HISTORIA
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Orígenes de Israel



Asentamiento:
Gracias a Flavio Josefo y a la rápida propagación del cristianismo primitivo las Sagradas Escrituras de los judíos fueron conocidas por el mundo antiguo no judío. Historiadores y etnógrafos les dedicaron sus estudios, y se demostró que eran unas fuentes extraordinarias como no las había tenido ningún otro pueblo de la antigüedad. El lector vive en ellos en lenguaje poético y forma legendaria un proceso histórico como el que se desarrolló en todas partes en los inicios de nuestra historia cultural. En ellos se leen acontecimientos y otras evoluciones que son representativos de otros acontecimientos y otras evoluciones parecidos en otros ámbitos de cultura. Hallamos descrita la conquista de una tierra por un pequeño pueblo de pastores nómadas, su lucha con gentes establecidas en campos y ciudades económicamente superiores, sus combates para el dominio de los pozos necesarios para la subsistencia, el crecimiento de los rebaños y la división de las tribus por él motivada. Vemos cómo estos nómadas pasan paulatinamente al estado de seminómadas y, finalmente, al de agricultores sedentarios, cómo, en el valle del Jordán, las grandes familias forman tribus y, más tarde, se agrupan en clanes y en grupos de tribus, cómo caen bajo el dominio feudal de otras potencias más fuertes, cómo recobran luego la libertad, adoptan los distintos elementos de cultura y, bajo caudillos políticorreligiosos, los "jueces", se convierten, poco a poco, en una nación. La ocupación del país por los israelitas, narrada en el primer libro de Moisés, no es un caso único en la historia; era una etapa necesaria en la evolución humana, por la que probablemente pasaron alguna vez todos los pueblos de cultura. En la misma época en que los patriarcas judíos tomaban posesión de la tierra prometida, había en todo Oriente, entre el Cáucaso y el desierto de Arabia, nómadas que buscaban tierras donde establecerse, pueblos procedentes de Arabia, de Mesopotamia, del Irán, de Siria y del Asia Menor se establecieron en gran número y, según las condiciones del terreno, fundaron estados más o menos sólidos. Una de estas migraciones de pueblos que se produjo en el momento del paso de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro, es la designada por los etnólogos con el nombre de migración aramea. Este concepto comprende el desplazamiento de los distintos pueblos semitas de los desiertos sirioárabes hacia las fértiles tierras de cultivo junto al Eufrates, el Tigris y el Jordán. En Babilonia, la migración aramea substituyó el dominio sumerio por un dominio semita; en Asiria, los inmigrantes arameos dieron el impulso necesario para la fundación del último y mayor imperio asirio. Las migraciones de los arameos dieron lugar a la formación de estados semitas en Siria y en la costa oriental del Mediterráneo y llevaron también a los chabiri de los textos cuneiformes babilónicos a Palestina, los aperu, como les llamaban los egipcios, los ibrim, como decían los árabes, es decir, los hebreos. Sin embargo estos hebreos no eran idénticos al futuro pueblo judío. No se puede hablar, en realidad, de judíos hasta el éxodo de Egipto de los hijos de Israel. El nombre de Israel aparece por primera vez en una columna triunfal del faraón Menefta, que reinó hacia el año 1225 a.J.C. y que hay que identificar probablemente con el rey de Egipto a quien abandonaron Moisés y los suyos. Para el etnólogo moderno, los hebreos son pueblos semitas que aparecieron en Palestina y Siria en los siglos XV y XIV y que algunos siglos más tarde fueron absorbidos por los israelitas. Originariamente, empero, la palabra hebreo no servía para designar un pueblo, sino una determinada capa social. (Herbert Wendt)

Encontramos esta clase de hebreos en todo el mundo del antiguo Oriente, en el imperio babilónico, en las tierras del este del Tigris, entre los hititas del Asia Menor, en Siria, en Palestina y el Egipto de las dinastías XIX o XX. Se trata de una determinada designación aplicada a una situación políticosocial. Aparecen como hebreos en los países de cultura del antiguo Oriente grupos de gente que disfrutan de unos derechos limitados y de una situación económica también limitada, que prestan servicios cuando se les contrata. No forman parte de la población aborigen, sino que representan elementos inestables cuya principal característica es no ser propietarios de la tierra. (Martin North)

Si esta definición es la adecuada, resultará que la designación de hebreos habrá sufrido una evolución: primero se llamó así a las capas inferiores de la sociedad, luego a las familias que no poseían tierras ni dinero, llevadas por la migración aramea hasta Palestina y, finalemente , se dio este nombre a los israelitas y a sus parientes más inmediatos, los amonitas, edomitas y moabitas. Y éste es el sentido que tiene todavía para el mundo especializado. Los hebreos encontraron en Palestina a varios pueblos aborígenes, con los que lucharon tenazmente.

[...] Los emigrantes acaudillados por Moisés encontraron en Palestina, o mejor dicho, al borde de los territorios de cultura que era palestina, varias tribus y pueblos emparentados con ellos que habían permanecido en aquel país. Les aportaron elementos de cultura egipcia, costumbres egipcias y, sobre todo, las leyes y el concepto de Dios que les diera Moisés. Así nacieron, poco a poco, las doce tribus israelitas. Tuvieron también contacto con otros pueblos hebraicoarameos, los amonitas, moabitas y edomitas, con los cuales sostuvieron luchas por los pastos y campos de labranza y con los cuales concluyeron pactos. [...] En cambio, los cananeos, aquellos hombres de cultura refinada que habitaban en las regiones del Jordán, permanecieron alejados de los israelitas. Los cananeos vivían en ciudades sólidas, poseían "carros de hierro", habían heredado muchas cosas de la cultura de Mesopotamia, adoraban a Baal y a Astarté, rendían culto a los becerros, y las tribus israelitas los consideraban extraños, viciosos y desvergonzados. [...] Sodoma y Gomorra, la fortificación de Jericó, cuyas murallas cayeron al son de las trompetas de Josué, la orgullosa Sijem, las plazas de Hebrón y de Betel que, por fin, fueron dominadas por los israelitas por las armas, eran ciudades cananeas. Pero generalmente, las relaciones entre Canaán e Israel no eran belicosas, sino de carácter pacífico. Solían encontrar un modus vivendi; algunas tribus israelitas eran siervas de ciudades cananeas y obtenían a cambio de ello derecho de usufructo de sus tierras. (Herbert Wendt)

La conquista de Canaán (mediados s.VIII a.C.):
Los pueblos de canaán empezaron a oír el inquietante rumor de que un grupo de tribus nómadas, los israelitas, avanzaban hacia el norte desde el mar Muerto arrasando todo a su paso. Pronto ese grupo llegó a la ciudad de Jericó, reclamando un territorio que consideraban suyo pues Yavé se lo había prometido a sus antepasados. El libro bíblico de Josué, nombre del jefe de los israelitas, narra los milagros que Dios realizó para ayudar a su pueblo a conquistar Canaán: secar las aguas del Jordán para que los israelitas cruzaran el río; derribar las murallas de Jericó, y hacer que el Sol se detuviera sobre Gabaón. La campaña de invasión se describe en tres etapas. Primera, los israelitas establecieron un bastión en Guilgal, donde efectuaron ritos de circuncisión y de Pascua como preparativo para la guerra santa; ésta comenzó con la milagrosa conquista de Jericó, seguida por una derrota en Hay y una victoria sobre una coalición de cinco ciudades en Gabaón. La segunda fase empezó cuando los israelitas marcharon al sur a capturar las ciudades que se habían aliado contra ellos: Libna, Laquis, Eglón, Hebrón y Dabir. Y en la tercera fase, los israelitas avanzaron hacia el norte para enfrentar al ejército de Jasor, la mayor ciudad cananea. Aunque el enemigo contaba con carros de guerra, la infantería israelita venció en un ataque por sorpresa en una zona fangosa. Los atacantes no pudieron tomar muchas ciudades y aldeas de Canaán pero las tres campañas consolidaron su hegemonía e inauguraron su historia como nación.


La Tierra Prometida. Por Manuel Komroff:
Entre lamentaciones, los hijos de Israel abandonaron Cades, como había ordenado Dios, y volvieron al desierto de Sin y al desierto de Farán. Allí residieron hasta que casi todos los que habían pecado contra Dios, murieron. Así se cumplieron los cuarenta años de castigo. Un día, Moisés los volvió a Cades esperando que, con permiso de Dios, pudieran entrar en Canaan por la parte sur. Pero el acceso estaba bloqueado por un pueblo guerrero que habitaba en el país. De este modo, durante muchos años más, los israelitas se vieron obligados a andar errantes, primero hacia el oriente, después al norte, hasta que llegaron a las llanuras de Moab, donde el río Jordán desemboca en el mar de la Sal. Durante estos amargos y largos años sufrieron muchas penalidades. Se vieron obligados a comer maná por falta de pan. Algunas veces murmuraban contra Moisés, por lo que Dios les envió castigos en forma de plagas y venenosas serpientes que les mordían y les causaban la muerte. Pero Dios les perdonó de nuevo y los tomó otra vez como suyos. Un día, después que los hijos de Israel habían acampado a los pies del monte Nebo, en las llanuras de Moab, Moisés los reunió en torno suyo para decirles unas palabras de despedida: «Tengo ya ciento veinte años. Viví cuarenta años como príncipe en el palacio del faraón, serví cuarenta años como pastor en Madian, y durante cuarenta años os he guiado a través del desierto. Ya no puedo continuar.» Luego, Moisés recordó a su pueblo todos los prodigios que Dios había hecho por ellos. Les habló de sus antepasados Abrahán, Isaac e Israel. Les habló también de su servidumbre en Egipto, de los días en el monte Sinaí y les repitió las leyes del Señor. Les entregó luego un libro en el que estaban escritas estas leyes. Y les mandó aceptar las leyes divinas y enseñarlas fielmente a sus hijos, en todas las generaciones futuras, siempre. Cantó luego un canto de despedida y, llaman do a Josué a su lado, terminó diciendo: «El Señor me ha comunicado que yo no viviré para atravesar el río Jordán. Pero vosotros sois ahora un pueblo poderoso, más de seiscientos mil hombres fuertes, pues, a pesar de las penalidades que habéis sufrido durante estos últimos cuarenta años, os habéis multiplicado y crecido mucho. Y Dios ha elegido a Josué para guiaros a Canaan, el país que el Señor os ha prometido. Sed valientes. El Señor no os abandonará. Él estará con vosotros y os mostrará el camino.» Después, Moisés dejó a los hijos de Israel y, solo, siguió su camino por las laderas del monte Nebo. Poco a poco llegó hasta la cima. Y cuando estaba en ella, dirigió su mirada a más allá del río Jordán, hacia la Tierra Prometida, que se extendía verde y fértil ante él. Aquí, Abrahán erigió e primer altar a Dios. Aquí, Jacob tuvo el sueño de la escala que llegaba hasta el cielo. Aquí, José había sido vendido como esclavo. Aquí están enterrados Sara, Rebeca, Lía y Raquel. Entonces oyó la voz del Señor que le decía: «Este es el país que yo he prometido a Abrahán, a Isaac y a Jacob.» Después, Moisés murió. Y el mismo Señor le enterró en un sepulcro que nadie conoce Los hijos de Israel lloraron e hicieron duelo por él durante treinta días y treinta noches. Y le aclamaron como profeta, pues ningún hombre vivió tan cerca de Dios como Moisés.

Josué:
Después de la muerte de Moisés, habló Dios a Josué, diciendo: «Ahora que Moisés ya no existe, tú debes dirigir al pueblo. Llévalo, sin demora, más allá del Jordán para conquistar el país que yo os he prometido. Nadie resistirá contra ti, pues yo estaré contigo.» Josué se dirigi6 luego a los ancianos de las Doce Tribus, y les dijo: «Dios me ha hablado... Reunid al pueblo y decidle que prepare comida para un largo viaje, porque muy pronto voy a llevaros más allá del Jordán hacia la Tierra Prometida.» Luego, Josué llamó a dos hombres aparte, y les dijo: «Id en secreto al país de Canaan y volved después a mí. Fijaos cómo es esa gente, inspeccionad también la ciudad amurallada de Jericó que podemos ver a distancia. Porque mientras no conquistemos este baluarte no podremos entrar más allá en el país.» Y los dos espías se fueron a la ciudad pagana de Jericó y visitaron a una mujer llamada Rahab, cuya casa estaba sobre el muro de la ciudad. Y sucedió que el rey de Jericó fue informado de la presencia de dos extranjeros. Por lo que mandó ir a buscar a Rahab y le dijo: «Entrégame estos hombres porque han venido a este país como espías.» Rahab, que había ocultado a los dos espías entre los tallos de lino que tenía secando sobre el tejado, engañó a su rey, diciendo: «Es verdad que vinieron dos hombres hoy a mi casa. Pero se marcharon antes de que se cerraran las puertas de la ciudad al oscurecer, y no sé adónde se han ido... Vete pronto tras ellos, y seguramente les darás alcance.» El rey creyó a Rahab y, después de enviar en su persecución, le permitió volver a su casa. Y, en la oscuridad de la noche, fue a los espías y les dijo: «Nosotros, los de este país, estamos atemorizados ante vuestra gente, que han acampado al otro lado del Jordán. Sabemos que vuestro Dios es poderoso. Hemos oído cómo os sacó de Egipto y secó el mar Rojo para que pudiérais pasar. Por ello, estamos aterrorizados... Yo he engañado a mi rey, con lo que habéis salvado vuestras vidas. Ahora, pues, os pido que me juréis que también os mostraréis amables con migo y con mi familia. Jurad que cuando vosotros y vuestra gente invadan nuestro país perdonaréis a mi padre, a mi madre, a mis hermanas y a mis hermanos. ¡Libradnos de la muerte! Y los dos espías de Josué respondieron a Rahab: «Te juramos solemnemente que cuando conquistemos vuestra ciudad te perdonaremos a ti y a tu familia. Procura reunir a tu familia en tu casa, y cuelga un cordón escarlata de tu ventana, para que sepamos cuál es tu casa, y así podamos perdonarte.» Luego, en lo más profundo de la noche, Rahab les ayudó a escapar. Sacó una larga soga y por ella los bajó sobre los muros de la ciudad. «Id hacia las colinas», murmuró ella, y añadió: «Ocultaos ahí unos tres días, y después volved con vuestra gente. Durante este tiempo, los hombres del rey habrán dejado de perseguiros, y así estaréis a salvo.» Los dos espías se ocultaron, como les dijo Rahab, y escaparon a sus perseguidores. Cuan do cruzaron el río Jordán y volvieron a Josué, le contaron todo lo que habían visto y oído. Y terminaron diciendo: «La gente está atemorizada ante nosotros. No tienen fuerzas para resistir. Es cierto que el Señor ha entregado ya el país en nuestras manos.»

La caída de Jericó:
Conforme a la voluntad de Dios, Josué ordenó a los hijos de Israel: «Cuando veáis a los sacerdotes levantar el Arca sagrada de la Alianza y atravesar el río Jordán, debéis seguirlos.» Y el pueblo obedeció, y Dios estuvo con ellos. Josué iba al frente de ellos, y todos sus ganados y rebaños pasaron con seguridad el río hacia la llanura que rodeaba la ciudad pagana de Jericó. Allí acamparon. Recogieron el abundante grano que crecía en los campos de alrededor y amasa ron pan. Aquella noche, por primera vez en cuarenta años, no comieron maná. Aquella noche comieron del producto de la tierra de leche y miel, el país de Canaan. Pero las puertas de Jericó estaban herméticamente cerradas contra los invasores israelitas. Nadie podía salir ni entrar en ella. Y parecía que la ciudad podía aguantar un duro asedio. Dios habló a Josué, diciendo: «No temáis, porque Jericó, su rey y toda su gente será vuestra.» Y el Señor reveló a Josué el modo exacto de cómo debían conquistar la ciudad. Le dijo: «Una vez por día, durante seis días, tus hombres deben marchar en torno a los muros de Jericó. Tus hombres armados irán los primeros. Segnirán siete sacerdotes tocando trompetas de cuernos de carnero. Y a éstos les seguirán unos sacerdotes que lleven el Arca Santa de la Alianza... Así, daréis vuelta a la ciudad una vez cada día, durante seis días. Y al séptimo día, la misma procesión dará siete vueltas a la ciudad. Y cuando los sacerdotes hagan resonar sus trompetas, tu pueblo avanzará con gran griterío.» Obedeciendo las instrucciones de Dios, Josué se levantó a la mañana siguiente y organizó la procesión. Cuando todo estuvo preparado, empezaron a dar vueltas en torno a Jericó, mientras siete sacerdotes hacían sonar sus trompetas sin cesar. Al segundo día, y en los siguientes hicieron lo mismo. Al séptimo dieron siete veces la vuelta a la ciudad, y, como Dios les había mandado; en este día, el pueblo de Israel avanzó, y cuando la procesión dio la séptima y última vuelta, mientras los sacerdotes hacían sonar sus trompetas, empezaron a lanzar grandes gritos. Y he aquí que los muros de Jericó se derrumbaron y cayeron a tierra ante sus ojos. Entonces, los hombres armados de Israel entraron y conquistaron la ciudad. Se apoderaron de toda clase de cosas preciosas, de oro, plata, bronce y hierro que pudieron encontrar para el Tabernáculo de Yahvé. Luego prendieron fuego a la ciudad para destruirla. Josué no olvidó la promesa que habían hecho los dos espías a la mujer llamada Rahab. Sus hombres buscaron la casa que tenía el cordón escarlata colgando de la ventana. Y condujeron a Rahab a lugar seguro, con toda su familia, que estaba reunida en ella. Les perdonaron la vida porque Rahab había ocultado a los dos espías perseguidos por el rey de Jericó.

La ciudad de Ai:
Después de la caída de Jericó, Josué llevó a su pueblo hacia el oeste, avanzando hacia la ciudad de Al. Y el Señor estaba con ellos. Josué concibió un plan para conquistar la ciudad, donde la gente adoraba a dioses falsos. Tomó cinco mil hombres armados y, en la oscuridad de la no se acercó a la ciudad que dormía. Y les dio orden de ocultarse, diciendo: «Echaos aquí y no os mováis hasta que yo os dé la señal.» Luego los dejó y volvió al campamento de Israel. A la mañana siguiente, Josué completó su plan. Al frente de una banda de hombres, se aproximó con valentía a la ciudad. Y cuando el rey de Ai le vio con sus pocos hombres, él con toda su gente salió para ahuyentar a Josué. Y Josué y sus hombres fingieron estar atemorizados, y huyeron al campo, obligando al rey y a su gente a alejarse de la ciudad. Entonces llamó Dios a Josué y le dijo: «Levanta tu tanza y apunta hacia Ai.» Y Josué levantó su lanza apuntando hacia la ciudad. Y esto sirvió de señal para sus hombres armados, que estaban echados y escondidos. Se levantaron los cinco mil hombres fuertes e irrumpieron en la imprudente ciudad de Al. La tomaron y le prendieron fuego. Cuando el rey de Ai y su gente miraron atrás y vieron el humo y las llamas que se levantaban de su ciudad, dejaron de perseguir a Josué. Estaban confundidos, sin saber qué hacer. No tu vieron tiempo de hacer un plan, porque, de repente, se vieron rodeados por todas partes. Josué y sus hombres les atacaban de un lado, mientras que los israelitas que habían quedado en el campamento, con los cinco mil que habían tomado Ai, les atacaban por los otros lados. De este modo cayó la segunda ciudad de Canaan en manos de los hijos de Israel. (Manuel Komroff, 1970)

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