Auge y decadencia de la ciudad de Sevilla:
Después de una larga campaña militar y tras un sitio tenaz, Fernando III de Castilla reconquistó Sevilla (23 nov. 1248). Con el repartimiento de la ciudad y el establecimiento en ella de la corte, la convirtió en capital de su reino, situación que continuó Alfonso X el Sabio. Sus sucesores mostraron cierta predilección por Sevilla que culminó con Pedro I, quien reformó el alcázar para vivir en él. En tiempo de los Reyes Católicos, Sevilla inició otra gran etapa de apogeo y esplendor que culminó con Carlos V y Felipe II. Se construyó su gigantesca catedral; su universidad recibió el impulso creador de maese Rodríguez; se estableció en ella la primera imprenta de la Corona de Castilla; comenzaron a organizarse sus gremios y sus industrias adquirieron una inusitada importancia al igual que las artes.
Inmigración castellana y crecimiento (s.XVI):
Era una ciudad bulliciosa, floreciente, con todas las señales de la nueva prosperidad, que provenía de su contacto con el exótico mundo de las Indias; una ciudad que, como decía Guzmán de Alfarache, tenía un olor de ciudad, un so sé qué, otras grandezas. Pululaban por ella los comerciantes extranjeros: italianos, flamencos, portugueses, y actuaba como un imán irresistible sobre los habitantes del Norte y del centro de España, que la consideraban como una especie de El Dorado y como la puerta de acceso a las incontables riquezas de América.
Durante el siglo XVI los habitantes del Norte de España se dirigieron hacia el Sur por millares, viajando por tierra y por mar desde Cantabria. Este gran movimiento de colonización interior, que, lentamente, hizo inclinar hacia el sur la balanza demográfica de Castilla, era en cierto modo la fase final de la Reconquista, ese gran éxodo de los castellanos hacia Andalucía, en pos de la riqueza. Estos inmigrantes llegaban a una tierra teñida por los colores de la prosperidad. Mercaderes sevillanos sembraron el valle del Guadalquivir, hasta Sierra Morena, de cereales, vid y olivos para su venta en Sevilla y para la exportación al Norte de Europa y a las Indias. Muchos campesinos andaluces se hicieron ricos por la venta de sus cosechas y se convirtieron en dueños de extensas tierras. Había señales también de vitalidad industrial, lo mismo que agraria, en el desarrollo de la producción textil en ciudades como Ubeda y Baeza y en el florecimiento, cada vez mayor, de las sederías granadinas, de las que existía una demanda creciente en Flandes, Francia e Italia.
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Si las ciudades del Norte y Centro de Castilla estaban tan íntimamente asociadas a la vida económica andaluza, se debía ante todo a su propia vitalidad económica, que hacía esencial la cooperación de los comerciantes sevillanos. Sevilla necesitaba la habilidad de constructores de navíos y la experiencia de navegantes de los vascos y toda la maquinaria del crédito internacional, que había sido montada, con tanto ciudado, en las ferias castellanas, del mismo modo que éstas necesitaban la
plata que sólo Sevilla podía proporcionarles. Medina del Campo se convertiría más tarde en la esclava, más que en la pareja, de Sevilla y la excesiva dependencia de la pronta llegada de la flota del tesoro la conduciría al desastre. (Helliott)
Monopolio del comercio con América:
Pero todo su auge y el haber alcanzado el primer auge dentro de las ciudades hispanas, se debió a su puerto, punto de partida y arribada de todas las expediciones del Nuevo Mundo, sobre todo a partir de la creación de la Casa de la contratación de las Indias (1503). Sevilla fue entonces sinónimo de cosmopolitismo y, en opinión exagerada, la "capital del comercio ecuménico y el centro del mundo".
La expulsión de los judíos (1492) privó al país de sus súbditos más emprendedores, activos y preparados tanto en lo económico como en lo intelectual. Habían ocupado los puestos más relevantes en todas las esferas del reino y con su intervención como financieros el oro y la plata llegados de América hubieran dado mucha más riqueza, progreso e industria en lugar de acabar cayendo en manos alemanas y genovesas, que fueron los que sacaron el principal partido.
La ciudad debió aumentar su población de 60 o 70.000 h en 1500 a 150.000 en 1588; esta es la época de máximo apogeo de Sevilla: en 1543 se creó el consulado y en 1624 el almirantazgo. Las posibilidades de grandes beneficios ofrecidas por los nuevos mercados americanos, así como las dificultades y el coste elevado de los transportes terrestres en la península, determinaron la creación de numerosas industrias en Sevilla por parte de mercaderes y banqueros. Entre estas industrias destacan las textiles (de larga tradición), en particular la seda, la cerámica instalada sobre todo en Triana, y el jabón, y a continuación, en un plano menor, los astilleros (siempre a remolque de los vascos), la pólvora, los bizcochos, la industria de lujo y la tonelera, etc.
El monopolio: su impacto económico sobre Sevilla (s.XVII):
¿Sería irracional atribuir al monopolio la responsabilidad de un crecimiento urbano que llevó a Sevilla de la dimensión normal de capital del sur con 45.000 habitantes a finales del siglo XV, a los 120 ó 130.000 de principios del siglo XVII, es decir, al nivel de una de las diez o doce ciudades europeas y mundiales?. esta mutación es tanto más imputable al comercio americano cuanto que sin él no hubiese sido posible y menos con tal rapidez. La mutación de Sevilla de simple capital regional al rango de capital mundial se efectuó durante la primera mitad del siglo XVI. Veamos, si no, el Padrón de 1561, recientemente [1982] estudiado en una tesis de la École des Chartes. La encuesta, producto de las reglamentaciones fiscales que siguieron a Cateau-Cambrésis, se realizó en Sevilla de marzo a octubre de 1561; de ella se hizo cargo en 5 de abril de 1561 Antonio de la Hoz, regidor de Segovia y diputado a Cortes. Provisto de instrucciones reales, se le encargó la entrega de los resultados con la menor dilación posible a los contadores mayores. La encuesta estuvo bien llevada y sus resultados son de sumo interés. En 1561, Sevilla tenía ya 19.160 fuegos; la densidad de viviendas era de 1,7 fuegos por casa, signo incontestable de un crecimiento acelerado. Una comparación permitirá juzgarlo mejor. Escojamos para ello un puerto del siglo XVII: Ruán. Un siglo más tarde, el coeficiente de ocupación de las casas por número de fuegos era sólo de 1,2. Contando 5 personas por fuego (cifra razonable dadas las gigantescas servidumbres de las grandes familias). Sevilla era por entonces la ciudad más rica de Europa y del mundo.; se le pueden atribuir cerca de 95.000 habitantes. Aunque en 1560 había rebasado su máximo de mutación demográfica, los efectos de América persistían, según se desprende del montante del impuesto real en tres fechas precisas: 1559-1560, 1562-1564 y 1565, en Sevilla y su traspaís. Aunque el impuesto no da una idea directa de la riqueza, su tendencia es significativa; el total abonado pasó de 20.200.000 maravedíes a 27.020.000 y a 160.000.000. Según Hamilton, los precios subieron del orden de 80% de 1560 a 1596, y teniendo en cuenta un ligero aumento de la población, resulta que el impuesto se triplicó en treinta y cinco años. No puede atribuirse semejante aumento sólo a la creciente presión fiscal, ya muy gravosa en el momento del Cateau-Cambrésis. Pero tenemos una segunda prueba, indirecta y más concluyente. La parte de la ciudad de Sevilla receptora de la riqueza surgida del monopolio dentro del conjunto provincial, pasó de 12.200.000 a 18.730.000 y a 136.000.000 de maravedíes, es decir, de 59,5% a 60 y a 85%. Esta riqueza urbana era, evidentemente, americana. Fue el objetivo principal de la hacienda pública y también la riqueza fugitiva. En conjunto, ambos índices no pueden engañar. Hasta la gran peste de 1646-1650, que aniquiló de golpe a casi la mitad de la población, Sevilla se aprovechó ampliamente de las riquezas creadas por la Carrera. Y, como era justo, se quedó, al menos, con una parte. (Pierre Chaunu)
Crisis (s.XVII y XVIII):
Algunas de las industrias sevillanas (cerámica) lograron superar la crisis en que se vio sumida la ciudad a partir de la segunda mitad del s.XVII y a lo largo del XVIII, pero la mayoría entraron pronto en una fase de decadencia. Sin embargo, incluso en la época de mayor auge, Sevilla no logró equilibrar su balanza comercial debido al déficit en las exportaciones y por ello se vio precisada a exportar gran cantidad de metales preciosos. Esto no imprimió la imposición de una tributación creciente sobre la ciudad por parte de la corona. Este hecho, unido a la competencia extranjera (los neerlandeses, genoveses y florentinos se instalaron en Sevilla poco después de la conquista de América), que llegó a arruinar a muchas industrias locales y favoreció el drenaje de moneda hacia otros países, y a la guerra de Separación de Portugal (1640), que determinó la emigración de un gran número de portugueses e impidió el tráfico comercial con Lisboa, provocó el declive de Sevilla, iniciado aproximadamente a partir de 1640. Pero a todo ello hay que añadir la catástrofe demográfica provocada por la epidemia de 1649, que supuso la pérdida de 60.000 h, de la que Sevilla no se repuso hasta entrado el s.XIX, y el traslado de la Casa de contratación a Cádiz en 1717. En realidad la rivalidad de ambas ciudades arrancaba del s.XVI y el motivo que se alegaba para apoyar la necesidad del traslado era la dificultad que encontraban los buques en pasar la barra de Sanlúcar, que no había sido corregida a pesar de que en 1687 una real cédula concedía la facultad de profundizar el Guadalquivir. A finales del s.XVIII la población de Sevilla se cifraba en unos 96.000 h y hasta mediados de la centuria siguiente no logró rebasar los 120.000 h.
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