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Avance norteamericano en el Pacífico (1944)



Cine: Banderas de nuestros padres. Clint Eastwood (2007):
Una fotografía de un grupo de soldados levantando una bandera americana en la isla japonesa de Iwo Jima. De ahí parte Clint Eastwood para elaborar una contundente y desgarrada visión del abuso de la figura del héroe por parte del aparato mediático y propagandístico americano en Banderas de nuestros padres, la primera parte del acercamiento del veterano director a la Segunda Guerra Mundial. Con Steven Spielberg, un clásico ya en las revisiones del conflicto, en la producción y Paul Haggis, último triunfador de los Oscars que ya colaboró con Eastwood en Million Dollar Baby, en el guión, el director de obras como Sin perdón o Los puentes de Madison nos ofrece un original y alternativo planteamiento para contar una historia que, como toda guerra, tiene una insalvable doble perspectiva. Esta primera película, basada en el libro de James Bradley y Ron Powers, nos ofrece el punto de vista americano de las consecuencias sociales, políticas y personales tras la contienda de Iwo Jima, los ocultos y subterráneos efectos del horror a pesar de la victoria y como estos se rebelan ante la exaltación de algo que los contradice. La vocación distanciada y arbitraria del film obliga, sin duda, a enjuiciarla junto con su correspondiente Cartas desde Iwo Jima, la visión japonesa de la batalla, como un díptico . Previsto el estreno de esta última en nuestro país para el 16 de febrero, Eastwood cerrará con ella su arriesgado discurso, una apuesta que, por primera vez en la historia de estos premios, le ha llevado a ser nominado por ambas películas en los próximos Globos de Oro. Será entonces cuando veamos las intenciones de su planteamiento completadas. (CinesRenoir)

Isla de Tarawa

Comentario de Rafa Marín (04/01/07):
No le falla el pulso al viejo Clint, pero quizá nos tiene mal acostumbrados y le pedimos que en cada película se supere a sí mismo. Después de una brillante carrera actoral, donde fue acusado alegremente de reaccionario y cuasi-fascista, y de una carrera directorial que ya prometía obras interesantes en su primeriza Escalofrío en la noche, el viejo y sabio Eastwood es unánimemente aceptado como el último gran clásico vivo que goza, pese a su edad ya avanzada, del privilegio de seguir dirigiendo y dirigiendo muy bien. Sin embargo, en esta película le han ganado por la mano tres factores: el primero, la estética de la guerra, de cómo se filma la guerra y cómo se colorea la guerra, que tiene una deuda ineludible, como imagino la tendrán en el futuro todas las películas bélicas, con la portentosa secuencia inicial de Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg, productor de esta Banderas de nuestros padres y, parece, el director que iba a llevarla a buen puerto en primera instancia. El segundo factor es que la estructura narrativa, los saltos de tiempo y espacio, el deseo de hacer casi cine documental (y no hay más que ver las fotografías reales de la toma de Iwo Jima y el parecido asombroso de los actores con los soldados de verdad que interpretan, y el mimo de la puesta en escena, desde el color de la tierra a los detalles de vendas, correajes, incluso perros), casi podrían haber dado más cancha y mejor expresividad narrativa en una miniserie televisiva, como ya vimos, y vimos muy bien, en Band of Brothers. El tercer factor es que, como buena película de guerra, los personajes resultan confusos, todos manchados y sucios y heridos, todos casi adolescentes, y el guión intenta hacer un homenaje a los seis soldados que levantaron la histórica bandera, las dos veces, y apenas puede hacerlo con tres de ellos, los supervivientes, para al final sólo mostrar cierto interés en la figura del soldado indio Ira Hayes, que ya había sido objeto de un biopic protagonizado por Tony Curtis, El sexto héroe, nada menos que en 1961. Que la actuación de ninguno de los tres personajes centrales sea sobresaliente resta bastantes méritos a la película. Con todo, pese a algún momento inicial desconcertante y algún golpe de efecto con los flash forwards y flashbacks que resultan algo cansinos, la película va ganando fuerza y tiene un último tercio magistral. Eastwood no escatima escenas de dureza, pero no en el campo de batalla (¿será que todos estamos demasiado acostumbrados a lo gore?), sino en las escenas de vida cotidiana: la familia del verdadero soldado que iza la bandera y es ignorado a perpetuidad en la foto y los homenajes; el encuentro con la otra madre y el llanto del indio en sus brazos; el racismo latente (en aquella época los indios ni siquiera tenían derecho a voto) y el alcohol como remedio; y, sobre todo, una vez terminada la guerra, la vuelta a la mediocridad de la vida para unos personajes que nunca fueron héroes y que tienen que sufrir en carnes la ignorancia y el alejamiento. Como ya hiciera en Sin perdón, ni la prensa ni los políticos salen demasiado bien parados a los ojos de Eastwood. Como parte de un díptico que se complementará dentro de unos meses con Cartas de Iwo Jima, rodada en japonés y desde el bando nipón, es curioso que aquí apenas se vea el enemigo, siempre oculto en los bunkers, suicidado en las cuevas o atacando de noche. Quizá haya que esperar a ver cómo redondea el viejo Clint su visión de esta encarnizada batalla de la historia, y su versión de los otros no-héroes, pero seres humanos al fin y al cabo, que combatieron por las banderas de otros padres. (Rafa Marín)

Desembarco

Eastwood sobre la producción:
[El best seller de James Bradley (hijo de John Bradley, el sanitario que hizó la bandera en Iwo Jima) y Ron Powers Flags of Our Fathers captó la atención de Clint Eastwood poco después de ser publicado en 2000]. Existen numerosas tramas, y eso es lo que hace interesante al libro. Y, por supuesto, la famosa fotografía tomada por Joe Rosenthal de la Associated Press. Había algo especial en la foto. Nadie sabe muy bien lo que es, excepto que son hombres haciendo un trabajo, levantando un mástil. Probablemente así es como se vieron a sí mismos los hombres de la foto. Pero en 1945, esto simbolizó el esfuerzo de la guerra. Como contrapunto una de las batallas más sangrientas de la contienda, la imagen simbolizaba lo que estaba en juego, aquello por lo que estaban luchando. Y luego, cuando descubres lo que les ocurre a estos hombres y cómo son sacados de la batalla y devueltos a casa para iniciar unas giras destinadas a recaudar fondos para financiar la guerra, te quedas con una serie de emociones muy complejas [...] Le mencioné a Spielberg [propietario de los derechos de la novela] que estaba muy interesado en la obra, y la cosa quedó ahí. Posteriormente, hace unos dos años, me encontré con Steven en un acto y me comentó, '¿Por qué no te animas y llevas a cabo el proyecto? Tú lo dirigirás y yo lo produciré.' Así que dije, 'De acuerdo, lo haré". [...] En la mayoría de las películas de guerra con las que crecí, había chicos buenos y chicos malos. La vida no es así, y la guerra tampoco. Estas películas [la suya y Cartas desde Iwo Jima] no tratan sobre el triunfo o la derrota. Tratan sobre los efectos de esta guerra sobre los seres humanos y sobre aquellos que perdieron sus vidas mucho antes de que fuera su hora. (Clint Eastwood)


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