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Kemal Ataturk



Kemal Atatürk (1881-1938):
El forjador de la Turquía moderna fue uno de los dictadores más sorprendentes que registra la Historia. Poseía un espíritu a la vez refinado y salvaje que se expresaba tanto en la nobleza de sus gestos y actitudes, como en la fiereza contenida de muchas de sus decisiones. Vestía siempre con una extrema elegancia, pero en la guerra olvidaba las ceremonias y se mezclaba con sus soldados polvorientos como si fuera uno más. Podía ser cruel y magnánimo, vengativo e indulgente, despiadado y sentimental. Quienes lo conocieron describen su porte atlético y su rostro fascinante, surcado en la frente y mejillas por profundas arrugas y en cuyos ojos azules parecía ocultarse una inmensa tristeza. Esa faz, que en ocasiones semejaba una máscara imperturbable, se animaba en otras con una alegría inocente y soñadora. Su pelo rubio era excepcional en un país de hombres oscuros, como lo fue su instinto de estadista en el conflictivo mundo que le tocó vivir. Su nombre era Mustafá y había nacido en Salónica, a la sazón ciudad turca, en 1881. De familia modesta, estudió en un colegio liberal y al morir su padre siguió la carrera militar en la Escuela de Guerra de Estambul, de donde salió diplomado en 1905. Ya por aquel entonces sus compañeros gustaban de llamarle Kemal, nombre que significa el Perfecto y que encajaba exactamente con su carácter, su comportamiento y su aspecto. En aquellos días, el vasto imperio otomano, que a finales del siglo XVII se había extendido hasta las puertas de Viena, era víctima de las presiones ejercidas por las potencias europeas y se hallaba al borde del desmembramiento total. A la crisis económica y social que aquejaba al país se sumaron los continuos conflictos bélicos que hubo de mantener con sus vecinos, deseosos de anexionarse uno u otro territorio turco. Interesado por la política y angustiado por esta situación, Kemal se reveló como un hombre de tendencias reformistas y patrióticas, y contribuyó a la fundación del movimiento clandestino nacionalista Vatan ve Hürriyet (Patria y Libertad). Para castigar este activismo político, las autoridades lo enviaron primero a los destinos más peligrosos, luego lo encerraron temporalmente en prisión y por último lo amenazaron con el pelotón de fusilamiento. Pero Mustafá Kemal estaba hecho de una pasta muy resistente y sobrevivió a todas las dificultades. Entre 1910 y 1913, ada vez que el imperio se bata exhausto en los campos de batalla contra Italia, Grecia, Bulgaria o Serbia, o contra todos ellos al mismo tiempo, Kemal estará allí, en primera línea de fuego, a pesar de que los dirigentes del país le merecen el más profundo desprecio.

    Gran Guerra en Oriente Medio:
    Entre 1915 y 1918, franceses e ingleses convergen hacia Estambul desde Salónica, Basora y Suez. Animadas por los estados mayores alemanes, las fuerzas otomanas se enfrentan a las británicas en Mesopotamia y Palestina, y a las rusas en el frente del Cáucaso, donde el gran duque Nicolás obtiene dos brillanres éxitos en 1916, Erzurum (enero) y Trebisonda (abril). Los británicos capitulan el 28 de abril de 1916 en Kut al-Amara (Mesopotamia) ante los asaltos de los turcos que lanzan (agosto) una segunda expedición contra Suez. T.E. Lawrence, tras ganarse la confianza de Abdullah y Faysal, hijo de Husayn ibn Alí, rey de Hiyaz, organiza con ellos la liberación de la nación árabe del yugo otomano. En 1917-18 Lawrence obtiene brillantes éxitos preparando y apoyando la acción de las tropas de Allenby en la conquista de Palestina. El 1 de octubre de 1918, Lawrence y Faysal llegan a Damasco y la muchedumbre proclama a Husayn rey de los árabes. Numerosos acontecimientos impedirán la constitución del gran reino árabe prometido por Gran Bretaña a Husayn. A espaldas de Lawrence, París y Londres concluyen (mayo de 1916), un acuerdo que divide el Imperio otomano en dos zonas de influencia política y económica. La francesa incluye a Siria y Líbano. La británica comprende Palestina, Irak y Transjordania (convenio Sykes-Picot). Con la Declaración Balfour (02/11/1917) Gran Bretaña afirma su voluntad de crear después de la guerra un hogar nacional judío en Palestina.

    Lawrence escribe en 1920 Los árabes se rebelaron contra los turcos durante la guerra no porque el gobierno turco fuera extremadamente malo sino porque querían la independencia. Calificó las acciones de su gobierno de sanguinarias e ineficaces. Los levantamientos árabes y kurdos son reprimidos con bombardeos sobre aglomeraciones de civiles causando numerosas bajas. En 1922 se apoya la subida al trono en Irak de Faisal, tercer hijo del jerife Husein de la Meca, proclamado monarca constitucional por un «Consejo de Ministros». Como suní y monarca de una tribu del Golfo, Faisal no era ni iraquí ni miembro de la mayoría chií de Irak. El rechazo a los planes para la creación del estado de Israel se hace muy evidente. En 1936 y 1941 Gran Bretaña debe invadir Irak debido a golpes de Estado. En 1958 triunfa el golpe de Qasim, que no consigue sofocar una importante rebelión kurda. En 1963 Qasim es derribado en un golpe organizado por el partido Baaz y la CIA. En 1968 un nuevo golpe coloca en un puesto clave dentro del Baaz a Saddam Hussein. En 1976 el presidente Ahmed Hasan al Bakr se retira promoviendo a su sobrino Saddam Hussein.

Al estallar la Gran Guerra el imperio otomano, al alinearse con Alemania y Austria, comenzó a desmoronarse por todas sus fronteras. Como había hecho antes, Mustafá Kemal estuvo presente en todas partes donde era necesario (los Dardanelos, el frente del Cáucaso, Palestina, Alepo...), como si poseyera el don de la ubicuidad. Aunque nada podía salvar a su país de la derrota, es de constatar que él nunca fue vencido y que incluso obtuvo algunas victorias, éxitos que no lograron sino retrasar brevemente los planes de los aliados. Al término de a guerra, el sultán Mehmet VI asistió impotente a la ocupación de su imperio. La desmembración se hizo pronto realidad con el tratado de Sèvres, que no dejó intacta ni siquiera la península de Anatolia o Turquía propiamente dicha, mientras que las provincias árabes se constituían en Estados cuya tutela se confiaba a Gran Bretaña y Francia. Según contaría después uno de sus oficiales, al enterarse de la consumación de la tragedia, Kemal se encontraba en su campamento y permaneció reflexionando toda la noche en su tienda, abatido y concentrado. De pronto, un lobo aulló desesperadamente en la oscuridad; Kemal, como movido por un resorte, se enderezó igual que un animal salvaje y lanzó un terrible grito de furor que heló la sangre de los centinelas. Dejaba así renacer en él toda la fiereza de sus antepasados turcos y se sacudía la pátina de civilización adquirida desde su nacimiento. A partir de ese instante se le llamó el lobo gris.


Turquía será (tal vez) Europa [05/10/05]:
Ahora que tanto nos preguntamos acerca de lo que es España, no estaría mal el intentar instalarnos en una perspectiva más amplia y cambiar esa pregunta por la de qué es en realidad Europa. Las respuestas abundan tanto como en el primer caso. Desde las irónicas que, atendiendo a lo enrevesado de las leyes de ámbito europeo, dicen que la Unión es el paraíso de los abogados, a las más pragmáticas que aseguran que lo único capaz de definir a Europa por el momento -y tal vez siempre- es el soporte geográfico del euro. Pero por sino teníamos aún suficientes razones para la confusión, los ministros de Asuntos Exteriores de los 25 han aprobado anteayer en Luxemburgo la puesta en marcha de las negociaciones que llevarán a Turquía a incorporarse (tal vez) a Europa. El paréntesis de la frase anterior es obligado, a juzgar por la manera como se ha producido el sí inicial de la Unión. A las reticencias oficiales de Austria -cuya ministra llegó a sostener que no admitiría presiones para obligar a su país a darle el espaldarazo a Turquía- se le añaden los nada ocultos rechazos de buena parte de los franceses y los alemanes. Muchas reticencias, pues, ante el posible ingreso del país heredero del imperio otomano en ese Viejo Continente que fue, de hecho, su adversario político, económico y militar durante siglos. La memoria histórica contra el enemigo turco está viva en Europa, y la presencia de centenares de miles de emigrantes de ese país en bastantes países europeos no ha contribuido ciertamente a aliviarla. Pero esa presencia es, a la vez, la mejor muestra de que Turquía tiene ya un pie metido en la política europea. Que se lo digan a la señora Merkel, cuya exigua victoria en las elecciones alemanas se atribuye en buena parte a qué su programa tildaba de sospechosos a los ciudadanos de origen turco. Cuesta trabajo entender cómo se puede comenzar una negociación para integrar Turquía en Europa bajo un clima de tanta desconfianza por ambos lados. A las dudas austriacas, alemanas y francesas se les une la oportunidad que los partidos islamistas turcos han descubierto para poder rechazar las negociaciones. Si Europa no nos quiere, vienen a decir, ¿por qué razón tenemos que quererla nosotros? El proceso de entrada del que sería el primer Estado musulmán en la Unión Europea contrasta no poco con las euforias que adornaron la incorporación de otros países como España, sin ir más lejos. ¿Será posible llegar a buen puerto cuando se busca el acuerdo entre unos socios que sospechan tanto unos de otros? Tal vez la mejor respuesta a esa pregunta esencial esté en el propio acuerdo de puesta en marcha de las negociaciones. Si tan absurdas fuesen éstas, ¿a santo de qué iniciarlas? Pero el proceso largo y farragoso de integración turca en Europa va a resolver también otras dudas no menos profundas. Frente a la idea romántica de sociedad civil que sigue viva en conceptos como el de nación, Europa se parece cada vez más a un aséptico pacto por razones de conveniencia económica. Algo al estilo de la Comunidad Helvética. Parece difícil que Turquía entre en la Unión renunciando a unas características propias que se instalan, por cierto, bien lejos de las de la Europa ilustrada. Si las negociaciones fructifican, puede ser a cambio de que un acuerdo económico beneficioso termine para siempre con la idea de la Europa-nación (o imperio) procedente de los tiempos de Carlomagno. (Camilo José Cela)

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