HISTORIA
Recuerdos del puerto de Santa Cruz



Cap.IX.El Santa Cruz de cuando la Guerra Europea.
LA ENTRADA DEL MUELLE Y EL CASTILLO DE SAN CRISTOBAL
La única entrada a Santa Cruz para los que llegaban por primera vez a la isla resultaba en extremo pintoresca. El muelle era pequeñito, -ya que sólo llegaba a donde hoy empieza a perfilarse el espigón de la nueva dársena comercial- , y en él había algunas instalaciones notables. Una de ellas, la marquesina, y otra, el "pescante". Que era una especie de grúa pequeña, montada sobre un tambor de la muralla, frente a la marquesina, y que servía para elevar desde las falúas y depositar sobre el muelle los equipajes y cargas menores. Las escaleras de acceso desde el mar al muelle se llamaban "platillos". Los primeros estaban en la misma zona de atraque de las falúas, los segundos un poco más allá. Y era prueba de natación para los bañistas de la "playa de Ruiz" llegar hasta ellos, como luego se verá. También estaban sobre el muelle los Almacenes de Ruiz, de la familia Ruiz Arteaga, sobre la playa de su nombre, de la que acabo de hablar, y enfrente los tinglados del tranvía, para depositar las cargas transportadas por él; la Comandancia de Marina, en un curioso edificio de traza mozárabe, la Pescadería y, a continuación, el Castillo de San Cristóbal, con las construcciones bajas del Cuerpo de Guardia o El Principal, como se le llamaba corrientemente. El Castillo de San Cristóbal era una construcción curiosa, que estuvo en pie hasta el año veintitantos, en que fue derribado para formar, sobre el solar, la actual Plaza de España. Rodeado de muros almenados, peregrinamente pintados de color de rosa, parecía un castillo de juguete. Sin embargo contribuyó eficazmente a la defensa de Santa Cruz, contra la escuadra de Nelson, en julio del año 1797. * * * El Cuerpo de Guardia o Principal, como se llamaba. Era una construcción prolongada, que daba sobre el muelle, en la que tenía su alojamiento y oficinas el Sargento Mayor de Plaza, como entonces se llamaba al Gobernador Militar. Lo era, a la sazón, un teniente coronel de Infantería, llamado Angel Toledo, persona muy querida en Santa Cruz, y padre de varias hijas, simpáticas y guapas de verdad, que figuraban destacadamente en la mejor sociedad tinerfeña.

LOS BAÑOS Y LA PLAYA DE RUIZ
Frente al Castillo y al Principal, al otro lado del muelle, estaban los almacenes de Ruiz. Su situación exacta era donde hoy está el arranque de los muelles de Ribera. Se vendía en aquellos almacenes, como he dicho, propiedad de la familia Ruiz Arteaga, efectos navales de todas clases y útiles de mar y de pesca. Los formaban una serie de edificaciones bajas, de una sola planta en las que se acumulaban velas y encerados, cabos y maromas, y tan pronto se despachaban unas botas de agua, como un sedal, un anzuelo, o una copa de caña o vino moscatel. Ambas cosas de la mejor calidad, y me consta porque muchas veces hube de tomarme alguna, después de bañarme, par entrar en calor. Debajo de estos almacenes estaban los llamados "Baños de Ruiz". De ellos sólo recuerdo unos cuartuchos oscuros y húmedos, con duchas llenas de herrumbre, donde se respiraba una atmósfera asfixiante, saturada de salitre e impregnada de olor a brea, alquitrán y otras cosas peores, como la sentina de un buque carguero. Por la parte del mar terminaba en una galería por la que los bañistas solían tirarse al mar en la marea alta. Proeza bastante peligrosa, porque había allí un viejo cañón medio enterrado en la arena, sirviendo de pivote para amarrar embarcaciones, y en el que resultaba fácil pegar con la cabeza. Eso le ocurrió, en cierta ocasión a un muchacho de familia muy conocida de Santa Cruz, y no pudo contarlo. Como el hecho ocurrió un día de Corpus Christi, fecha solemne en que toda diversión se consideraba punible en aquella época, durante mucho tiempo se habló de él, recordándose sus circunstancias con carácter de fatal experiencia aleccionadora. Junto a los baños de Ruiz se extendía la playa del mismo nombre, que ocupaba el fondo de la bahía, desde el muelle hasta el comienzo de la carretera de San Andrés, bordeando lo que hoy se conoce por el nombre de Alameda del Duque de Santa Elena y que entonces se denominaba simplemente Alameda del muelle. La playa de Ruiz a lo largo de lo que en la actualidad es la Avenida de Anaga y muelles de ribera, era el lugar predilecto de baño para la gente de Santa Cruz.

LOS BAÑOS DE MAR EN 1917
Aunque el lugar selecto, para los baños de mar de entonces, era el Club Náutico, las familias en que no había ningún socio del Club se acogían a los "Baños de Ruiz". Y, a veces, en su defecto, a la playa del mismo nombre. En ellas se desnudaban y vestían, al abrigo somero de sábanas y toallas. Las damas y señoritas más pudibundas iban por la noche. Los trajes de baño, con blusita y pantalón, se adornaban con cuellos marineros. Las que no los tenían, se bañaban envueltas en amplios camisones. Sin embargo siempre había curiosos, de imaginación calenturienta, que acudían muchas noches a agazaparse detrás de los muros del muelle, en ocasiones armados de gemelos, para tratar de ver algo. Todo inútil. Tenían que conformarse con los grititos que daban las niñas y las no menos niñas, al llegarles el agua a la piel, a través de tanta tela, imaginándose lo demás. Había una gradación de pruebas para los bañistas, con pretensión de nadadores, de la playa de Ruiz. El tope inicial era alcanzar los "primeros platillos" de que he hablado antes. El siguiente, los segundos platillos. La hazaña máxima era trepar por las cadenas del "Laya", el cañonero que estuvo muchos años de apostadero en el puerto de Santa Cruz. También se registraba como prueba meritoria, llegar hasta las gabarras, alineadas en fila, formando un cordón. Eran éstas las grandes barcazas que se utilizaban para suministrar carbón a los buques anclados en la bahía. Los buques entonces se movían con máquinas de vapor, alimentadas por medio de calderas de carbón. Y la gente podía bañarse en la playa del litoral. Y muchos hombres iban por las noches a "rastrillar" el carbón que caía de las gabarras. Y a coger camarones, que se criaban en gran cantidad en los sillares del muelle. No había petróleo que los matara y ensuciara todo. Bien es verdad que tampoco había automóviles. Ni cómodas cocinas de gas butano.

OTRAS PLAYAS DE SANTA CRUZ
Más allá de la playa de Ruiz estaba la de San Pedro, junto al "Muellito del Carbón". Se alzaba, a la entrada de lo que es hoy la Avenida de Francisco La Roche, a continuación de la de Anaga, el Cuartel de San Pedro, alojamiento del entonces Grupo de Ingenieros. Formaba el tal Castillo una especie de tambor sobre el mar y al pie de sus muros había una pequeña playa, en parte de rocas y en parte de arena, de ingrato recuerdo para mí, porque en ella aprendí a nadar, habiéndose notado, creo, cierto descenso en las aguas de la bahía, a consecuencia de la que tragué yo en aquella ocasión. A continuación del Cuartel de San Pedro estaba el Club Náutico, con su edificación de madera y su aristocrática zona de baños. Y luego, San Antonio y "Los Melones". Dos baterías desartilladas, con playa de arena que la gente de Santa Cruz también solía utilizar para baños, procurándose la precisa autorización. Luego, en las mismas condiciones, y con igual limitación, la playa del Varadero, por la parte de acá del Club actual, y luego la de éste que entonces se llamaba de Valle Seco. La del Bufadero, un poco más allá. Después la de María Jiménez, la de las Salazones, -con permiso de don Bernardo Barrera-, y San Andrés, que entonces no se llamaba "Las Teresitas", y tenía arena natural. Todavía, más allá de San Andrés, había otras, poco conocidas por abrirse en la costa colgada de la zona de Igueste, con difíciles comunicaciones. Pero más acá, y antes de llegar a San Andrés sí había otra playa famosa. Famosa y trágica. La de los "Trabucs", con peligroso acceso y a la que mucha gente iba a bañarse ignorante de los peligros que encerraba, con unas corrientes traicioneras que costaron muchas vidas y que asimismo, años después, habían de ponerme en grave apuro a mí mismo.
Antonio Martí
70 años de la vida de un hombre y un pueblo.
Imp.Editora Católica, S.L.1974


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