HISTORIA
Franceses en Canarias



Franceses en Tenerife. Por Juan Arencibia:
En 1791, según escribe Antonio Ruiz Alvarez, sólo 53 extranjeros residían en Santa Cruz, de los que 13 eran franceses, 13 malteses, 12 italianos y 15 portugueses. En la isla había unos dos centenares. Pero con motivo de la revolución francesa el número de galos aumentó y su número fue el más numeroso. Pero cuando la cifra sufrió un drástico incremento fue a raíz de la victoria española de Bailén. En mayo de 1809 llegaron a Santa Cruz dos barcos españoles y dos ingleses que traían a bordo nada menos que 1.484 prisioneros franceses. Desde Santa Cruz se hizo la distribución entre las distintas islas. Al año siguiente llegaron ochocientos más. Resultaron ser unos prisioneros conflictivos. Como hijos de la revolución, su conducta se daba de cara con las costumbres isleñas. Además, animados por las noticias que hablaban de los avances de los napoleónicos en la Península, se envalentonaron y protagonizaron algaradas que causaron serios problemas. Con todo, lo más preocupante era su manutención. Estaban saliendo muy caros a la Hacienda Pública, por lo que muchos de ellos se dedicaron a la mendicidad. Realmente los que quisieron y pudieron se fueron y los demás permanecieron en las islas y fundaron familias.

Antes de esta excepcional circunstancia de la Guerra de la Independencia, los extranjeros, aunque no eran gran número, habían estado presentes en la vida de Canarias. Concretamente en Santa Cruz, nos son familiares los apellidados Forstall, Baudet, Casalón o Grandy. Como los son otros llegados en los siglos XIX y XX caso de los Beautell, Serís Granier, Schwartz, Claverie, Murphy, O'Donnell, Hamilton, Alhers, Beuster, Caulfield, Hodgson, Keating, Bartlett, Ravina, Guigou, Hardisson y un interminable etcétera. Los hubo que se identificaron con nuestra isla y escribieron sobre ella, caso de Desirée Dugour, y Sabino Berthelot, o los que llegaron a ocupar la alcaldía santacrucera como, entre otros, Fonspertius y Forstall. (Juan Arencibia)


La piratería ejercida por súbditos galos resultó para los isleños más perjudicial que la inglesa. Cuando la agresiva actividad hugonote decae los franceses de religión católica son acogidos con menor sospecha que los protestantes. Portugal se convirtió después de la firma de diversos tratados en un aliado tradicional de Inglaterra.


Piratas franceses:
Pronto los piratas de Francia se lanzaron al Océano para disputar el puesto a los lusitanos, aprovechándose de las guerras continuadas de Carlos V contra Francisco I y atraídos por el cebo de los galeones de Indias. Los nombres de Jean Fleury —el famoso Florín de los españoles, que logró apoderarse de los espléndidos y ricos tesoros de la recámara de Moctezuma— del almirante Bnabo, de Jean Alfonse de Saintonge —el más ilustre de los cosmógrafos franceses—, de “el Clérigo”, de Pierre Rubin, de Guillaume Maron, de Jean Bulin, de Pierre Severino, de Antoine Alfonse de Saintonge —el hijo de Jean—, de François Le Clerc, “Pie de Palo” —el sanguinario y cruel pirata—, de los almirantes Durand de Villegaignon y Paris Legendre, del capitán Figuevila, etc., llenan los anales del reinado de Carlos V en lo que a la acción de la piratería contra el archipiélago se refiere. El reinado de su hijo y heredero Felipe II no fue más tranquilo, ya que tanto Enrique II como sus sucesores no se limitaron tan sólo a fomentar el desarrollo de la piratería, sino que dejaron las manos libres a sus súbditos para organizar verdaderas expediciones de ataque contra las Canarias. Además, las guerras de religión, en Francia, fueron un motivo más de la odiosidad contra España y causa de algunas de estas operaciones terrestres o navales. Destacan en este reinado las expediciones de los piratas franceses Louis de Lur-Saluces, vizconde de Uza, Jacques de Sores —el sanguinario hugonote—, Jean Bontemps, Jean de Capdeville —el aprovechado discípulo de Sores—, los capitanes Le Testu y La Motte, Bernard Saint-Pasteur, lugarteniente de Philippe Strozzi, etc. (Rumeu de Armas)


Comercio de vino y azúcar (s.XVI):
Si importancia tuvo en el siglo XVI el comercio canario con las Indias, no le fue en zaga el tráfico con el extranjero, principalmente con Francia e Inglaterra, y hasta cierto punto con los Países Bajos, aunque por estar estos últimos incorporados al imperio español no se le pueda estrictamente considerar como tal. El comercio con Francia sufrió, sin embargo, las naturales restricciones impuestas por las continuadas guerras que con ella sostuvimos; pero en los periodos de paz se mantuvo un activo tráfico a base de vinos, azúcares y remieles canarios, cambiados, principalmente, por paños, madera, sardinas y otras mercancías. Uno de los más activos comerciantes con Francia fue en este siglo Juan Marcel, que tenía sus agentes y factores en Rúan. Lo mismo cabe decir de Francisco Méndez, comerciante tinerfeño afincado en Gran Canaria, que mantenía activa relación mercantil con su hermano Antonio Joven, avecindado en Rúan (a donde había ido en su juventud para organizar el tráfico comercial con Canarias), naturalizado francés, casado allí con una “gran señora” y convertido en un verdadero personaje normando: corsario para combatir la piratería en el canal de la Mancha por encargo especial del rey Enrique III, capitán y gobernador de la villa de Saint-Gilles-sur-Vie, camarero y privado del rey de Francia y su gentilhombre. Tal es, en pocas palabras, la personalidad del capitán Antoine Jove, nacido en La Laguna y avecindado en Rúan y uno de los organizadores del comercio canario-francés de aquel siglo, hasta el punto de enviar por su propia cuenta todos los años de paz más de tres navíos cargados de mercaderías y consignados a su hermano el regidor Méndez. Este comercio se intensificó al crearse en 1570 en Rúan la compañía comercial Hallé-Le Seigneur-Trévache, que estableció sus factorías fijas en Marruecos y las Canarias. Fueron agentes de la misma en el Archipiélago Paul Regnault y Jean de Moy. Con el tiempo, Saint-Malo rivalizaría con Rúan en el comercio con las islas del Océano. El tráfico se hacía, como siempre, sobre la base de los azúcares y vinos insulares. Para el aprovechamiento de los primeros, la sociedad antes citada había establecido magníficas refinerías en Rúan. (Rumeu de Armas)

Ciudad hospitalaria:
Santa Cruz se moja los pies en el mar para darle la bienvenida a sus forasteros. Aquí se guarda para el visitante la misma acogida que para el amigo, igual trato para el peninsular que para el extranjero. Por eso en Santa Cruz hay una larga tradición de familias inglesas y francesas, irlandesas e italianas, que se fueron incorporando a la historia de la Ciudad, que nunca rechazó a nadie y asimiló cuanto le traían. (Juan del Castillo León)


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