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Librecambio



Supresión de aranceles. El Librecambio:
A partir de 1750, las críticas de algunos ilustrados y el desarrollo de la Industria y las teorías revolucionarias de economistas liberales terminaron con los últimos reductos del mercantilismo. Los Estados, poco a poco, abrieron sus colonias al mercado internacional, se restringieron los monopolios de las Compañías privilegiadas, se reconoció al artesano la libertad de trabajo.
Etapa final del Pacto Colonial:
El Pacto Colonial fue uno de los principios mercantilistas que más se resistió al cambio. Argumentaba que las colonias constituían el mercado que debía absorber la producción industrial de la metrópoli, y proveer a ésta de las materias primas necesarias. El Pacto Colonial impedía a las colonias americanas desarrollar una industria propia, y las relegaba al cultivo de productos agrícolas. La práctica británica de este absolutismo colonial contribuyó decisivamente en la emancipación americana. Inglaterra defendía el libre comercio en Europa. Por los tratados de Methuen y Utrech dominaba las colonias portuguesas y se había infiltrado en las españolas. Sin embargo mantenía con sus colonias de América del Norte un exclusivismo total.

A medida que perdían valor las teorías mercantilistas y se incrementaba la potencia de la industria inglesa, su economía dio un viraje hacia el librecambio. Se llegó a la conclusión cada vez más firme de que la riqueza y fuerza de una nación residían no en la cantidad de metales preciosos, sino más bien en la extensión de las actividades económicas.

Los fisiócratas:
Vauban criticaba a principios del s.XVIII el exceso de impuestos, Boisguillebert (1646-1714) la obsesión de amontonar dinero en vez de estimular el trabajo. Quesnay (1694-1774) aconsejaba la libertad económica, la supresión de privilegios y monopolios y dejar que el comercio se regulara por sí solo, por la libre competencia. Su consigna era Laissez faire, laissez passer. Expuesta en Tableau économique (1758) y Physiocratie ou gouvernement de la Nature. Uno de sus principales adeptos fue el ministro de Luis XVI, Turgot.

    Adam Smith (1723-1790):
    Los primeros economistas, especialmente Adam Smith, abogaron por la reducción de las barreras arancelarias y de las restricciones comerciales en atención a las ventajas que reportaría la especialización y la liberalización del comercio internacional. Smith presenció el nacimiento de la mecanización británica, viajó por toda Europa y conoció a fondo el programa de los fisiócratas. En La riqueza de las naciones define su propio concepto de riqueza que no reside en la posesión de dinero, ni en la agricultura, sino en el trabajo individual, y en los bienes de consumo producidos por éste. Hay que aumentar e intercambiar los bienes entre las naciones y regiones, con toda libertad, eliminando privilegios y aduanas. La legislación económica es un estorbo, la libertad de producción y de comercio crea la competencia, las relaciones económicas se equilibran por la ley de la oferta y la demanda, que fija por sí misma el justo precio.

Aunque el movimiento no fue plenamente adoptado hasta el s. XIX, ya en 1786 concluyó Inglaterra un tratado con Francia para la eliminación de restricciones, tratado que representaba un primer paso hacia el librecambio entre ambos países. El convenio apenas tuvo resultados prácticos, pues quedó abolido no bien se iniciaron las campañas napoleónicas, pero marcó la pauta al librecambio británico. En 1791 la Asamblea Constituyente francesa promulgó un arancel liberal, que quedaría sin efecto al estallar la guerra un año más tarde. Durante las guerras napoleónicas (1799-1815) los gravosos derechos protectores, generales por aquel entonces en toda Europa, no fueron aliviados en modo alguno, porque los beligerantes, además de precisar dinero para sus campañas, utilizaron los derechos arancelarios como parte de su política de guerra. Al terminar el conflicto, Inglaterra seguía gravando con pesadas cargas las materias primas, la mayoría de los artículos de consumo general y especialmente los productos alimenticios.

La Revolución Industrial:
En 1815 la Revolución Industrial y el naciente sistema fabril convencieron a la nación de la conveniencia e incluso de la necesidad de aligerar la carga que suponían las restricciones comerciales. El primer paso, y el más decisivo, fue dado en 1824 por William Huskisson, presidente de la Cámara de Comercio, que aspiraba no al librecambio, sino a eliminar las gravosas trabas impuestas al comercio. Durante el año citado y el siguiente, el complicado sistema arancelario inglés fue simplificado mediante la reducción de derechos y la fusión en 11 leyes de más de 450 decretos referentes al comercio y a las cargas aduaneras.

    Si existe libre comercio las preferencias de los consumidores crean la competencia entre los productores, que tratarán de bajar los precios, sus propios costes y de aumentar la calidad del producto. Cuanto más mejora un rival en el mercado más deben mejorar sus competidores.

El movimiento para abolir las Corn Laws:
Algunos cambios realizados entre 1830 y 1840 en el sistema protector acentuaron esta orientación hacia el librecambio, pero el hecho más significativo del período fue el movimiento abolicionista de las "Corn Laws" (Leyes de granos). Estas disposiciones, que databan de 1660, tendían a proteger la agricultura nacional contra las importaciones extranjeras de grano garantizando un precio mínimo independiente de las variaciones del mercado mundial. Se había establecido una escala progresiva que variaba en razón inversa al precio en el mercado del producto: si aumentaban los precios domésticos, se aplicaban los tipos inferiores. Aunque el sistema protegía eficazmente a la clase agrícola, no estaba preparado apara adaptarse a los cambios económicos y sociales que sufrió la estructura de la sociedad británica desde mediados del s. XVIII. El extraordinario aumento demográfico y la rápida expansión fabril transformaron a Gran Bretaña en un país importador de alimentos. El sistema de las "Corn Laws" empezó a resquebrajarse finalmente en 1842 cuando sir Robert Peel cambió la escala progresiva por un tipo fijo. Cuatro años más tarde, una cosecha desastrosa y el hambre que azotó a Irlanda obligaron al gobierno a abolir casi totalmente los impuestos sobre cereales. En 1842 y 1846 fueron reducidos los gravámenes sobre otros productos. En 1860 fue derogado el último derecho protector (quedaron vigentes impuestos sobre unos 50 artículos a fines fiscales) y Gran Bretaña entró en un largo período de comercio sin restricciones. (Jesús María Marín Ortiz)


David Hume y la cuestión de la balanza de pagos. Por José Ignacio del Castillo:
Hacia mediados del siglo XVIII con el escocés David Hume, comienzan los primeros ataques teóricos contra las inconsistencias mercantilistas. Desgraciadamente Hume se apoyó para hacerlo en la teoría cuantitativa del dinero. Para Hume, el nivel de precios subía o bajaba en el interior de un país según el volumen de disponibilidades metálicas que circulaban por él. Si una determinada nación se empeñaba en acumular metales preciosos sin límite y en vender más mercancías que las que adquiría, necesariamente vería subir sus precios al existir "más dinero persiguiendo menos mercancías." Dicho incremento de precios convertía en atractiva la importación de los productos foráneos que no habían subido, disuadiendo al tiempo la exportación de los encarecidos bienes nacionales. El metal fluía como el agua para igualar los precios internos y externos. El ideal de mantener una balanza de pagos siempre positiva carecía de sentido. A largo plazo era imposible de alcanzar. A corto, implicaba soportar precios más altos La balanza de pagos es el estado financiero que recoge la totalidad de pagos y cobros realizados por los nacionales de un país con el extranjero durante un determinado periodo. Muchos modernos economistas han argumentado lúcida a la vez que ingenuamente, que carece de sentido fijarse en tal estadística. La gente conoce bien sus disponibilidades monetarias, señalan. Es extremadamente improbable que las personas gasten irracionalmente sin límite hasta ver reducidas sus tesorerías a cero. Todo eso es muy cierto. Sin embargo, lo que parecen olvidar quienes desdeñan el "equilibrio de la balanza de pagos" es que, a través de un sistema bancario que multiplica los depósitos, sí que es posible girar contra las tesorerías de terceros, sin que éstos a su vez vean restringidas sus disponibilidades. Un ejemplo de ello es la monetización del déficit. El soberano entrega su deuda pública a los banqueros a cambio de que éstos le concedan el derecho de girar cheques contra el dinero que tienen en sus cuentas los demás clientes. Dicho abuso produce efectos dado que alguien está demandando sin ofrecer. Algunos están girando contra cuentas sin fondos. Por tanto, la cantidad de pagos que debe hacer el banco (o todo el sistema bancario nacional), es superior a los cobros. Aparecen los problemas en la Cámara de Compensación Internacional - confusamente denominados balanza de pagos deficitaria. Los acreedores extranjeros exigen metal. Los pagos a realizar en el extranjero, ya no pueden compensarse con los cobros. Todo esto se refleja en el valor de la divisa extranjera que se aprecia hasta hacer rentable la exportación del metal (el tipo de cambio refleja el valor que tiene el metal en la plaza extranjera). Los banqueros se ven próximos a la suspensión de pagos. Fue en este contexto en el que apareció el mercantilismo. Bastaba culpar a los ciudadanos de gastar su dinero en productos extranjeros. Con ello se conseguía desviar la atención y justificar ulteriores abusos del soberano. Hay que comprar sólo mercancía nacional, guardando la reserva metálica para exclusiva disposición del Príncipe. También está justificado rebajar el contenido metálico de la moneda y saldar las deudas con una parodia de pagos. Todo con tal de salir airoso de la quiebra. Ya vemos a lo que se refería Keynes cuando más de siglo y medio después hablaba de "la inevitable filtración de dinero hacia el extranjero".

La refutación del mercantilismo. Adam Smith:
Con la publicación en 1776 de La Riqueza de las Naciones, el escocés Adam Smith asestó un devastador golpe a las falacias mercantilistas. Desde entonces, sus defensores se vieron obligados a transitar por los "bajos fondos" del pensamiento económico. Hubieron de transcurrir 150 años para que este ideario volviese a introducirse en el mundo académico, merced sobre todo a la nueva presentación pseudo-científica a cargo de John Maynard Keynes. Adam Smith ridiculizó a aquellos comerciantes que, incapaces de colocar su producción, se quejaban siempre de la falta de dinero. Como diría el especialista en banca húngaro Melchior Palyi siglo y medio después al criticar el keynesianismo, no parece serio exigir que el consumidor lo compre todo, no importa el precio que se le pida, la calidad que se le ofrezca, la cantidad de cada bien que se produzca, o los costes en que se incurran. Smith también estableció los primeros fundamentos teóricos del librecambismo, si bien su teoría de la ventaja absoluta habría de ser mejorada y ampliada con la ley de la asociación de Ricardo. Finalmente, al desarrollar la teoría de la liquidez del crédito comercial, conocida popularmente como doctrina de las real bills, demostró que el mercado no tiene problemas para crear los instrumentos monetarios necesarios para facilitar el comercio, siempre y cuando las mercancías que se trasmitan sean las más urgente e intensamente demandadas por los consumidores. Sin embargo Adam Smith cometió dos graves errores que habrían de pasar factura en el futuro. El primero y más conocido fue explicar el precio de mercado a través de los costes de producción. Incapaz de construir una teoría del precio de mercado a partir de la utilidad, buscó en el ahorro de trabajo el origen del valor. El segundo error, y el que aquí más importa, fue menospreciar al dinero como signo de riqueza. Los mercantilistas estaban equivocados al identificar exclusivamente la riqueza con el dinero, pero Smith se excedió al desdeñarlo. Smith pensaba que si el dinero sólo servía para comprar, lo que tenía importancia eran los bienes y servicios que se podían adquirir y no el medio de intercambio que se utilizaba. En realidad, el dinero se había convertido en medio de intercambio porque era apreciado por sí mismo. Fue necesario, también aquí, el genio de Carl Menger para refutar las ideas erróneas que, sobre el dinero, habían venido prevaleciendo.

John Maynard Keynes (1883-1946) La imposibilidad de una superproducción generalizada: Jean Baptiste Say y su famosa ley de los mercados:
El economista francés Jean Baptiste Say (1776-1832), alcanzó fama universal al establecer lógicamente la imposibilidad de una superproducción generalizada. En su formulación original, la ley establecía que "la producción se compra con producción". La teoría fue reformulada por Keynes: "la oferta genera su propia demanda", para así poder ser mal interpretada. De este modo, su "refutación" pasa por ser uno de los méritos atribuidos a Keynes. Si bien es cierto que Say no trató adecuadamente el supuesto de un incremento del atesoramiento deseado (cosa que sí hizo, por cierto, John Stuart Mill, y que trató con maestría el banquero y economista francés Jacques Rueff, como luego veremos), sostener que Say ignoró la posibilidad de que existiesen crisis periódicas a causa de desequilibrios en la producción, es algo infundado. De hecho, Say escribió sobre la posibilidad de una superproducción parcial, cuando los bienes producidos no fuesen aquéllos más urgentemente demandados por los consumidores. Say sencillamente, incidió en algunas verdades irrefutables: Es la producción, y no el consumo, la que genera las rentas y, por tanto, el poder de compra. Los productores producen para poder comprar; la venta sólo es un paso intermedio. Cuanto más próspera sea la comunidad en que se viva, mejores mercados se tendrán para colocar la producción. No hay nada que ganar comerciando con gente que no tiene nada que entregar a cambio. Confundir circulación monetaria con prosperidad es invertir causa y efecto: la producción precede lógicamente al intercambio. (José Ignacio del Castillo)

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