DOCUMENTOS
Cartas dispersas. José Guillermo Anjel R.



Cartas dispersas: Personajes de ficción: José Guillermo Anjel R.:

11. A ADAN:
Recordado Adán (en hebreo, Adam, de adamá, tierra roja), salir del Paraíso le dio a usted la oportunidad maravillosa de nombrar y definir el mundo a medida que lo iba descubriendo, de ponerle nombre a las cosas y ubicarlas en un tiempo y un espacio. Y esta tarea, la de nombrar y definir, le proporcionó el elemento que hace que un hombre se diferencie de un animal: la conciencia, siendo ésta aquel concepto que tenemos de algo sin que nos genere dudas (ni miedo), o sea, la opción de llegar a la certeza. Y si bien la conciencia crece a medida que tenemos más conocimiento, cada época tiene una conciencia, el ser conscientes (tener conceptos de lo que somos hoy y de lo que hay alrededor de nosotros) nos permite un sentido de la vida o al menos una dirección que seguir para no perdernos.

En el mito babilónico que narra la creación del mundo, los cielos estaban sin nombrar y en la tierra nada estaba nombrado. En Bereshit (Génesis) se habla del universo como de un compuesto de tohu y el bohu (caos y vacío) que D’s ordena para que cobre forma y usted, Adán, lo entienda, no a través de clasificaciones y opuestos sino a partir de nominaciones. Luego vendrían las jerarquías, los usos, lógica, la poesía. Por esto, estamos ahora en el año 5.763, como corrobora la cuenta rabínica de los años del mundo; cuenta que se hace a partir no del big-bang sino de usted del saber quién soy, de dónde vengo), Adán, del momento en que tiene conciencia y al tenerla el universo cobra sentido y valor.

Adán, su tarea simple, la de hacer un inventario lógico de lo visto y sentido antes de entrar a especular, se ha ido perdiendo en la complejidad, cuando ya no es el nombre de la cosa y su lógica práctica lo que interesa sino su conexión con lo que no se entiende bien y que es caos y es vacío. Y como ya no tenemos nombres sino estructuras que se cruzan, volvemos al miedo de hacer. Y lo que es peor, al miedo de entender lo elemental, porque ya no hay conciencia sino dependencia.

39. A JACOB:
Respetado patriarca, tiene usted sus historias. Unas bellas, otras tristes, las más emocionantes porque cuando usted andaba por ahí el mundo se estaba creando y había poca polución en el aire, casi siempre venida de los sacrificios humanos hechos por sumerios y cananeos, gente esta que adoró al gato y al cerdo. Misteriosamente no se menciona al perro, quizás porque servía de medicina para curar llagas. Pero lo más interesante fue esa historia suya donde usted soñó y en el sueño peleó con el ángel de D’s. Y de esa pelea salió con otro nombre, Israel, lo que lo llevó a ser otro porque asumió responsabilidades para con usted y los otros y miró de frente. Quizás usted haya sido el primer hombre realmente libre.

En José y sus hermanos, la tetralogía de Thomas Mann, el primer libro está dedicado a Las historias de Jacob (así, con doble a). Y si bien en este texto la novela y la historia se funden (como casi siempre pasa en la historia), hay una teoría muy bella sobre la realidad: es lo que nos hace jóvenes. Porque la realidad está ahí y no tiene tiempo y si la vemos y sentimos, entonces somos en nosotros y en el proyecto que construyamos. Por eso su historia, Jacob, es la más larga del libro de Bereshit (el Génesis), y es la que prepara el entendimiento de la realidad para que haya leyes e instrucciones de cómo usarla bien. Es una historia de la vida.

Negarnos la realidad, Jacob, es envejecer y morir. En este sentido la Torá es muy sabia: y llegó a los tantos años y murió, cuando ya no había más realidad. Por esto habla de gente que vive mucho y otra que vive poco. Por esto, Jacob, me da risa de los que tratan de rejuvenecerse con hormonas y barros verdes, dietas drásticas y ejercicios torpes. Son muertos embalsamados. Ya se sabe, Jacob ben Itzjac, la libertad está en asumir lo que hay y no en huir de esto que nos pasa. Y en la aceptación de la realidad está la juventud, cosa que no entendió Ponce de León ni tantos otros que buscaron la fuente que revitalizaba. Es que soñaron pero evitaron pelear con el ángel de D’s.

42. A ABRAHAM:
Querido Abraham abinu (padre nuestro), pocos tiene su valor en estos tiempos. Es que no queremos ser libres. Los ídolos, las ansias de poder, el miedo, la necesidad apremiante de traicionar (desviación de la personalidad), la industrialización del engaño y la mentira, el deseo de ser reconocidos como héroes sin haber hecho nada importante, son actos cotidianos. En términos de Adler y de Sennet, existe una terrible corrosión del carácter que lleva a toda clase de paranoias y sicosis, de transferencias insanas y de dependencias atroces. Como sostiene Erich From en El miedo a la libertad y en Ser y tener, y Espinoza en la Éthica, asumimos la esclavitud de las pasiones y nos alejamos de la libertad de obrar. Padecemos y no obramos.

La libertad, esto de abandonar lo que nos duele o disminuye (lo que nos reduce y esclaviza), es una palabra a la que le volteamos la espalda. La iniciativa, el oír a un D’s que no nos pide depender de él sino accionar con él, ser imagen de él y por lo tanto creadores y ordenadores de todo lo que es bueno (extensión y pensamiento en palabras de Spinoza), nos da miedo. Y en este miedo (que es la madre de las aberraciones), no accionamos sino que nos damos a padecer en límites cada vez menores y más estrechos. Abraham, hay un temor a salir y a dejar los ídolos, esto que nos reduce y empobrece, y mejor creamos otros que son más débiles y por ello más peligrosos.

Cuando usted sale de Ur, Abraham, deja atrás lo que lo disminuye como hombre. Y oye una voz interna (la de D’s, dice el Génesis) que le pide ir hacia un lugar donde no hay incertidumbres ni odios, ídolos de barro ni dependencias ilusorias. Y usted, que es libre y no le teme a la libertad, hace lo que D’s le dice. Se quita de encima lo que lo atribula y asume la inmensidad de la condición humana digna. Y ahí está el lugar prometido, donde usted, su mujer, sus hijos, sus siervos y sus animales cumplen con la tarea de obrar sin padecer. Salir de Ur, respetado Abraham, fue dejar las pasiones y las miopías para asumir un orden, no para ejercer un poder sino para ser digno en ese poder.

64. A CAIN.
Huidizo Caín, aparece usted en la historia como el primero que trató de negar lo que hizo y de evadir las responsabilidades de su acto. Sin embargo, a pesar de su alegato, que fue simple y torpe (acaso soy guarda...), tuvo que marcharse al Este del Edén y allí, donde tuvo hijos y nietos, algunos de ellos fabricantes de instrumentos musicales y precursores de la metalurgia, quizás haya tomado conciencia de su acción. No es claro que se sintió malo o con mucho dolor, si permaneció asustado o simplemente asumió el asesinato de Abel (Hevel, en hebreo) como un error nacido de esa pasión terrible que es la envidia. Poco se sabe del fin de usted, Caín y todo queda en manos de la ficción, como en la novela de John Steinbeck.

Dice la Torá, que usted era labrador y Hevel, pastor. Y que los sacrificios de su hermano producían un humo que subía hacia el cielo mientras la humareda de su altar, Caín, se regaba por encima de la superficie de la tierra. Y que fue este hecho, el de un humo que ascendía frente a otro que corría paralelo al horizonte, lo que hizo que usted se llenara de ira y llegara al crimen. En términos de Spinoza, su pasión nace de la ignorancia, de no saber de vientos, material combustible y la debida cantidad para ofrecer. Y de estar más pendiente del otro que de sí mismo. Como dice Luis Cernuda en uno de sus poemas, el estorbo fue usted mismo.

La envidia, Caín, es representada entre los iraníes por una serpiente que muerde una lima de hierro, lo que significa un trabajo doloroso y en vano, donde el veneno no actúa sino que genera amargura. Y convierte el envidioso en un miserable porque todo lo bueno lo tiene otro y él no tiene nada. Por esto, el último mandamiento, según la Torá, es no codiciar, para evitar dolor y que haya conciencia (conceptos claros que no generen dudas, como dice Ludwig Wittgenstein). Entonces, Caín, su problema fue creer que su razón era la única. Y bueno, el resto ya se sabe: usted cargó con la señal del miedo, que es una mordedura que sigue mordiendo.

70. A NIMROD:
Buscado Nimrod, de usted dan pocas pistas. Apenas si aparece una mención suya en la Biblia hebrea (en el Tanaj) y algunas pocas en el Talmud, dando razón de usted en la construcción de la torre de Babel y en los días de los antecesores de Abraham. O sea que situarlo bien es muy difícil. Sin embargo usted existe y su nombre aparece titulando una romanza sefardí que habla de preñeces, tiempos duros y de confusión. Y este último concepto, lo confuso, es el motivo de que le escriba. Es que hay mucho caos y algunos lo aprovechan para nombrarse lo que no son o para anunciar el fin de los tiempos, la confusión de las lenguas y la presencia de D’s donde lo nombran mal. En ocasiones es un negocio, en otras una sublimación, en las más un delito sin pena.

Esto de los clones parece anticiparse en ciertas organizaciones que se auto-nombran igual que otras y de esta manera asumen como suya una historia, una tradición y unas creencias que no les pertenecen y a las que les dan una interpretación inadecuada porque tratan de amoldarla a unos espacios con grandes vacíos. Quizás el proceso sea por ósmosis o por acción de espíritus entrones. O lo que es peor: por un afán de falsificar, cosa muy común en nuestros países donde las copias ilegales abundan. Pero el problema no es la copia sino la generación de ideas que afectan al original copiado, convirtiéndolo en caricatura, sujeto de leyendas y, si es el caso, en enemigo.

Y como hablamos del caos, rey Nimrod, no hay ninguna legislación al respecto. Así vemos etnias que reaparecen (vuelven y se crean) después de aparecer una ley de protección a las culturas, religiones que se copian tal cual, aduciendo que están perfeccionadas; negocios que de apoderan de una imagen corporativa ajena etc. Y en ese juego de los clones, la confusión aumenta y el ciudadano se desconcierta y es burlado, ya porque ha sido invadido en lo suyo y propio, ya porque ingresa en unos códigos que entiende mal. Hay una nueva Babel, rey Nimrod. Y en la confusión y la ignorancia, lo legítimo pierde espacio y lo gana la piedra falsa.

73. AL DIABLO:
Asustadizo y asustador, posible e imposible Lucifer, de usted se puede decir todo; que está ahí y que no está, que es una invención y también algo tan cierto como el agua que venden embotellada y que no resulta mejor que la del grifo. Pero no se trata de demostrar su posibilidad de ser o no ser y menos de establecerlo como una supuesta verdad o una mentira de esas que crean los colectivos asustados. Lo anterior se lo dejamos a los teólogos y los antropólogos. El asunto que nos convoca es otro: el infierno, eso que ya se da como un no lugar pero que está ahí y se multiplica en cantidad de gente que se mantiene en estado infernal: repartiendo sufrimientos.

Del infierno hay muchas versiones. Para Dante es un lugar helado donde se purga la traición, el desvarío, la lujuria y la envidia. Y donde no hay purificación ninguna porque, como todo está congelado, el sufrimiento se mantiene en estado crítico. Para Borges y Bioy Casares, hay muchas formas de infierno (de averno), desde los simples como la ignorancia que duele, hasta unos muy sofisticados y casi que filosóficamente resueltos como el de John Stuart Mill, que consiste en pensar solamente en un ser que lo pueda crear. Y si nos vamos a Jean Paul Sartre, el infierno es más elemental y cercano: son los demás. Y así, hasta la versión de los inquisidores, que es una hoguera eterna.

Entonces, Lucifer, señor de la ignorancia (príncipe de las tinieblas), no se sí usted sea algo real o no. Lo que si parece evidente es que el infierno existe, sea en estado de cosa o en síntoma de conducta desequilibrada, que parece ser el más común. Y de aquí, Satanás, tanto infierno caminante, enredante, listo a encenderse y mantenerse activo por un mero roce, por una palabra malentendida, por una envidia gorda, por un afán de entender y no poder. En fin, Lucifer (diablo), hay vidas infernales que tratan de hacer común su estado para tener cómplices en ese infierno. Y eso es lo peor: que no hay infiernos propios que se luzcan sino infiernos pobres que se reparten, para descrédito de Charles Baudelaire.

84. A D-S:
Necesario D-s, tú eres lo que se llama un hecho necesario, una primera causa incomprensible que es origen de todas las causas posibles para ejercer la inteligencia, la sabiduría, la justicia y la misericordia. Y si bien, querido D-s, toda definición que se haga de ti, como dice Maimónides, queda reducida a las limitaciones del pensamiento humano y por ello es apenas un primer velo lo que logramos comprender, al menos si podemos ver y regocijarnos en tus manifestaciones. Y ser semejanza tuya, no en la forma y la acción sino en el entendimiento que vamos teniendo de las cosas. Baruj Spinoza escribía que de tus infinitos atributos, dos nos permiten tener conciencia de ti: que podemos saber más y que todo tiene una medida.

Pero, eterno D-s, ya no miramos el cielo y conceptos como lejanía, lontananza y columbrar (el primero de Walter Benjamín, el segundo del maestro Burckhartd y el tercero de Azorín) nos son ajenos. Ya nadie nos espera a lo lejos, ya lo que hay más allá y es bello no importa y poco vemos del paisaje amable que nos rodea, que tiene una historia y unos recuerdos buenos. Hoy, como los animales, miramos al piso y, en ese espacio reducido entre la cabeza y los zapatos, tratamos de ver el mundo. Y claro, nos encontramos con un espacio chico y simple, regido por la silicona (si es del caso), lo que hay en el bolsillo y los placeres con receta y pastillas.

Así que hemos perdido tu noción y en lugar de alabar tu magnificencia (todo lo que hay para que hagamos de esta vida la mejor posible), nos hemos encerrado en nosotros mismos, en lo que se corrompe y destruye, en lo que duele y enceguece, en los sueños cortos y los odios violentos. Y en lugar de agradecer, pedimos, como si ya todo no estuviera hecho y dado. Perdimos la medida (somos unos desmesurados) porque sólo tenemos miradas para nosotros y nuestras cortas razones, que no son una conciencia sino la cantidad de miedo que acumulamos. Ya no miramos el cielo, Señor D-s. Por eso no hay una estrella que guíe sino una sonda espacial que se pierde.

104. A MATUSALÉN:
Querido y casi conocido personalmente, Matusalén. Digo esto porque, con los años que usted vivió, 969, y siendo hijo de un padre (Enoch) que no murió sino que subió al cielo, si hubiera nacido en la Edad Media es posible que lo hubiéramos visto en alguna foto de prensa o en algún documental de la National Geographic. Pero de usted se habla sólo en el Génesis y en unos días en que apenas si había algunos grabados de piedra. Y en los que la gente duraba mucho, no se sabe si porque comían de todo y estaban lejos de ser presionados por exámenes médicos, cursos de pre-jubilación, pensiones insuficientes y noticias permanentes sobre el fin del mundo. Sus tiempos, querido Matusalén todavía estaban limpios.

Lo que yo me pregunto de usted, es cómo habría sido tildado hoy en día por ser un judío de tanta edad. Quizás la ONU dictara una resolución invitándolo a morir y a no seguir dando el mal ejemplo de no haberse dejado matar mientras estuvo despierto y dormido. Porque, esas pieles que usted mantenía en el cuerpo amigo Matusalén, de las que habla Isaac Bashevis Singer en un cuento maravilloso, detuvieron al Ángel de la muerte miles de veces, o sea que le sirvieron de muro. Y esto, protegerse contra los que me niegan el derecho a estar vivo, sería ahora un crimen. Entre más se vive, más se aprende, de esto supo usted demasiado. Los suyos fueron 969 años lunares vividos.

Pero hay algo peor en nuestro mundo: si denuncias que te quieren matar, también es malo hacerlo. El llamado de Sharón a los judíos franceses de venirse a Israel para estar seguros, ha molestado bastante. Y ha molestado porque ha puesto en evidencia que ser judío en Europa es un peligro y que para el judío el lema de libertad, igualdad y fraternidad es una frase que lo excluye. Ya decía Hannah Arendt, lo único que defendería a los judíos sería un ejército judío. Arthur Miller, en su libro de memorias, Vueltas al tiempo, lo tiene claro. Así que querido amigo Matusalén, fue una suerte para usted vivir en los tiempos del Génesis. Allí la vida todavía era algo asombroso.

115. A MOISES:
Respetado y seguido Moisés (Moshé rabenu, en hebreo), a usted le debemos tres grandes acontecimientos: salir de la esclavitud a la libertad, el fundamento ético de occidente y el sentido del futuro, aunque ya éste suceso había comenzado con Abraham cuando sale de Ur en busca de la Tierra prometida. Sin embargo, es usted el que lo define y pule, acabando así con el concepto de historia circular (donde todo se repite) y proporcionándole al hombre un mirar hacia adelante rompiendo con las cadenas del fatalismo y la condición de animal condenado a un destino que no puede cambiar. Con la Torá enseña a vivir y a usar bien lo que hay; crea un sentido en los orígenes y plantea que existe un llegar para la realización humana.

Y en honor al acontecimiento que usted produjo, se celebra la Pascua, que más que una festividad religiosa es una enorme reflexión en torno al sentido de la vida y los principios éticos que ésta debe contener para que se convierta en una gran posibilidad sobre la tierra. En esta Pascua (Pésaj), el hombre reflexiona en el por qué ha dejado de ser esclavo y se ha convertido en un ser libre, pero no para el libertinaje sino para el orden que debe contener la existencia a la luz de una ética que rompa con los miedos, confusiones e ignorancias. En el judaísmo es salir de la oscuridad hacia la luz. En el cristianismo es vencer la muerte a través de la resurrección. En las dos creencias, es vencer al demonio de las tinieblas, que es el dios de la ignorancia.

Maestros como usted, Moshé rabenu, como Jesús, plantearon algo simple: renacer. Pero no para tener más tiempo en el mundo del consumo y la intolerancia sino para entender lo que tenemos y las obligaciones que se tejen entre unos y otros para que la vida sea una gran oportunidad de realización comunitaria. La Pascua tiene como sentido no lavar los pecados sino vencerlos. Y el pecado se define como aquello que va contra la naturaleza porque la desordena y crea un gran temor. Ojalá que esta Pascua sea un real renacimiento y no una tregua para recargar los odios.

José Guillermo Anjel R | memoanjel2.blogspot.com)

Cartas dispersas: Primera parte (1-60) | Cartas dispersas: Segunda parte (61-124) | Cartas: En español | Cartas: Personajes | Religión | Israel: Asentamiento | Coleridge | John Milton


[ Inicio | Autores | Montaigne | Nietzsche | Ortega | Marx | Hegel | Kant | Hume | Comte ]