Ifriqiya y evitar la caída en poder del fatimí al-Mu'izz de las plazas de Ceuta y Tánger, últimos bastiones de `Abd al-Rahman al otro lado del estrecho (959). A este primer califa le sucedió al-Hakam II (961-976), quien además de sostener el prestigio y poder heredado de su padre, frenó la expansión de los reinos y condados cristianos del norte, rechazó otra incursión de los normandos daneses en Lisboa derrotándolos con su escuadra en la desembocadura del río Silves (966), y sojuzgó a los príncipes idrisíes rebeldes del norte de Marruecos (974). La minoría de edad de su hijo y sucesor Hisam II al-Mu'ayyad (976-1013) propiciará con su debilidad la subida al poder de Muhammad ibn Abi Amir, conocido como al-Mansur "el Victorioso" o Almanzor, el más temido adversario que tuvieron los reinos de León, Castilla, Navarra y el condado de Barcelona desde el 981 al 1002. A Almanzor se le atribuyen no menos de 56 expediciones victoriosas contra los territorios cristianos, debilitados por luchas intestinas e incapaces de constituir un frente común contra la agresividad de sus tradicionales enemigos musulmanes. En dos de esas expediciones o aceifas empleó Almanzor su incuestionable poder marítimo; la primera fue contra Barcelona, capital del condado de Borrel II (947-992), que tomó y entró a saco el 6 de julio del 985, gracias al bloqueo del puerto mediante una poderosa flota al mando del almirante 'Abd al-Rahman ibn Rumahis. La segunda fue doce años después, cuando en el verano de del año 997 el Amirí arrasó la ciudad de Santiago de Compostela en su más famosa campaña, para lo cual la escuadra califal trasladó la infantería con provisiones y bagajes desde Alcácer do Sal hasta Oporto, donde se unió en persona con la caballería para dirigirse a la ciudad del Apóstol. Poco después, en el año 998, gracias también al dominio que la flota califal tenía del Estrecho de Gibraltar,'Abd a-Malik, hijo y sucesor de Almanzor de 1002 a 1008, conquistó Marruecos en una fugaz campaña. Muerto 'Abd al-Malik en extrañas circunstancias y reinando todavía nominalmente Hisam II, el segundo hijo de Almanzor, 'Abd al-Rahman Sanchuelo (1008-1009) se hizo cargo del poder; con él se abrió una crisis política de extrema gravedad que produciría al cabo de veinte años calamitosos la abolición del califato Omeya al ser destituido Hisam III al-Mu'tadd bi-llah el año 1031, poniendo término a la unidad política conseguida por los grandes príncipes de la dinastía, dividiéndose el imperio cordobés en reinos o taifas independientes. En lo que se refiere a los aspectos navales destacó la taifa de Denia, fundada por Muyahid (?-1045), aunque su expedición para conquistar Cerdeña con 120 naves al mando del almirante Abu Jarrub fracasara (1015-1016). También se conocen actividades marítimas emprendidas por Sevilla y Almería. Particularmente importantes fueron las invasiones almorávides de 1086 y 1088, que llegaron por mar al puerto de Almería y pusieron en peligro la existencia de los reinos cristianos del norte de la Península, y acabaron con las taifas, que resurgieron al declinar el poder de los almorávides. En 1145 los almohades invadieron España a través del Estrecho, para dominar en al-Andalus hasta la aparición del reino nazarí de Granada(1232). Este perdurará sorprendentemente hasta su absorción por los Reyes Católicos en 1492. Tanto los almorávides como los almohades, aunque sin tradición marítima por provenir del desierto, cultivaron sus armadas con auxilio de los andalusíes para controlar el paso del Estrecho, y más tarde para conquistar las Baleares por la flota almorávide al mando del almirante Abu 'Abd Allah ibn Maymun (1116).
J.I.González-Aller

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