Grecia
Pericles



Pericles:
Papel central de Atenas:
Para los griegos el poder de Pericles, no obstante toda su riqueza, era un poder bárbaro, pues se basaba en la esclavitud. De haber sido conquistados, su vida no habría sido menos cómoda, pero sí menos libre. Su amor a la libertad y su fe en ella es lo más grande que Grecia transmitido al mundo; y no se demostró de manera más espléndida que en los años de las guerras persas. El gran peligro que amenazaba a todos los Estados y ciudades griegos los había inducido a obrar de común acuerdo durante un cierto período de tiempo. Frente al enemigo común, se daban cuenta de que eran un pueblo de una sangre, un idioma, una civilización: panhelenos, en una palabra. Donde más fuerza adquirió este sentimiento fue en Atenas, pues los atenienses habían hecho más sacrificios que la población de cualquier otra ciudad. Dos veces habían dejado sus hogares a merced de los saqueos enemigos. Dos veces se habían negado a ajustar paces con el gran rey, cuando al hacerlo podían haberse salvado a costa de los demás Estados. Al principio de las guerras, éstos habían mirado a Esparta como su jefe. Los generales espartanos tuvieron siempre el mando supremo del ejército. Sus soldados fueron los que alcanzaron la victoria final. Pero si Grecia era todavía libre, en realidad no se debía a Esparta, sino a Atenas. Esta, no la otra, era la que tenía el sentimiento panhelénico. Esparta había fallado, y después de la guerra volvió a sus antiguos procedimientos. Sus ideas estaban limitadas por el Peloponeso. Así el interés principal de la historia griega pasa a concentrarse en Atenas, a la tentativa que ésta hizo para mantener unido a todo el mundo helénico.

La confederación griega:
A Atenas, no a Esparta, se volvieron los griegos jónicos de las ciudades de la costa. Pausanías, el general espartano, había tomado Bizancio, arrebatándosela a Persia; pero empezó a jugar una partida suya. Se puso traje persa y se ofreció a servir a Jerjes si el gran rey le daba en matrimonio la mano de su hija. En vista de esto lo llamaro a Esparta, y ésta no volvió a hacer nada en Oriente. Las ciudades jónicas y los demás Estados griegos del Egeo y la costa vieron que no había salvación para ellos mientras se mantuvieran aislados. Esparta les había demostrado que no podían esperar de ella verdadero auxilio. Volvieron, pues, los ojos a Atenas, la cual estaba dispuesta a recibirlos. Pocos años después de Micala, se formó una liga de Estados marítimos. Para proteger a las ciudades contra los bárbaros y para saquear la costa del gran rey, se coligaron unas setenta ciudades (478). Atenas era la cabeza de la liga, que incluía a las ciudades jónicas y eólicas de la costa de Asia y a las islas próximas a la misma, así como a ciudades de la Propóntida y Tracia, las islas Cícladas y todas las ciudades de Eubea, con excepción de una.

Financiación de la flota:
Aunque la confederación era una liga de Estados marítimos, muchos eran tan pequeños y pobres que no podían pagar más que un buque o parte de él. Se acordó que habría un tesoro común, y que los Estados más pobres pagarían anualmente una determinada cantidad, en lugar de equipar un buque para la flota aliada. El tesoro se hallaba en la isla de Delos. Al justo Arístides le correspondió la delicada labor de calcular lo que debía pagar cada miemmbro de la liga, y tan bien lo hizo que su dictamen estuvo en uso durante cincuenta años. Diez funcionarios atenienses se encargaban de cobrar las cuotas. Atenas, como jefe de la liga, llevaba la voz principal en las juntas del consejo. Cimón, hijo de Milcíades, fue nombrado general de la flota confederada, e inmediatamente zarpó contra Persia y se apoderó de algunas plazas importantes del Helesponto. Las ciudades de Caria y de Licia quedaron libertadas del imperio persa y se incorporaron a la confederación (468). En el río Eurimedonte, en Panfilia, se sostuvieron dos grandes batallas contra los persas, que fueron completamente derrotados, tanto por mar como por tierra. Quedaron destruidos doscientos buques fenicios. Después de la batalla de Eurimedonte, el peligro, de parte de Persia, estaba absolutamente conjurado. La porción meridional del Asia Menor quedaba firmemente ligada a la confederación ateniense. El gran botín cogido en la batalla se llevó a Grecia, para pagar los gastos ocasionados por la nueva fortificación de la acrópolis. (Hamilton y Blunt)
Nos diferenciamos de otros Estados en el hecho de considerar un inútil a quien no toma parte en estos asuntos. (Pericles)

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