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Tony Bennett




Tony Bennett (1996):
Parece poseer el secreto de la eterna juventud. Aunque peina unas canas tan elegantes como sus impecables «fracs» blancos, Tony Bennett vive en estos tiempos su segunda época dorada. Y todo a raíz de la publicación del álbum MTV Unplugged, en agosto de 1994, que recibió los parabienes de veinte millones de compradores, la recompensa agradecida del Grammy y la rendida y contemporánea admiración de artistas fuera de toda sospecha, como Elvis Costello y K.D. Lang. Todo pudo ser de muy distinto modo, pero los confusos años noventa han impuesto sus propias leyes en materia musical. Han destruido ídolos recientes, han pasado factura a viejos dinosaurios, han catapultado dudosas estrellas noveles, y han recuperado el sabor de algunos clasicismos añejos y semi-olvidados. Un caso bien patente es el que nos ocupa. Y es que ha llovido bastante desde que Anthony Dominick Benedetto, alias Tony Bennett, irrumpiera tímidamente en el «show business», allá por 1949, y con mucho más fulgor desde que en los primeros sesenta tuviera la buena ocurrencia de grabar I left my heart in San Francisco, verdadero portaestandarte de su figura artística. Es la suya una «loca aventura que ha durado 40 años». Jalonada de pequeños y grandes éxitos, de cimas y simas, de arrebatos y olvidos. Temas clásicos, extraídos del Gran Cancionero Americano, o nuevas composiciones que su voz convertiría en «standards»: Strangers in paradise, Because of you, Cold, cold heart. Y Rags to riches, Just in time o Boulevard of broken dreams. Porque el «crooner» nacido en Astoria, Queens, N.Y., en 1926, hijo de un emigrante italiano dedicado a una pequeña tienda de alimentación, viene de una larga tradición de vocalistas de carácter melódico, origen seudo-operístico e intencionalidad claramente populista. Un género que ha dado nombres tan preclaros como Bing Crosby, Matt Monro, Andy Williams, Johnny Mathis... y Frank Sinatra, verdadero santo y seña de la generación aparecida tras la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, Tony Bennett ha recibido elogios del propio «Frankie»: «Es el mejor cantante de la profesión, el mejor intérprete de una canción. Me anima siempre que lo escucho. Me conmueve...». Y es que Bennett posee sobre un escenario ese sexto sentido que le hace conectar inmediatamente con su audiencia, por heterogénea y variopinta que ésta sea. Tiene, también y sobre todo, esa especie de pellizco musical que en el cante jondo se llama duende, y en el jazz y aledaños, «swing». Un breve y sutil chasquido de dedos, un guiño al pianista acompañante, un leve balanceo corporal... y una voz modulante y de timbre especial. La magia corre sola. A veces, su espectáculo se decanta por un repertorio excesivamente edulcorado, una nostalgia dulzona, o por una escenografía más cercana a una humeante sala de fiestas que a un teatro de ínfulas seriamente académicas. Pero ello no invalida juicios admirativos como el de Elvis Costello: «Tony Bennett es un cantante emocional y sincero, y ese es el verdadero estilo». Con cinco grandes premios de la industria norteamericana del disco, con decenas de álbumes grabados -entre ellos su antología Forty Years: The Artistry of T.B., con 87 temas recogidos-, el intérprete de cientos de canciones de Irving Berlin, George e Ira Gershwin, Rodgers y Hammerstein, y tantos otros compositores es un exponente de vocalista que tiende a la perdurabilidad, por muchos años que pasen. Y tiene otra gran pasión: la pintura. El pasado año por estas fechas, Bennett visitó en sus escasas horas de permanencia en Madrid el Museo del Prado, y dejó constancia de sus conocimientos en la materia. Su propia obra tiene bastante consistencia, para tratarse de un «amateur». Pero donde su nombre tiene un lugar reservado es en la historia de la música popular. Porque hay que recordar que, además de los títulos ya mencionados, Tony Bennett es autor de álbumes como The Art of Excellence, elegido por la revista Pulse! como uno de los 200 mejores discos de la década de los años 80; un doble LP antológico titulado Tony Bennett Jazz (1987); o, ya en los 90, una sucesión de trabajos discográficos de notable interés: Astoria: Portrait of an artist, Perfectly Frank y Steppin Out. Estos últimos merecedores igualmente de sendos Grammys.
Largo camino:
Es el último tramo de un largo camino para un cantante de modales señoriales y resabios románticos. Una trayectoria iniciada en los últimos años 40: «Mis años de lucha empezaron al final de 1949, cuando hice una audición para una revista que Pearl Bailey presentaba en un local del Greenwich Village. Bob Hope me oyó en el espectáculo y me invitó a aparecer en el teatro Paramount y cantar junto a él», señala Bennett. Un año más tarde realizó una prueba para la orquesta de Mitch Miller. Ahí comenzó la historia. Una historia que finaliza por el momento con su nueva gira europea. Que pasa por Madrid el sábado día 11. Será entonces el momento de redescubrir a un artista del que algunos hablan y no paran.
Influencias en las nuevas generaciones:
Jóvenes de muy diverso pelaje musical -desde el «punk» hasta la «new wave»- que creen ver en Tony Bennett una fuerte inspiración. Billy Idol, Smashing Pumpkins, los U2 de Bono, incluso Wynton Marsalis reconocen a Bennett como uno de los más grandes. Por todo ello, no es de extrañar que el reputado y habitualmente sesudo New York Times haya escrito: «Tony Bennett no sólo ha pasado por encima de la barrera generacional, sino que la ha demolido. Ha conectado sólidamente con una multitud criada en el rock, y sin hacer concesiones». Justo el consejo que le dio «ojos azules Frank Sinatra» en su más tierna adolescencia: «No hagas trucos o canciones juveniles para conseguir un "hit". Permanece siempre fiel a ti mismo».
Autor: Alvaro Feito

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