Canarias
Piratería



La piratería en Canarias:
El descubrimiento de América y la penetración europea hacia el Indico a través de la costa occidental africana convierten a las Canarias en una encrucijada de las rutas marítimas. Apenas avanzado el s. XVI comienza el tráfico naval entre las colonias españolas de ultramar y la metrópoli. Los barcos regresaban cargados de tesoros y especias, y sus rutas tenían que pasar forzosamente entre las Azores y Canarias; de esta forma, los mares de las islas son lugares de espera para las flotillas piratas. La piratería en aguas de Canarias empieza en el primer tercio del s. XVI, toma inusitada actividad hacia su final, y continúa durante todo el s. XVII y XVIII, hasta su ocaso en la primera década del s. XIX.

Piratas franceses:
Ya en tiempos de la conquista aparecen aventureros franceses que eligen como bases la isla de Lobos y el cabo de Anaga. Corsarios y piratas dificultan en no pocas ocasiones el intercambio exterior y dañan indirectamente la economía canaria al impedir el tráfico interinsular, a la vez que se debe a ellos la entrada de numerosos productos, prohibidos al comercio regular. La enemistad entre la España de Carlos V (1500-1558) y Francia hace que sean franceses los primeros piratas que aparezcan en las islas. Los corsarios galos más conocidos aquí son Juan Florín y François Leclerc, este último apodado "pie de Palo" (Jambe de bois), el cual saqueó e incendió el puerto de Santa Cruz de La Palma (1553). Otras acciones similares se sucedieron en Tazacorte y San Sebastián de La Gomera. Algunos identifican a Juan Florin con el navegante Giovanni da Verrazzano, florentino nacido en 1480 al servicio de Francisco I. Tras su viaje de reconocimiento por las costas norteamericanas (1524), después de dar cuenta de sus descubrimientos en Francia, capturó tesoros que enviaba Hernán Cortés, y hecho prisionero en Canarias, fue ahorcado en Sevilla (1527). La autoridad de Rumeu de Armas niega la identificación con Verrazzano. Juan Florín sería Jean Fleury, natural de Vatteville, en Normandía, el piloto más exitoso de la corporación de corsarios agrupada por Jean Ango en Dieppe. La flota de Nicolas Durand de Villegaignon que atacó Santa Cruz de Tenerife en 1555 fue repelida por los disparos de la nueva fortificación.

En 1762 llega, para combatir a los ingleses, el buque Le Rubis, al mando del corsario François Desseaux; algo más tarde, en 1797, la corbeta La Mutine, cuya tripulación contribuyó a la defensa de la ciudad de Santa Cruz frente al ataque de Nelson, fue saqueada en el puerto santacrucero por los ingleses. Poco después llega a las aguas canarias un nuevo corsario para reemplazarla, el conocido con el nombre de La Mouche. La actividad de estos piratas permitió la entrada en las Islas de ciertos artículos, como es el caso de los libros extranjeros a los que no se hubiera tenido acceso de otra manera. Según Romeu Palazuelos durante buena parte del siglo XVIII se prohibió la tala de los cardones que crecían a lo largo de la Marina de Santa Cruz de Tenerife para que actuaran de trinchera vegetal en caso de ataque de piratas.

Grabado Ulises Sir John Hawkins (Plymouth, Devon 1532-Puerto Rico 1595) Thomas Cavendish (1560-1592) Sir Francis Drake Golden Hind. Barco de Drake

Piratería Inglesa:
Al heredar Felipe II el trono español se desata la rivalidad angloespañola. Como consecuencia, igual que en todas partes del imperio, las Canarias se convierten en blanco de los ataques de la piratería inglesa. Los ataques y saqueos son tan frecuentes que el Rey se ve obligado a fortalecer el aparato defensivo del archipiélago. Entre las medidas tomadas sobresalen la creación del cargo de Capitán General y el envío, más tarde, del ingeniero italiano Torriani con la misión de levantar torres y castillos en aras de su mejor defensa. Muchos de éstos aún se conservan (castillo de Guanapay, en Lanzarote). Entre los piratas ingleses más conocidos y temidos sobresalen John Poole, Cooke, John Hawkins, más conocido en las islas como Aquines, y que mantuvo largas relaciones comerciales, más o menos clandestinas, con Pedro Ponte, mercader y gran propietario tinerfeño de origen veneciano, además de Drake (1585) y Blake (1656). El ataque de este último a Santa Cruz de Tenerife podemos considerarlo como un intento más de Inglaterra por apoderarse de la isla. La primera expedición en corso organizada por Thomas Cavendish (1586) se dirige a Canarias para luego desviarse a Sierra Leona, saqueada con éxito. En su siguiente expedición haría fortuna saqueando plazas y barcos de la costa oeste de sudamérica. El ataque de Horacio Nelson, el famoso almirante inglés, al Puerto de Santa Cruz de Tenerife en Julio de 1797 debemos enmarcarlo en este apartado de ataques navales; aunque tuvo fuertes implicaciones políticas, pues España, como aliada de Francia, estaba en guerra con Inglaterra, y la Plaza de Santa Cruz había sido reforzada con un destacamento francés. La defensa del puerto corrió a cargo del general Gutiérrez (1729-1799), y en esta acción, gloriosa para las tropas canarias, el poderoso marino inglés hubo de retirarse no sin antes perder un brazo y parte de sus banderas y soldados.

Las Palmas. Istmo de La Isleta San Gabriel. Arrecife de Lanzarote Castillo de Garachico, Tenerife Torre del Conde. La Gomera

Holandeses:
Al llegar el s. XVII, son también los holandeses los que protagonizan episodios piráticos en Canarias; sus objetivos, aparte del móvil del botín, son políticos y bélicos. A este respecto, el holandés Pieter Van der Does comanda contra Las Palmas de Gran Canaria (1599) la operación más formidable de todos los tiempos, resultado de la cual fue la ocupación, saqueo e incendio de la ciudad. En esta incursión, atacó también, San Sebastián de La Gomera, y Santa Cruz de La Palma.

Berberiscos:
Azotaban las islas desde los tiempos de la conquista, quizás como réplica a las incursiones punitivas que nobles y militares españoles de Canarias hacían en sus costas. En el s. XVII arrecian las expediciones berberiscas sobre las islas; son las orientales las que más sufren las consecuencias y los moriscos residentes en éstas, que vivían como esclavos, facilitan a sus hermanos piratas el rastreo de presas. San Sebastián de La Gomera fue otro de los puertos que soportó los ataques y saqueos de estos corsarios. Alcanzaron renombre por sus fechorías los apodados en las islas por El Turquillo y Cachidiablo. El más famoso canario renegado fue sin duda Alí Arráez Romero, gran almirante de la Armada de Argel y presidente de la Taifa de los corsarios, que fue embajador ante el sultán otomano al menos en dos ocasiones. Pirateó en aguas canarias, pero sin embargo ayudaba a los isleños cautivos en Argel a sobrellevar su esclavitud y, sobre todo, les proporcionaba dinero para rescatarse en lo que podríamos describir como una cierta esquizofrenia. Su nombre original era Simón Romero, un marinero que vivía en la calle Triana de Las Palmas de Gran Canaria y que había sido cautivado faenando en la costa africana a los 16 años. Prueba de su popularidad es que, como explica un ex cautivo canario, las argelinas recitaban a sus hijos: "Hijo mío, as de ser moro fino como Alí Romero y ellos responden que sí, y las dichas moras les disen; Alá te aga como él".

Consecuencias de la piratería:
Los ataques piratas a villas y puertos con fines de capturar tesoros o apoderarse de víveres y vinos se traducen en incendios, saqueos y muertes; ello obliga a militarizar las islas con las consiguientes cargas sobre la población, y como medida de precaución, las villas y poblados se asientan en lugares no visibles desde la costa. Por otro lado, muchos archivos y obras de arte desaparecen por los incendios, provocados por los corsarios. Sin embargo no siempre las escuadras piratas venían en son de rapiña. Muchas veces lo hacían con la finalidad de practicar el contrabando con los naturales isleños; ciertos magnates canarios debieron su fortuna a este comercio clandestino con los piratas a lo que las autoridades hacían la vista gorda. La cuestión era sobrevivir en un espacio insular a medio camino entre las colonias americanas y la metrópoli española. Otras veces, los ataques tenían sencillamente motivaciones políticas.

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