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Tratado de Utrecht



Gibraltar:
Sus 6 km cuadrados de superficie están dominados por un gran peñón calcáreo de 425 m de altitud, que cuenta con numerosas grutas y túneles. En algunas de estas cuevas se han encontrado restos del hombre de Neanderthal. A estas formaciones naturales se han añadido los numerosos túneles y galerías construidos para diversos fines, como por ejemplo para el abastecimiento de agua. Al no existir prácticamente aguas subterráneas, los gibraltareños deben almacenar las procedentes de las lluvias en un complejo sistema subterráneo, cuya capacidad total es de 50 millones de litros. A pesar de que su valor estratégico ha disminuido en los últimos años, continúa siendo una importante base militar. Su nombre procede del árabe Yabal-Tariq o roca de Taric, fue fundada en 725 por este general moro y estuvo en poder de los musulmanes hasta 1462, año en que fue conquistado por el duque de Medinasidonia e incorporada a la Corona de Castilla. En 1704, durante la guerra de Sucesión de España, fue ocupada por tropas inglesas. A pesar del continuo asedio a que fue sometida por parte de los ejércitos de Felipe V entre 1705 y 1707, la roca siguió en poder de Gran Bretaña. En 1969 España decidió cerrar la frontera y la ONU presionó al gobierno de Londres para que terminara con la situación colonial y entrara en negociaciones. La frontera fue abierta de nuevo en 1982.


Gibraltar, 19/04/1951. Por Miguel Torga:
Estos ingleses con esa manía que tienen de coleccionar islas, cuando consiguen echarle mano a un peñasco en medio del mar, son una maravilla. Lo siembran de cañones, lo rodean de barcos, y la roca empieza a florecer en una primavera de libras esterlinas y de misses tan rubias, que ya no sabe uno si protestar o agradecérselo. Cilicio imperial en el cuerpo imperial de España, Gibraltar es tal vez una piedra intencionada en el juego maquiavélico del destino. Penitencia y prevención de injusticias pasadas y futuras. Pues ¿qué mejor testimonio de la arbitraria moral de la Historia que una factoría clavada por Europa en su propio morrillo? (Miguel Torga)


¿Gibraltar español? (2004):
El contencioso de Gibraltar tiene mala solución, al menos en lo que respecta a nuestro país. No sólo por los 300 años de litigio, más latente que visible, entre Madrid y Londres, y que desembocan ahora [2004] en una conmemoración que ha avinagrado de nuevo las relaciones bilaterales; no sólo por que Gran Bretaña, desde que ocupó la Roca en 1704, ha desoído sistemáticamente las reivindicaciones españolas. No sólo porque las demandas de nuestro país únicamente encuentran acomodo en las Naciones Unidas, cuya autoridad moral es inversamente proporcional a su capacidad disuasoria. El problema de Gibraltar, fundamentalmente, pinta en bastos porque sus pobladores han reiterado una y otra vez que no tienen la menor intención de renunciar a su pasaporte británico para favorecer el reencuentro con un país del que, cultural y anímicamente, se han divorciado hace mucho tiempo. Por todo ello, y ante episodio tan conflictivo como el que nos ocupa, es necesario abordar el problema con una sobredosis de racionalidad, lo que implica dejar a un lado toda parafernalia emocional que suele acompañar las discusiones sobre el destino del Peñón. Para empezar, los gibraltareños debían haber participado con voz y voto en las negociaciones sobre el futuro de la Roca. Hasta ahora, los sucesivos gobiernos españoles han preferido marginar a los llanitos con tal de no reconocer jurisdicción alguna a sus autoridades. Y en este sentido, hay que dar la bienvenida a la sugerencia, inédita, que ha realizado el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, aunque sólo sea por la destrabazón que procura. "Es un hecho evidente que una negociación en profundidad sobre soberanía no puede desarrollarse adecuadamente en un ambiente de confrontación [...] porque en ella deben participar los gibraltareños, con la fórmula que se convenga, si se quiere que sirva en la práctica para algo", escribía recientemente Moratinos. Esta opinión es compartida por otros miembros del Gobierno, quienes consideran que a los gibraltareños no se les puede seguir negando protagonismo. Sin embargo, la rectificación llega, al parecer, demasiado tarde. Los habitantes del Peñón aspiran ahora no sólo a disfrutar de la categoría de interlocutores, sino a estar en condiciones de vetar cualquier acuerdo que no les satisfaga plenamente. La Asamblea Legislativa de Gibraltar tramita ya una resolución que prohíbe a Londres y a Madrid negociar cualquier cesión de soberanía sin que la colonia lo solicite previamente.

Así las cosas, España difícilmente puede convencer al Reino Unido de que desista de ejercer una tutela que ha venido delegando desde hace años conforme a una muy sofisticada interpretación de la trascendencia imperial. El planeta se encuentra plagado de realidades prácticamente inamovibles que tuvieron su origen en una fenomenal injusticia, con Londres ejerciendo de comadrona en muchas ocasiones. Sin forzar demasiado las neuronas, ahí están las Malvinas, que los ingleses ocuparon a despecho de Argentina para poblarlas seguidamente de autóctonos que con el transcurso de los años se reafirmaron como magníficos vasallos de Su Graciosa Majestad, mientras se convertían en adversarios acérrimos del país desgajado. Algo similar ocurrió en Irlanda del Norte y, desde luego, en Gibraltar. El método de colonización empleado por Gran Bretaña para garantizar a largo plazo la adhesión al imperio, apenas varía. Las reivindicaciones de Argentina, Irlanda y España son convenientemente enfriadas cada cierto tiempo. A Londres le basta con airear el derecho a la autodeterminación de sus colonias para desarmar las tesis del contrario. En el caso de Gibraltar, los habitantes del Peñón son además conscientes de que en estos 300 años se han ahorrado unos cuantos disgustos gracias a la verja, como una guerra civil y una prolongada dictadura. Es cierto que la prosperidad de la Roca se debe en buena parte a su condición de paraíso fiscal. Y también que a España le asisten sobradas razones legales en el proceso que se sigue desde el siglo XVIII para fijar las señas de identidad de Gibraltar. Pero estas constataciones no bastan para enmendar la plana a la historia. Al imperio británico, arrogante donde los haya, se le pueden hacer muchas recriminaciones morales; sin embargo, las invasiones mediante las que ha perpetuado su presencia hasta el día de hoy en territorios que originalmente le eran hostiles, han resultado ser extremadamente eficaces en términos de rentabilidad política. Malvinas, Irlanda del Norte y Gibraltar son tres buenos ejemplos de esta manipulación colonial. (Luis Méndez, 2004)

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