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El positivismo



El positivismo:
En un sentido muy amplio puede llamarse positivismo a toda doctrina que se atiene a, o destaca la, importancia de lo positivo, esto es, de lo que muchos filósofos mantienen que se ocupan, y se ocupan sólo, de lo que es cierto, efectivo, verdadero, etc., habría que concluir que son positivistas -lo cual sería excesivo y, además, errado-. Ni siquiera es recomendable usar positivismo para designar doctrinas que, como la de Descartes, insisten en que se atienen únicamente a lo que es cierto, efectivo, verdadero, etc., después de haber puesto en duda todo lo que no ofrece estos rasgos. Es aún menos recomendable usar positivismo para calificar ciertos tipos de filosofía que han usado el término positivo -como la filosofía positiva de Schelling-. En Schelling, positivo se contrapone a negativo, de modo que su positivismo es oposición a negativismo. Se ha propuesto usar positivismo para designar doctrinas filosóficas que se fundan en hechos o realidades concretas o en realidades accesibles sólo a los órganos de los sentidos. Pero aun entonces el sentido de positivismo sigue siendo vago, pues habría que concluir que los filósofos que se adhieren al 'sensualismo' en teoría del conocimiento son positivistas. Algunos lo son pero otros no. Se ha propuesto asimismo usar positivismo para designar varias doctrinas filosóficas, como el utilitarismo, el materialismo, el naturalismo, el biologismo, el pragmatismo, etc. Aunque algunas tienen rasgos positivistas, otras pueden ser «poco positivistas»; en todo caso, pueden ser bastante especulativas, lo que no parece compadecerse con el positivismo.

El término 'positivismo' tiene su origen en Auguste Comte, el cual propuso, y desarrolló, una «filosofía positiva». Esta comprendía no sólo una doctrina acerca de la ciencia, sino también, y sobre todo, una doctrina sobre la sociedad y sobre las normas necesarias para reformar la sociedad, conduciéndola a su «etapa positiva». Los filósofos que siguieron a Comte, sea de un modo «ortodoxo», o bien «heterodoxo», fueron llamados «filósofos positivos» o «positivistas». También fueron considerados positivistas filósofos como John Stuart Mill, Spencer, Mach, Avenarius, Vaihinger, etc. Ello conlleva el peligro de extender más de la cuenta el alcance del significado de 'positivismo'. Si todos los filósofos que manifiestan atenerse a lo «dado», especialmente a lo dado a los sentidos; que manifiestan hostilidad hacia el idealismo; o que estiman que deben tenerse en cuenta los métodos y resultados de las ciencias, son declarados «positivistas», habrá que incluir entre ellos a muchos que expresan simpatía por el fenomenismo, por el naturalismo, por el cientifismo, etc. Hay algunos usos de 'positivismo' que conviene conservar, porque, de hecho, este término ha sido empleado por varios filósofos (o comentaristas) muy distintos de cualesquiera de los mencionados en el párrafo anterior. Ejemplos de estos usos son:

  1. El llamado «positivismo total» de autores com Husserl y Bergson, los cuales han estimado que si hay que ser positivista, hay que serlo «a fondo» y «radicalmente», no de un modo parcial, como el de Comte; en vez de negar ciertos aspectos de la experiencia, hay que admitirlos todos, esto es, hay que admitir lo dado tal como se da, sin prejuicios y conceptuaciones previas.
  2. el llamado «positivismo espiritualista» de autores como Ravaisson, Lachelier y Boutroux.
  3. el «positivismo absoluto» propugnado por Louis Weber, según el cual hay que proceder a una crítica del conocimiento que muestre la intervención real de la actividad espiritual en la constitución de las ciencias, de modo que se trata de un «positivismo absoluto a través del idealismo».

Sin embargo, estos tres usos deben mantenerse sólo por razones históricas, es decir, por el efectivo empleo del término 'positivismo' en los ejemplos indicados. Por otro lado, hay que subrayar en cada caso que se trata de un «positivismo» distinto del «normal», por lo que es recomendable usar siempre los adjetivos que lo cualifican: 'total', 'espiritualista', 'absoluto', etc. Aun cuando los autores indicados pueden coincidir con los positivistas del tipo de Comte en que preguntan ante todo «cómo», y no, o sólo posteriormente «qué», «por qué» y «para qué», y aunque todos ellos destacan el «primado de los hechos», entienden 'hecho' en un sentido distinto del que es asociado corrientemente con las tendencias positivistas a partir de Comte.

Propiamente, el positivismo tiene dos manifestaciones en la época moderna y contemporánea. Una es la ya citada de Comte y sus sucesores. La otra es el movimiento que ha recibido varios nombres: positivismo lógico (una expresión ya usada, aunque en distinto sentido por Vaihinger en Die Philosophie des Als Ob), empirismo lógico, neopositivismo. Lo característico de esta forma de positivismo, que incluye el círculo de Viena, y que está asimimo relacionado con el convencionalismo y con el operacionalismo, es el intento de unir el empirismo (especialmente en la tradición de Hume) con los recursos de la lógica formal simbólica; la tendencia antimetafísica, pero no por considerar las proposiciones metafísicas como falsas, sino por estimarlas carentes de significación y aun contrarias a las reglas de la sintaxis lógica, y el desarrollo de la tesis de la verificación. Según Moritz Schlick, este positivismo exhibe los rasgos siguientes:

  1. Sumisión al principio de que la significación de cualquier enunciado está contenida enteramente en su verificación por medio de lo dado, con lo cual se hace necesaria una depuración lógica que requiere precisamente el instrumental lógico-matemático.
  2. Reconocimiento de que el citado principio no implica que sólo lo dado sea real.
  3. No negación de la existencia de un mundo exterior, y atención exclusiva a la significación empírica de la afirmación de la existencia.
  4. Rechazo de toda doctrina del «como si» (Aihinger). El objeto de la física no son (contra lo que pensaba Mach) las sensaciones: son las leyes. Y los enunciados sobre los cuerpos pueden ser traducidos por proposiciones -que poseen la misma significación- sobre regularidades observadas en la intervención de las sensaciones.
  5. No oposición al realismo, sino conformidad con el realismo empírico.
  6. Oposición terminante a la metafísica, tanto idealista como realista. Así, únicamente la aclaración radical de la naturaleza de lo a priori lógico-analítico proporciona, según Schlick, la posibilidad de profesar un integral empirismo lógico que pueda ser calificado de auténtico positivismo.

En sus primeras formulaciones por lo menos, el positivismo lógico separa, pues, completamente, la forma lógica del contenido material de los enunciados, y rechaza la correspondencia ontológica entre proposición verdadera y realidad, así como la reducción de la verdad a la proposición a su simple coherencia formal con otras proposiciones verdaderas (lo cual no sería sino otra manifestación de la actitud racionalista). (Ferrater Mora)

[La reforma de la sociedad:]
[...] La ruta de su doctrina siguió un curso sensiblemente distinto al conocer a Clotilde de Vaux, quien, según propia manifestación, le inspiró su religión de la humanidad. Comte ha dado a su filosofía el nombre de positiva; sin embargo, el posterior positivismo, que cuenta a Comte como su fundador, no equivale exactamente a dicha filosofía. Procedente, en su parte afirmativa del saint-simonismo, y, en su parte negativa, de la aversión al espiritualismo metafísico, el positivismo de Comte constituye una doctrina orgánica, no sólo en el aspecto teórico, sino también y muy especialmente en el práctico. El propósito de Comte no es, por lo pronto, erigir una nueva filosofía o establecer las ciencias sobre nuevas bases; es proceder a una reforma de la sociedad. Pero la reforma de la sociedad implica necesariamente la reforma del saber y del método, pues lo que caracteriza a una sociedad es justamente para Comte la altura de su espíritu, el punto a que ha llegado en su desarrollo intelectual. De ahí que el sistema de Comte comprenda tres factores básicos: en primer lugar, una filosofía de la historia que ha de mostrar por qué la filosofía positiva es la que debe imperar en el próximo futuro; en segundo lugar, una fundamentación y clasificación de las ciencias asentadas en la filosofía positiva; por último, una sociología o doctrina de la sociedad que, al determinar la estructura esencial de la misma, permita pasar a la reforma religiosa, a la religión de la Humanidad. El significado de 'positivo' resalta inmediatamente de la filosofía de la historia de Comte, resumida en la ley de los tres estadios: el teológico, el metafísico y el positivo, que no son simplemente formas adoptadas por el conocimiento científico, sino actitudes totales asumidas por la humanidad en cada uno de sus períodos históricos fundamentales.

Influencia:
[...] La influencia de Comte ha seguido aproximadamente el mismo curso que el destino del positivismo, el cual, en su aspecto de reacción contra la especulación del idealismo romántico, ha recogido principalmente de Comte su posición antimetafísica. Aparte de la influencia perceptible de Comte en todas las direcciones positivas imperantes en la segunda mitad del siglo XIX y prescindiendo de la formación de numerosos grupos y asociaciones positivistas que se propagaron particularmente en la América del Sur (sobre todo en Brasil), donde el positivismo de procedencia europea se encontró con lo que Alejandro Korn ha llamado el «positivismo autóctono», el pensamiento de Comte ha influido de un modo más directo en Emile Littré, que rechazó, sin embargo, la religión de la Humanidad, y que en Pierre Laffite, que acentuó justamente su adhesión a esta última fase de la filosofía comtiana. En Inglaterra propagaron la doctrina de Comte, además de John Stuart Mill, G.H.Lewes, Harriet Martineau (1802-1876), que tradujo, resumió y comentó el Curso de filosofía y, sobre todo, Richard Congreve (1918-1899), que formó a su vez varios discípulos entusiastas del comtismo en Wadham; entre ellos se distinguieron Frederic Harrison (1831-1923), autor entre otros libros de Creed of a Layman (1907), The Philosophy of Common Sense (1907), The Positive Evolution of Religion (1913) y sus Autobiographic Memoirs (1911); John Henry Bridges (1832-1906), que en su The Unity of Comte's Life and Doctrine (1866) combatió la usual escisión entre el positivismo científico y la religión de la Humanidad, y en su Five Discourses on Positive Religion (1882) insistió en la importancia de esta última; y Edward Spencer Beesly (1831-1915), autor de Comte as a Moral Type (1885). El grupo de Wadham fundó en 1867 la «London Positivist Society», y afiliada a la organización positivista que tenía su sede en Francia. La escisión aquí producida entre Lafitte y Littré repercutió también en la Sociedad inglesa, que se adhirió casi íntegramente al primero. The Positivist Review, que se transformó en Humanity (1923) y desapareció en 1925, fue fundada en 1893. (Ferrater Mora)


Comte, Feuerbach y Marx:
En 1835, el poeta alemán Heinrich Heine, escribiendo para franceses, profetizaba sardónicamente: "Me da la impresión de que un pueblo metódico como nosotros tenía que empezar por la Reforma, podía luego ocuparse de la filosofía, y, sólo consumada ésta, podía pasar a la revolución política... El pensamiento precede a la acción como el rayo al trueno. El trueno alemán es, naturalmente, alemán, lo que quiere decir que no es muy ágil y tarda en llegar; pero llegará". Lo que no preveía Heine es que Alemania seguiría tan fiel a su vocación abstracta que produciría, sí, al gran pesador revolucionario, pero no la revolución misma, la cual ocurriría en lugares tan poco previsibles lógicamente como Rusia, China, Cuba... Ese gran pensador revolucionario lo tendría muy pronto a mano Heine y llegaría a ser su amigo en el exilio parisiense: Karl Marx. Pero antes de abordar su propio pensamiento nos conviene, por completar el hilo histórico, y sin olvidar además la rápida alusión que ya hicimos a los socialistas utópicos, elegir otras dos referencias previas entre el abigarrado contexto de la aparición de Marx, una por contraste, y otra como antecedente inmediato: Comte y Feuerbach.

[...] Aquí nos interesa Comte para contrastar con él a Marx, estableciendo algo que conviene recordar hoy día: la atención teórica a la sociedad y a su evolución histórica, y la exigencia de positividad, no implican necesariamente una actitud progresista, ni mucho menos revolucionaria, sino que pueden resultar ser instrumentos reaccionarios,por más que formalmente puestos al día.

Comte, en cierto modo, es expresión del espíritu francés asustado y escarmentado por la Revolución, pero que, sin volverse hacia atrás, prefiere consolidar el avance burgués viéndolo como un nuevo orden, ya definitivo y equilibrado, capaz incluso de asumir, terrenalmente y en un presunto humanismo, los sentimientos de la religión. Brevemente: Comte establece, ante todo, la ley fundamental de la historia y del progreso, con tres estadios -el teológico, el metafísico y el positivo, este último introducido por el propio Comte en el mundo de una vez para todas-. Hay aquí algo de hegelismo de vía estrecha -y no sólo en la estructura tripartita-, pero en el final no reina el Espíritu Absoluto, sino el cientifismo y la organización racional del mundo. La mentalidad burguesa parece que quisiera aquí detener el momento, como el Fausto goethiano, olvidando su propia dinamicidad, mediante el código de lo válido científicamente, los hechos positivos -facts, pedía por entonces mister Grandgrind, el personaje dickensiano de Tiempos duros, caricatura del positivismo-. Pero Comte no se atiene a los hechos propiamente tales, que serían los singulares -como señalará luego el atomismo lógico de Russell-, sino que busca los hechos generales, leyes científicas establecidas a partir de los hechos singulares, y, por tanto, con cierto margen de selección, formalización e interpretación. Comte ve la ciencia positiva como algo práctico: "Ciencia, de donde previsión; previsión, de donde acción". La mente comtiana, pues, trasciende lo que rigurosamente sería observación positiva, y puede lanzarse a la utopía de la sociedad feliz, y ya inmóvil, donde el impulso que movió la historia se sublima en dotar a la humanidad de un aura, haciéndola objeto de autoadoración, no sin personajes privilegiados, como Clotilde de Vaux, la difunta amada de Comte, en cuyo nombre actúan todavía "obispos" en ciertas repúblicas suramericanas. (José María Valverde)


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