HISTORIA
CUBA
ESPAÑOLES RELEVANTES



Conde de Valmaseda:

Domingo Dulce (Sotés,Logroño 1808-Amélie-les-Bains 1869):
Participó en la represión de los agraviados en Cataluña y luchó en las guerras carlistas. Contribuyó decisivamente al éxito de la Vicalvarada al unirse a O'Donell. Fue capitán general de Cataluña y de Cuba desde 1862 hasta 1866. Fue desterrado a Canarias por conspiración contra el gobierno de Isabel II. Sucedió al general Lersundi en enero de 1869, conocido por su talante abolicionista y por sus relaciones familiares con los intereses criollos; su mujer, la condesa de Santovenia, era cubana. En su época de capitán general se granjeó la enemistad entre los tratantes de esclavos. Proclamó una amnistía para los rebeldes que se rindieran en un plazo de cuarenta días y envió delegados para parlamentar con Céspedes. Dulce cometió el error de ignorar los sentimientos pro españoles de los habaneros de origen español. Este importante colectivo estaba encabezado por Julián de Zulueta y se negaba a tener tratos con Céspedes. Los comerciantes españolistas no le dejaron llevar a cabo sus planes. El casino español de La Habana publicó un manifiesto en que se decía:

    "Cuba será española o la abandonaremos convertida en cenizas."

Los grupos de "voluntarios" pretendían dirigir de hecho el curso de la política gubernamental. Dulce perdió la batalla política y se dejó arrastrar por el extremismo de los españolistas. Fue obligado a dimitir y embarcado hacia España (Junio 1869). Con este hecho quedó demostrado quién mandaba en La Habana.

Martínez Campos:
Los insurrectos habían ganado la batalla principal, la de las mentes. Sus proclamas, periódicos y libros llegaban a todos los rincones de la isla. Muerto Martí, fue elegido presidente Salvador Cisneros; Máximo Gómez designado general en jefe, y Antonio Maceo lugarteniente general. Ante la gravedad de la situación, volvió Martínez Campos. Asustado ante lo que encontró, escribió al presidente del Gobierno Cánovas del Castillo, que los pocos españoles que había en la isla sólo se atrevían a proclamarse como tales en las ciudades; y que el resto de los habitantes odiaba a España como consecuencia de las proclamas de la prensa, de la conjuración constante y el abandono en que habían quedado desde que se fue el general Polavieja. En julio de 1895, Antonio Maceo supo que el general Santocildes estaba en Manzanillo esperando al capitán general y montó una emboscada. Advertido Martínez Campos, ordenó atacar a los rebeldes por su retaguardia. La batalla duró cinco horas, murió Santocildes y Martínez Campos estuvo a punto de caer prisionero.

Su escasa capacidad es superada por los acontecimientos:
Su fracaso fue claro. Aunque algunos historiadores alaben su política conciliadora, demostró que militarmente no daba la talla. En Cuba, jamás actuó como un militar. No se entiende que un profesional se quite de encima sus responsabilidades para endosárselas a otro compañero por cuestiones de conciencia. En la carta a Cánovas le dice que España se está jugando su destino, pero que el conserva ciertas creencias que le prohiben llevar a cabo ejecuciones sumarias y actos parecidos. También considera que como representante de un país culto no puede dar un ejemplo de intransigencia. Escribe que podría concentrar en las ciudades a las familias del campo (como ocurrió en 1870, en el este), con lo que aislaría el campo de las ciudades. Y añade: Yo creo que carezco de cualidades para llevar a cabo una política de este tipo. Entre nuestros generales, en la actualidad, sólo Weyler tiene la capacidad necesaria para este tipo de política, pues es el único que reúne la inteligencia, valor y conocimiento de la guerra necesarios. Esto se llama en el Ejército español, falta de amor a la responsabilidad.

Maceo y Gómez arrollan a su conciliador rival:
En agosto de 1895 había en Cuba un número importante de soldados españoles, quizás 200.000; pero escasamente la cuarta parte estaba en condiciones de combatir. Las unidades españolas eran un auténtico desastre. El culpable principal era Martínez Campos, quien en lugar de hacer la guerra, intentaba recuperar la paz. Una teoría buena si el enemigo también está dispuesto a compartirla, lo que no era así. Si hubiera tomado drásticas desde un principio, hubiera obligado a los rebeldes a parlamentar, porque está probado que Maceo y Máximo Gómez eran aún muy débiles respecto a los españoles. La mayor proeza realizada entre octubre de 1895 y enero 1896, al invadir la parte occidental y alzar en armas a cuantas poblaciones atravesaron. A finales de octubre, Máximo Gómez cruzó la trocha que separaba Camagüey de Las Villas, y el 6 de noviembre ordenó quemar las plantaciones, destruir las industrias y ferrocarriles y fusilar a quienes fueran encontrados trabajando. El fracaso militar de Martínez Campos fue total. Concentró las tropas en las plantaciones amenazadas y dejó el camino despejado a Maceo y Máximo Gómez, que atravesaron las llanuras con total libertad. Saquearon e incendiaron cuanto encontraron a su paso; volaron vías férreas y quemaron campos de azúcar. Cuando estaban a punto de quedarse sin municiones, se las arrebataron a los españoles. Hicieron la guerra de verdad. Martínez Campos, dando muestras de su incapacidad militar, concentró varias unidades en el Norte, pero los rebeldes cambiaron el rumbo de su marcha y se dirigieron hacia Las Villas, dando la impresión que huían; pero giraron 180 grados y regresaron a Matanzas. Después penetraron en la provincia de la Habana. En diciembre cosechó otro fracaso cuando quiso presentar batalla a máximo Gómez y Maceo a unos cien kilómetros de la Habana. Tuvo que retroceder y estuvo a punto de perder la vida. La colonia habanera española recibió con vítores a Polavieja y Weyler. Maceo llegó a las afueras de la Habana a principios de enero de 1896, pero la capital estaba bien defendida y decidió dirigirse hacia Pinar del Río. En esas fechas ordenó quemar y destruir cuanto encontraran a su paso. Su lema era que donde no alcanzaban los rifles, llegaba la dinamita. El 22 de enero, Maceo entró triunfalmente en Mantua, la ciudad más occidental de las isla. Había recorrido Cuba desde un extremo a otro y destruido todas la industrias importantes, vías férreas y plantaciones de la provincia de Pinar del Río, excepto la capital. De hecho, los rebeldes habían ganado la guerra. Los paños calientes de Martínez Campos no habían servido de nada. En enero de 1896 fue relevado por Weyler.

Camilo García Polavieja (Madrid 1838-Madrid 1914):
Participó como voluntario en la guerra de África y en 1863 pasó a Cuba, en donde permaneció diez años y ascendió, por méritos de guerra, hasta teneinte coronel. De regreso en España, en 1873, luchó contra carlistas y republicanos en Cataluña. Ascendió a brigadier, volvió a Cuba, en donde combatió contra Maceo y gobernó en la provincia de Santiago (1879-1881). Fue capitán general de Andalucía y en 1890 marchó nuevamente a Cuba como capitán general de la isla, pero descontento con la política antillana de Romero Robledo, dimitió (1892). En 1896 se le envió a Filipinas para reemplazar al general Blanco. Al formar gobierno Silvela (marzo 1899) le encomendó la cartera de la Guerra.

Los carlistas:
El inicio del conflicto está en la derogación de la Ley Sálica por parte de Fernando VII, padre de isabel II y hermano de Carlos Isidro de Borbón. El rey se casa cuatro veces, muere sin hijo varón y su voluntad y la ley vigente señalan a Isabel como sucesora. Los cambios sociales fueron disgregando las bases carlistas. Estaban anclados en el pasado y pretendían el retorno a los antiguos valores de la España rural y campesina. Una parte del país se ve sobrepasada por los tiempos y no encuentran sitio en el nuevo régimen. Era un movimiento heterogéneo y entre sus filas se podía incluso encontrar elementos liberales y progresistas. La larga lucha fratricida que prolongó fue muy costosa.


Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro. Duque de Almodóvar del Río:
En la renovación del Gabinete de Sagasta, mayo de 1898, fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Tuvo la difícil tarea de intentar limitar las consecuencias de la derrota en la Guerra contra Estados Unidos. A lo largo de las conversaciones que mantuvo en Washington el embajador Francés Cambon en representación de España y luego, durante las negociaciones de París, intentó reforzar la posición diplomática española pero la gravedad de la situación militar le dejaba poco margen de maniobra. Procuró por todos los medios impedir la pérdida de Puerto Rico y Filipinas acudiendo a la mediación inglesa que resultó fallida. El 21 de noviembre de 1898, los representantes americanos presentaron su última oferta, con carácter de ultimátum, amenazando con continuar las hostilidades en caso de no-aceptación. Dicha oferta suponía la pérdida de Cuba, la anexión de Puerto Rico como compensación de guerra, la compra de Filipinas por 20 millones de dólares, la anexión de la Isla de Guam, en las Islas Marianas, y de la Isla de Wake, en las Islas Carolinas, además de derechos de establecimiento de cables telegráficos en cualquier lugar de las restantes posesiones españolas en el Pacífico. El Duque de Almodóvar intentó nuevamente que los ingleses mediaran ofreciendo la mitad de las Filipinas, lo que nuevamente rechazó el gobierno Inglés. Sin ningún apoyo europeo y con la presión del gobierno alemán para aceptar la oferta estadounidense, ya que el Káiser quería adquirir el resto de las Colonias Españolas, el Ministro no tuvo otro remedio que autorizar a los negociadores españoles la aceptación de las draconianas imposiciones americanas.


María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929):
Nació en Gross-Seelowitz, actual República Checa. Reina y regente de España. Hija del archiduque Carlos Fernando de Austria y de Isabel, archiduquesa de Austria-Este-Módena. En 1879 se convirtió en la segunda esposa del rey Alfonso XII, tras enviudar éste de María de las Mercedes. No congenió muy bien con el extrovertido monarca a causa de su carácter tímido y tranquilo. Dado que cuando falleció el soberano (1885) se hallaba embarazada, asumió la regencia. Meses más tarde nació el futuro Alfonso XIII, quien se convirtió en la gran esperanza para el trono español. Se dejó asesorar por Sagasta, con quien acabaría trabando una estrecha amistad. María Cristina se guió por la sensatez y el equilibrio en sus diecisiete años de regencia. Durante este período se llegó al pacto del Pardo entre Cánovas y Sagasta, que instituyó el sistema de turnos pacíficos de ejercicio del poder entre liberales y conservadores y consolidó la Restauración. El papel de Cristina en el sistema de gobierno fue más bien anecdótico, ya que no participó en los enfrentamientos entre los partidos dinásticos y favoreció a Sagasta en largos períodos de gobierno liberal. Se promulgaron, entre otras, la Ley de Sufragio Universal y la Ley de Asociaciones. En sus últimos años de regencia se agravó el problema marroquí y se agudizó la conflictividad social. De esta época datan también los inicios del catalanismo político. Además, la pérdida de las últimas colonias (1898) sumió al país en una grave crisis, que evidenció de manera clara la inoperancia del régimen de la Restauración. Su más ferviente deseo era traspasar la Corona a su hijo, deseo que vio cumplido en 1902, cuando Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad y fue proclamado rey de España. Murió en Madrid en 1929.

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