PROYECTO SER
Texto de Savater



Etica:
El hombre recto (!y cuerdo¡) quiere vivir mejor, no escapar a su condición mortal: intenta hacer lo bueno no sólo pese a que es consciente de que siempre existirá lo malo sino precisamente por eso, para defender contra lo irremediable la fragilidad preciosa de lo que considera preferible. No se conduce éticamente a fin de conseguir un premio o retribución, sino que llama ética al modo de obrar que le recompensa en su propia actividad haciéndole saberse más razonablemente humano y libre. En una palabra, no vive para la muerte o la eternidad sino para alcanzar la plenitud de la vida en la brevedad del tiempo.

El hombre que se sabe mortal reacciona con angustiada desesperación, siente miedo ante todo lo que le amenaza con acelerar su fin (privaciones, hostilidad, enfermedad, etc.), acompañado de avidez por acumular cuanto parece ofrecerle resguardo ante la muerte (riqueza, seguridad, preeminecia social, renombre, etc.) y odio contra aquellos que le disputan esos bienes o parecen obligarle a compartirlos: quien teme a la nada, lo necesita todo. El miedo, la avidez y el odio son las características de vivir a la desesperada.

Alegría:
Cuando constata su presencia en la vida, el ser humano se exalta. Y esa constatación exaltada es lo que podemos llamar alegría. La alegría afirma y asume la vida frente a la muerte, frente a la desesperación. La alegría no celebra los contenidos concretos de la vida, a menudo atroces, sino la vida misma porque no es la muerte, porque no es "no" sino "sí", porque es todo frente a nada. Pero la alegría no es puro éxtasis sino actividad y va todavía más allá: lucha contra el malestar desesperado de la muerte que nos infecta de miedo, de avidez y de odio. Nunca la alegría podrá triunfar por completo sobre la desesperación (dentro de cada uno de nosotros existen la desesperación y la alegría) pero tampoco se rendirá ante ella. A partir de la alegría tratamos de aligerar la vida del peso abrumador y nefasto de la muerte. La desesperación no conoce más que la nada que amenaza a cada cual mientras que la alegría busca apoyo y extiende su activa simpatía a nuestros semejantes, los mortales vivientes.

Sociedad:
La sociedad es el lazo formado por mil complicidades que une a quienes saben que van a morir para afirmar juntos la presencia de la vida. Cada sociedad es una prótesis de inmortalidad para los mortales, los que conocen la muerte pero desacatan sus lecciones desesperadamente aniquiladoras. Todas las empresas sociales de los humanos están también marcadas por el miedo, la avidez y el odio de la desesperación. Pero no es la desesperación lo que crea, sino la alegría. En recordar esto reside la única lección de la ética. Si la muerte es olvido, la sociedad será conmemoración; si la muerte es igualación definitiva, la sociedad instaurará las diferencias; si la muerte es silencio y ausencia de significado, el eje de la sociedad será el lenguaje que convierte todo en significativo; si la muerte es completa debilidad, la sociedad buscará la fuerza y la energía; si la muerte es insensibilidad, la sociedad inventará y potenciará todas las sensaciones, el derroche "sensacional"; como la muerte es el aislamiento final, la sociedad instituirá la compañía del afecto y el mutuo auxilio en la desventura; si la muerte es inmovilidad, la sociedad humana premiará los viajes y la velocidad que nada logra detener; si la muerte es repetición de lo mismo, la sociedad intentará lo nuevo y amará como algo siempre nuevo los viejos gestos de la vida, los nuevos seres como nosotros, la progenie indomable de los mortales; contra la putrefacción informe cultivará la hermosura, el juego donde pueda morirse y resucitarse muchas veces, las metamorfosis del significado.

El significado es algo que los humanos añadimos a la vida y al mundo, frente al abismo insignificante del caos al que vencemos brotando y al que nos sometemos muriendo. Significativa victoria y derrota insignificante porque muere el individuo pero no el sentido que quiso dar a su vida [...] ese queda para nosotros, sus compañeros de humanidad. Pero el abismo caótico está también oculto en todos nuestros significados, como su reverso, como su espesor. Vivimos sobre el abismo y conscientes de él. Por eso la razón humana no es mera fábrica de instrumentos ni se contenta con encontrar soluciones a las preguntas aún no definitivas. Y también por eso la filosofía no es sólo razón sino imaginación creadora: Es la mediación de lo imaginario, de lo inverificable (lo político), son las posibilidades de la ficción (mentira) y los saltos sintácticos hacia mañanas sin fin lo que han convertido a hombres y mujeres, en charlatanes, en murmuradores, en poetas, en metafísicos, en planificadores, en profetas y en rebeldes ante la muerte.


La felicidad en la vida religiosa:
Las cosas están más integradas de lo que parecen, son mejores de lo que parecen y son más misteriosas de lo que parecen; algo similar es lo que emerge del estudio de las tradiciones de sabiduría como el denominador común más elevado. Cuando a esto le añadimos los fundamentos que establecen estas tradiciones para la conducta ética y su visión de las virtudes humanas, uno se pregunta si se ha concebido una base más sabia para la vida. La vida religiosa encierra en su seno una clase de dicha particular, la perspectiva de un final feliz que corona los comienzos necesariamente dolorosos, la promesa de la aceptación y la superación de las dificultades humanas. En nuestra vida cotidiana sólo tenemos atisbos de esta dicha; cuando llega, no sabemos si nuestra felicidad es lo más raro o lo más común del mundo, porque la encontramos en todas las cosas terrenales, la damos y la recibimos, pero no podemos quedárnosla. Cuando todas estas insinuaciones nos pertenecen, no nos parece en absoluto extraño el ser tan felices, pero retrospectivamente nos preguntamos cómo pudo haber llegado a ser nuestro ese oro del Edén. La oportunidad humana, nos dice la religión, es transformar nuestros destellos de comprensión en una luz permanente. (Huston Smith)


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